Mi percepción sobre la “teoría de género”

Carlos A. Casanova | Sección: Familia, Historia, Sociedad

#05-foto-1Sobre esta materia hay muy abundante literatura, pero yo he venido hoy aquí para presentar una posición que en nuestros días es muy minoritaria y no tiene acceso al poder comunicacional ni al poder estatal o supraestatal. Se puede formular resumidamente así: hay una realidad humana y una realidad social que contiene en sí los bienes de los que brotan los principios básicos de la moralidad sexual. Por consiguiente, esos principios no están sujetos a “construcción”, aunque puedan vivirse de maneras diversas según diversas concreciones culturales.

Ocurre con estos principios de los que hablo algo semejante a lo que ocurre con el lenguaje. Obviamente, el lenguaje es un fenómeno cultural. Pero eso no quiere decir que no sea natural. No es correcto oponer lo natural a lo cultural como si fueran dos atributos contrarios, que no se pudieran dar en el mismo sujeto. Chomsky ha mostrado que el lenguaje es natural. Pero, más allá de las observaciones de este autor, lo cierto es que si el lenguaje tiene sentido y es posible la traducción de una lengua a otra de las afirmaciones de intención teórica es porque los significados de las palabras son naturales, aunque los signos acústicos, visuales o táctiles que son las palabras mismas sean convencionales o institucionales. Lo mismo ocurre con toda la ética. Ya Platón había observado que en todas las culturas diversas que entraron en contacto a causa de las diversas expansiones imperiales en los siglos VIII a IV antes de Cristo había en común la búsqueda de la virtud, aunque esa búsqueda se encarnaba de maneras diversas.

En las materias que nos ocupan hoy, sexuales y familiares, el mismo Platón nos dejó un testimonio inequívoco sobre el poder de la razón sin asistencia de la revelación. En efecto, en el libro VIII de las Leyes, contra la casi generalizada aceptación entre los intelectuales griegos de ciertas prácticas homosexuales y del infanticidio, Platón enseña que debe respetarse la ley que la naturaleza nos impone en esta materia de la cópula sexual. Es decir, “que no se una un hombre a otro hombre; que no se dé muerte deliberadamente al género humano; que no se siembre sobre rocas y piedras, donde nunca germinará la semilla sembrada; y que se abstenga finalmente todo el mundo de todo surco femenino en que no se quiera que nazca esa semilla”.

Platón sabía que su fidelidad a la verdad no era popular, como lo sé yo también. Por eso añadió algo así como esto: “sé que muchos jóvenes, llenos de humor seminal, van a tomar rocas y lanzarlas contra nosotros, si proponemos este principio, alegando que es imposible vivir así”. Ante semejante objeción, el Ateniense respondió que sí es posible vivir así y que lo testimonian los atletas que, por ganar una corona en el estadio, se abstienen por largas temporadas de todo contacto carnal. Nosotros hoy tenemos muchos más ejemplos, pues durante la historia ha habido multitud de clérigos que han vivido el celibato santamente, así como multitud de cristianos casados que han vivido santamente en el matrimonio.

 

Platón añadió después de eso que la unión matrimonial debía ser una monogamia perfecta.

De aquí podemos sacar la siguiente consecuencia: hay una moral verdadera sobre el uso de la cópula sexual y sobre algunos de los rasgos esenciales de la familia, y esa moral se puede alcanzar sin la revelación divina. Incluye todos los rasgos que señaló Platón. En nuestra sociedad esta moral recibe una fuerte oposición, primero porque hay masas de seres humanos que no quieren controlar sus pasiones, y que quieren hacer uso, en el matrimonio, o fuera de él, de mecanismos contraceptivos: la aceptación de estos mecanismos destruye la base misma de la moralidad sexual y familiar. Sobre esto tengo un artículo en el libro homenaje a Juan Antonio Widow, cuyo título es Razón y tradición, en el segundo volumen, que yo mismo dejé en la biblioteca de Humanidades. Pero, segundo, y más importante, hay otra razón que apuntó san Juan Pablo II de manera muy valiente en su encíclica Evangelium Vitae y en su libro Memoria e identidad: esta moral recibe oposición porque hay estructuras enormes de poder que quieren disminuir las tasas de natalidad de países que ellos consideran como peligrosos; y que quieren corromper la moral de las masas, porque corromperlas es el mejor camino para someterlas a un poder despótico. Las cosas son al revés de lo que en algunas de sus obras dice Foucault: no es la verdad lo que constituye al poder contra el que hay que sublevarse, sino que, pues el poder existe necesariamente, su único posible límite es la verdad. Sin la verdad, y sobre todo sin la verdad moral, nada puede oponerse al poder, éste se puede ejercer despótica y aun totalitariamente sin que nadie pueda resistir. Sin la verdad, sólo puede subsistir la actitud de Stalin, cuando se enteró de la condena moral del Papa: “¿Cuántas divisiones [de tanques] tiene el Papa?”, comentó el tirano.

 

Hoy en día hay fuertes movimientos  que se oponen a la verdad moral en esta materia. No voy a describirlos, sino que voy a referirme a cuáles son sus presupuestos básicos. En primer lugar, el dualismo. En segundo lugar, el progresismo. En tercer lugar, el individualismo. En cuarto lugar, las tendencias a la manipulación lingüística propias de las ideologías marxista, nietzscheano-heideggeriana y psicoanalítica. Veamos cada uno:

 

A. El dualismo.

Puede decirse que El discurso del método es el texto fundador del dualismo. Allí, Descartes considera que el yo es una substancia espiritual y el cuerpo una substancia extensa, diferente del yo. Como todo el resto de la substancia extensa, el cuerpo no es más que un objeto de dominación por parte del yo, según Descartes. La mayor parte de los movimientos que promueven la llamada teoría de género son dualistas, aunque también materialistas. Son dualismos especiales, pero que comparten con el cartesianismo la negación de una naturaleza animal que integre al yo. Por eso ven la naturaleza del sexo como un asunto irrelevante desde el punto de vista de lo que ellos llaman género. No hay verdad intrínseca en la constitución animal del ser humano, y mucho menos una verdad que pueda afectar la moral sexual y familiar.

Este dualismo puede presentársenos como “liberador”, pero la verdad es que encierra en sí el peligro de la más aterradora supresión de la libertad. Baste recordar el Brave New World de Aldous Huxley. Como ha mostrado el Papa Pío XII, la naturaleza humana no puede confundirse con la naturaleza no humana. Mientras la naturaleza no humana puede ser objeto de una dominación científica razonable (como sostendría un sano ecologismo), la ciencia debe limitarse a servir a la naturaleza humana. La ciencia, entonces, debe relacionarse de formas muy diferentes con la materia humana y con la materia no humana. De otra manera, tendremos un sujeto que domina y otro que es dominado, como en los experimentos humanos, la clonación, la fertilización in vitro y en el aborto, por ejemplo.

 

B. Aquí tocamos otro punto, que es el progresismo.

#05-foto-2Su documento fundacional es nuevamente El discurso del método. En este aspecto, el problema reside en que se pretende reemplazar la moral por la técnica, se intenta conseguir el bien humano por medio de una acumulación de los bienes técnicos. Descartes sostiene que los hombres serán sabios cuando se desarrolle la medicina, y podrán gozar sin esfuerzo de los bienes de la tierra. La llamada tecno-ciencia nos traerá de nuevo al Paraíso, sin necesidad de una redención del alma. Esta misma actitud se descubre en el uso de la píldora o de otros mecanismos anticonceptivos, de la fertilización in vitro, y, en general, en la ruptura entre sexo y procreación, dirigida supuestamente a resolver problemas prácticos. La actitud contraria se descubre en el uso de lo que se conoce como métodos naturales de espaciamiento de los hijos.

 

C. El individualismo es el tercer presupuesto.

En general se concibe que existe un individuo que entra por una suerte de pacto o consenso a formar la sociedad política, tal como lo formularon Ockham y Locke, sobre todo. A ese individuo [1] se le conceden supuestos “derechos” que hacen volar por los aires las instituciones intermedias. Hoy asistimos a una verdadera disolución de la familia que usa esta estrategia, precisamente. Ciertos “derechos” del niño y ciertos abusos de otros derechos introducen indebidamente en el seno de la familia la injerencia estatal y de organismos internacionales. Otros “derechos” subvierten la naturaleza del matrimonio y, por tanto, el núcleo de la familia. Hablar de “matrimonio homosexual” es cambiar la institución del matrimonio: ya no se trataría de una comunidad de vida en cuyo seno se conciben los hijos conforme a la naturaleza y se crían y educan, sino que sería una suerte de reconocimiento estatal de una asociación amorosa. Todos los amores tienen supuestamente el mismo derecho a ser reconocidos. El amor entre dos hombres, entre dos mujeres, entre cuatro hombres y ocho mujeres, entre una mujer y un niño, entre un hombre y una bestia, entre una persona y sí mismo… Eso es el cumplimiento del plan marxista de abolir la familia, pero con una nueva táctica más fácil de comercializar, digamos. De esta manera se destruye el último bastión de institucionalidad intermedia que cubre al individuo ante el Poder omnímodo del Estado: queda el individuo con sus pulsiones desnudo ante el Leviatán.

 

D. Las tendencias a la manipulación lingüística de diversas ideologías.

#05-foto-3He sostenido que un rasgo esencias de las ideologías más extremas es la tendencia a la manipulación lingüística y a la negación de la verdad como adecuación, acompañada de la afirmación de que la verdad es, en realidad, una máscara del poder que puede ponerse al servicio de la revolución. Esto lo encontramos por primera vez en las “Tesis sobre Feuerbach” de Karl Marx y Friedrich Engels, pero luego aparece en muchos otros autores. En la obra de Foucault es ésta la principal arma para la subversión de la moral. Lo que en realidad es el único freno posible que se puede oponer al poder desnudo, se presenta a quienes serán las víctimas de ese poder como una limitación opresora. De este modo, el pueblo y sobre todo los jóvenes forjan sus propias cadenas, efectivamente.

Por otra parte, en estas ideologías, pero no necesariamente en todos sus seguidores, se usan las palabras como armas [2]. Sobre esto se podría decir más en el tiempo de preguntas. Para cerrar, acabemos con una descripción del fenómeno de estas ideologías [se refiere directamente a la nazi y a la comunista] por parte de Hannah Arendt:

Las formaciones de élite se distinguen de los miembros ordinarios del partido en que ellas no necesitan tales demostraciones y ni siquiera tienen que creer en la verdad literal de los clichés ideológicos. Éstos se fabrican para responder a una búsqueda de la verdad que se da entre las masas, que, en este insistir en que se den explicaciones o demostraciones, todavía tienen mucho en común con el mundo normal. […] La entera educación de [los miembros de las formaciones de élite] se dirige a abolir su capacidad de distinguir entre la verdad y la falsedad, la realidad y la ficción. Su superioridad consiste en su habilidad para resolver inmediatamente cualquier afirmación de un hecho en una declaración de objetivos. [3]

 

 

Notas: Este artículo corresponde a las palabras pronunciadas por el autor en el Foro llamado “Cámara Lucida”, sobre “teoría de género”, organizado por el movimiento NAU en la Facultad de Letras de la PUC.

[1] Que a veces se reduce a una suerte de paquete de pulsiones, como ocurre en el freudianismo e, incluso, en la obra de Judith Butler.

[2] Cuando se habla de “conquista de libertad” se comienza a enviar a prisión o a excluir del mundo académico o de los medios de comunicación a quien quiera que piense distinto. Cuando se habla de “familia” lo que realmente se quiere es abolirla. Cuando se habla de “derechos”, en realidad, se busca oprimir a la mayoría o corromperla, primero, para que luego ame sus cadenas o las necesite. Etc., etc.

[3] The Origins of Totalitarianism (Nueva York, A Harvest Book-Harcourt, Inc., 1994), pp. 384-385.