La “intolerancia”

P. Javier Olivera Ravasi | Sección: Sociedad

A propósito del post anterior sobre la “santa ira”, se me ocurrió recordar ahora algo sobre la mentada “intolerancia”, siguiendo al gran escritor argentino, Ignacio B. Anzoátegui [1]

Dice ese acuñador de agudas y arteras frases que “la tolerancia no es el equilibrio, sino la haraganería humana”, es decir, es la “haraganería que convida al hombre a mantenerse equidistante para permanecer distante” y a no comprometerse con la verdad ni con el error.

Es entonces cuando, para librarse de la incomodidad de no tener razón y de las obligaciones que nacen del hecho de tenerla, “se vuelve tolerante con todos y con todos, menos con los que no toleran su tolerancia”.

Todos sabemos que la intolerancia es hoy una de esas “virtudes heroicas” que pocos practican; por eso la rehuimos y la calumniamos por todos los medios posibles: ya presentándola rodeada de instrumentos de tortura, ya situándola en la Edad Media, ya identificándola la cara adusta de un dictador.

Y, sin embargo los que nos llamamos humanos, practicamos cotidianamente, quizá sin saberlo, la más cerrada intolerancia. Nos oponemos cotidianamente a que se cocine con ajo en nuestras casas; nos resistimos a trabar amistad con las personas que, por alguna razón desconocida –es decir, sin ninguna razón razonable–, nos resultan particularmente antipáticas. Porque, indiscutiblemente, el alma tiene también sus alergias, que escapan a cualquier investigación científica. Esa suma de alergias se llama intolerancia: la intolerancia que los tolerantes se niegan a compartir como doctrina pero que viven cotidianamente en la práctica.

Y es el modo de adjetivar la innumerable cantidad de apodos que podemos darle a los “otros”, a esa runfla inmunda de individuos marginales que se empecinan a contradecir y hasta surfear, la ola de la historia y el avenir de tiempos primaverales.

No pretendemos con esto que los tolerantes se reconozcan vencidos: ni siquiera convencidos. Simplemente pretendemos que depongan por un instante su intolerante actitud anti-intolerante para que, animados todos de la más beatífica tolerancia, podamos hablar como los seres racionales que pretendemos ser.

Es que, en realidad, al parecer, el tolerante siempre parece decir: “yo no quiero que todos piensen igual… ¡yo quiero que todos piensen como yo!”.

 

 

Notas:

[1] Ignacio B. Anzoátegui , Monólogos con Lady Grace, Nueva Hispanidad- Buen Combate, Buenos Aires 2013, 24-25.

Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog Que no te la cuenten, http://infocatolica.com/blog/notelacuenten.php/.