Aborto: religión, ciencia y falacias

Federico García Larraín | Sección: Política, Sociedad, Vida

Las argumentaciones a favor del aborto contienen tantas falacias que es cansador tener que sentarse a refutarlas. A veces uno duda si vale la pena el esfuerzo de tratar de exponer el propio punto de vista a quién ya tiene todas sus conclusiones decididas de antemano, pero nunca se pierde la esperanza de que en el diálogo de sordos a alguno se le abran los oídos.

Quizás lo que corresponde hacer en primer lugar es referirse a las etiquetas: “ultra-conservador” (parece que en Chile hay sólo dos posiciones políticas, los ultra-conservadores y los razonables). Que los conservadores seamos contrarios al aborto no implica que no haya gente pro-vida en otras partes del espectro político. Que figuras tan emblemáticas de la izquierda como Norberto Bobbio o Tabaré Vázquez hayan sido contrarios al aborto se oculta convenientemente (al respecto, recomiendo leer esto). Pero en última instancia eso da lo mismo: no importa si una postura es ultra-conservadora o ultra-liberal, lo que importa es que sea correcta o errónea. Poner una etiqueta es asumir de antemano la conclusión a la que se quiere llegar.

Otra etiqueta de la que hay que hacerse cargo es la referencia a la religión. Es verdad que la religión prohíbe el asesinato (y respecto de la imposibilidad de prohibir el asesinato desde una ética laica habría que leer a Adorno y Horkheimer en su Dialéctica de la Ilustración, pero eso ya sería demasiado en un debate como este), pero eso no hace que el argumento sobre el aborto sea un tema puramente religioso. El asunto es que esta prohibición se hace extensiva a los no nacidos. Lo que habría que ver es qué argumentos dan las iglesias para oponerse al aborto, eso sí sería diálogo (un creyente puede dar argumentos basados en la razón natural). Por lo demás, la prohibición del aborto es compartida por agnósticos como Bobbio y su origen puede rastrearse hasta el juramento de los médicos, redactado antes de la aparición del cristianismo.

También está el asunto de la agrupación: por supuesto, quienes hoy se oponen al aborto son los mismos que ayer se oponían a un montón de cosas buenas. Aunque decir algo así implica simplificar la historia y dar por resueltos debates aun abiertos, pase (en beneficio de la brevedad), pero, de nuevo, eso no zanja el tema. Se podría hacer la operación inversa: por ejemplo, quienes hoy apoyan el aborto ayer eran partidarios de la eugenesia racial o de los totalitarismos (los llamados progresistas tienen, naturalmente, mala memoria), pero eso sería subir innecesariamente el volumen, y además sería injusto con algunas personas particulares que no caben dentro de los grupos.

Pero yendo más allá de las etiquetas, lo que es verdaderamente útil en el debate sobre el aborto es aclarar algunas nociones ambiguas y revisar algunos postulados que no se cuestionan. Una distinción que hay que hacer es entre el todo y la parte. Una parte de un ser vivo estará viva, pero no constituye un ser vivo individual. Si una parte de un ser vivo puede mantenerse viva fuera de éste hay que ver si tiende a permanecer como parte (ayudada desde fuera) o a formar un nuevo todo (dirigiendo su desarrollo desde sí misma). Una célula de piel humana que se multiplica en una placa de Petri, por lo tanto, es humana (de la especie Homo sapiens) pero no es un individuo humano. Esta distinción permite aclarar algunos equívocos. Si bien todo ser humano tiene su inicio en una célula, no toda célula humana es un individuo humano.

Por otra parte, la consideración acerca de la capacidad de una célula de dirigir su propio crecimiento y diferenciación permite entender mejor porqué es arbitrario atribuir la condición humana al desarrollo de ciertas estructuras, como la corteza cerebral o el sistema nervioso. Si un embrión que no tiene sistema nervioso no puede tener percepciones, sí tiene la capacidad de desarrollar su sistema nervioso que le permitirá tener percepciones. (Puesto de otra manera, un ser sin cerebro puede “fabricar” su propio cerebro.) Basar la “humanidad” en ciertas cualidades y no en la pertenencia a una especie es imponer una definición asumida de antemano (imposición que hacen quienes ya cumplen con la definición, por supuesto). Además, aparece el problema de que las cualidades son graduales (¿si para ser humano hay que tener auto-conciencia, una persona con mayor auto-conciencia es más humano que una que recién la ha adquirido?), pero no se puede pertenecer a medias a una especie. También podría cuestionarse el por qué de una cualidad y no otra (¿por qué poner la humanidad en la percepción –que es algo que se comparte con los animales– y no en el lenguaje?).

Queda el problema del nacimiento (en lo que respecta a la ley civil, también es necesario comprender la intención y los límites de la ley, pero eso alargaría tomaría demasiado espacio, en todo caso, la ley siempre se puede cambiar). El nacimiento es algo que le ocurre a un ser, y que le puede ocurrir en un momento u otro, sin mayor diferencia. La dependencia que implica no haber nacido no tiene por qué implicar menos derechos. (Puesto de otra manera: un niño puede nacer prematuramente a las 30 semanas de gestación y quedar inscrito en el registro civil con su nombre y RUT, mientras que otro que sigue en el útero a las 35, a pesar de estar más desarrollado, de llevar más tiempo vivo, no tiene existencia legal plena.)

Por último, es bueno comprender lo que la ciencia (palabra mágica) puede dar a conocer y lo que no. La ciencia puede determinar si un ser vivo es de una especie o de otra (aunque el concepto de especie sea complejo), la observación empírica puede determinar si algo es un ser vivo, una parte de un ser vivo o un conjunto de individuos, o si algo está vivo o muerto, pero no puede determinar si un ser vivo es persona o tiene derechos, puesto que esos son conceptos filosóficos.

Puede que una discusión sobre el aborto en que la intención sea comprender mejor los temas involucrados mediante el razonamiento riguroso, más que la descalificación del contrario por cualquier medio, ayude a superar algo el diálogo de sordos que hemos tenido hasta ahora.