El aborto y la derecha

Raúl Madrid | Sección: Política, Sociedad, Vida

Hace un par de semanas se suscitó por los medios de comunicación un fogoso debate sobre si el nuevo conglomerado de partidos de “derecha” debiera incorporar o no la exigencia de que sus integrantes estuvieran a favor de respetar la vida humana desde el momento de su concepción hasta la muerte, es decir, contrarios a cualquier tipo de aborto y eutanasia.

La cuestión, en realidad, fue una hábil jugada de algunos opinólogos, que llamaron la atención sobre el punto, para luego intentar ridiculizar esta posición, imputándole “aislamiento”, y presionando a sus adeptos a “hacer una reflexión profunda” sobre el particular, so pena de hacer fracasar al naciente grupo, por seguir una postura “estratégicamente absurda”. En el mismo sentido, una destacada figura de la derecha liberal argumentaba –recogiendo la posta– que “todo el mundo sabe que yo estoy en contra del aborto, pero eso no es un impedimento para que yo me pueda juntar con gente que piensa distinto. Por el contrario, es de la esencia de la lógica política hacer alianzas y el tratar de desarrollar los puntos que nos unen y no los que nos dividen”.

A mí esto no deja de sorprenderme. Me sorprende que algunos políticos considerados “de derecha” todavía no se den cuenta de que su electorado está hasta el gorro de las ambivalencias, de las frases cautelosas, del borrar con el codo lo que se escribe con la mano. Me abisma esta escandalosa voluntad de transformismo político, esa constante actitud de querer esconder los principios, parecerse a los del otro lado, pedir disculpas, decir que son, pero no son, aguándose en medias tintas hasta el paroxismo de la nada sonriente y estéril.

No hay que ser muy inteligente para advertir que el fenómeno responde a una actitud cobardemente estratégica, disfrazando o renunciando a los valores declarados para evitar sufrir la ofensiva de quienes han dominado la esfera pública y las redes sociales, buscando de ese modo apoderarse de los votos como si fueran un montón de manzanas al fondo del saco.

Pero esto no es la “Política” con mayúscula, sino un torpe remedo de algo que una vez fue noble. ¿Para qué se entra a la actividad pública si no es para intentar honestamente darle forma a un concepto del hombre y de la sociedad del cual uno se encuentra sincera y apasionadamente convencido? Pero claro, tener una visión del mundo que comunicar a los otros supone inexcusablemente la adopción de principios morales que no se transigen, porque son el límite, el non plus ultra, la base de la identidad y de la acción. Sin esto, no hay visión del mundo, pero tampoco hay política.

En el caso de que alguien, por el contrario, esté dispuesto a vender todo lo que valora o dice valorar por alcanzar el poder, ese alguien contradice abiertamente una de las leyes fundamentales de la política verdadera: buscar el bien común. Nadie que ceda todo su actuar al pensamiento estratégico está buscando el bien común, sino sólo el beneficio propio y el de sus amigos. Hay una dimensión de la vida más allá de la cuál ya no se puede especular sin perder la dignidad, el honor ni la virtud.

Para poder aliarse con otro conglomerado parece por lo tanto necesario tener una identidad definida en los asuntos fundamentales de la actividad política, como por ejemplo la defensa de la vida y, en general, la posición que ocupa el ser humano en la escala valórica. Esto vale para derechas e izquierdas, sin distinción. Solamente desde la identidad se puede calibrar la diferencia, y formar acuerdos o rechazar colaboraciones.

Así pues, si hay un sector de la llamada “derecha” que se encuentra dispuesta a allanarse a algún tipo de aborto, simplemente no se puede pactar con ellos. Se trata de otra derecha: económica, liberal, pónganle el nombre que quieran, pero es otra cosa, no se identifica ni se va a identificar con los que están dispuestos a jugarse la vida por defender la vida. Y si llegan a ser gobierno juntos, le tenderá miles de trampas, para seguir cediendo principios, porque en el fondo sólo les interesa alcanzar el poder, para perpetuarse en él. Por eso están dispuestos, como afirmaba un nobel político de un conglomerado reciente, a aceptar partidarios del aborto con tal de no perder apoyos en sectores liberales.

No sé usted, estimado lector, pero yo estoy cansado de esta forma de hacer política. Prefiero mil veces a los hombres de una pieza, los que no se amedrentan ni se arredran por los disgustos que provienen de defender sus opiniones donde sea y ante quien se necesite, y de quiénes estamos seguros de que luego no alzarán la voz para decir lo contrario de aquello que nos llevó a elegirlos en sus puestos.

Desde esta humilde tribuna, quisiera felicitar a la derecha que no está dispuesta a venderse por treinta monedas de plata, y, con la frente en alto, pone como condición la defensa del principio más básico de todos: la vida de los inocentes.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.