Afán

Adolfo Ibáñez S.M. | Sección: Política, Sociedad

#02-foto-1Al Gobierno y sus huestes los mueve un intenso afán de reformas. Aquel repite incansablemente que tiene que cambiar el modelo. Y se ha dicho que será con retroexcavadora. Aunque se ha tratado de suavizar esta presentación, lo cierto es que no ceja en su finalidad de cambio total. En las discusiones legislativas ha morigerado aspectos técnicos y políticos puntuales, pero, en el fondo, continúa en su afán de imponer un nuevo orden que, en su voluntarismo, revela una estrecha identidad con el viejo y fracasado comunismo, hoy disimulado con la expresión “socialismo del siglo XXI”.

Tratar de abarcar tanto y tan prontamente no revela un deseo de mejorar las cosas, sino un afán por controlar toda la vida de los chilenos. Es una reacción impulsada por la debilidad conceptual que se oculta tras su mayoría parlamentaria. Se trata de impedir a cada uno colaborar, día a día y casi siempre anónimamente, con el engrandecimiento del país. Otra cosa es que durante estas décadas de Concertación se haya ido paulatinamente, por dejación y por omisión, ensanchando el estatismo que permite proliferar a los poderosos de siempre –sindicatos, políticos y empresarios– en desmedro de la participación y beneficio colectivo. Corregir esta falla es urgente.

Los proyectos apuntan a un fin que ha quedado oculto y fuera de discusión: el control de la población por parte de los dirigentes, los antiguos custodios de la conciencia de clase, impulsados por su voluntarismo lleno de odio y resentimiento. Buscan especialmente que la novedosa y extensa clase media, que hoy constituye amplia mayoría, llegue a sentirse explotada y abusada. Es el primer eslabón para despersonalizarse y entregarse maniatados a la férula de aquellos dirigentes o casta sacerdotal del socialismo, caracterizados por su autoritarismo impositivo.

Este afán reformador que apunta a tal cantidad y magnitud de cambios insulta a todos los chilenos que con su tesón han ido construyendo paulatinamente el país en que vivimos, porque desprecia ese esfuerzo conjunto y sostenido en el tiempo. También es una bocanada de odio, con toda la pestilencia que ella acarrea, para enrarecer el ambiente e imposibilitar toda posible concordia y todo vínculo entre las personas. Es el modo para atarnos a la inhumana frialdad que deriva de las ideologías que tanta destrucción y sufrimiento derramaron sobre el mundo en el siglo XX. Es el camino de siempre para tratar de hacer de las personas unas máquinas. Y por ello siempre han fracasado.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.