Libertinaje

P. Raúl Hasbún | Sección: Religión, Sociedad

#08-foto-1Es el desenfreno en el obrar o hablar. Su segunda acepción es la falta de respeto a la religión. A los codificadores del lenguaje no se les escapó el hecho de que el desenfreno libertario tiene como víctima predilecta la fe  religiosa.  Son cada vez más frecuentes las zonas en que ya no es permitido invocar la libertad de expresión, por entrar en conflicto con valores socialmente superiores. Un humorista de la Quinta Vergara sabe que su rutina no podrá incluir chistes sobre homosexuales. A los barristas de  O’Higgins les clausuraron su Estadio por gritarle “negro” y “mono” a un futbolista de piel morena: tamaña afrenta  hubo de ser lavada invitando a la víctima a reunirse con la Presidenta en el Palacio de Gobierno. Indignación y difamación pública causó la nota televisiva en que una dama del sector alto de Santiago parecía expresar menosprecio y discriminación  por las nanas con delantal. La ley alemana y la censura mundial castigan severamente al que niega o minimiza el holocausto judío. Los recintos deportivos exhiben pancartas oficiales con un rotundo “No al Racismo”.   El periodismo de farándula es condenado cada semana a pagar subidas multas  por invadir ilegalmente la privacidad de los ricos y famosos. Y todo filme que contenga escenas de vida, pasión o muerte de animales se apresura a certificar que la filmación fue supervisada por Asociaciones Animalistas, y que ninguno de ellos sufrió heridas o tormentos durante el rodaje.

Pero cuando se trata de religión se levantan las barreras y no hay peaje que pagar. Aquí se corona y canoniza al lápiz como titular de una franquicia ilimitada para dibujar obscenidades, caricaturizar divinidades y evacuar, en personas, tradiciones y creencias que millones veneran como sagradas, toda la porquería, frustración y odiosidad que el dueño del lápiz no ha sido capaz de procesar. El lápiz, el teclado, el gatillo se cualifican moralmente por los valores que defienden y por los medios que usan en su defensa. No puedo lícitamente disparar contra un inocente desarmado, ni escribir para ridiculizar y deshonrar a quienes profesan su fe. Ni dibujar la vida, pasión y muerte de un líder religioso con trazos groseramente despectivos que no me serían permitidos tratándose de perros, caballos y cerdos. ¿Humor? ¿Libertad para expresar lo que uno siente? ¿Derecho a ofender y blasfemar? Las coartadas del evacuador de desechos ignoran, para vergüenza suya, la otra cara de la libertad: su responsabilidad. Tienes libertad de opinar sin censura previa, en cualquier forma y por cualquier medio, pero te harán responsable de los delitos y abusos cometidos en el ejercicio de tu libertad. Muchos están dispuestos a matar por defender su patria, su casa, su trabajo, sus ideas políticas. Pero son millones, incontables,  los que prefieren morir por honrar esa fe sin la cual no pueden vivir.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Revista Humanitas, www.humanitas.cl.