El discurso disolvente: Carlos Peña y la “igualdad”

Carlos A. Casanova | Sección: Familia, Política, Sociedad

#06-NUEVA-foto-1 Buena parte de las columnas de Carlos Peña se dirigen a proponer un nuevo reparto de los bienes, cargas, honores, reproches y penas. Es éste uno de los aspectos más disolventes de esta obra, que sería protagórica si no fuera gnóstica, si no estuviera movida por un hondo odio al mundo presente, que recuerda a Dios y, por eso, piensa él, debe ser destruido.

El principio fundamental aparece en un par de columnas, una del 13 de noviembre de 2011, y otra de este año. Veamos la más antigua: “Dentro de las múltiples decisiones que una persona ejecuta, algunas le atingen sólo a él y otras, en cambio, dicen relación con los demás. Cómo viva cada uno su vida sexual, qué Dios adore o qué sustancias consuma a la hora de escapar del tedio de la existencia, es algo que sólo atinge al sujeto que tomó esa decisión. En cambio, qué disposición tenga una persona a cumplir la ley, honrar sus compromisos o proteger a los más débiles, es una decisión voluntaria que atinge a terceros. ¿Qué aspectos de los tres que se acaban de ver -rasgos involuntarios, elecciones voluntarias que sólo afectan a quien las toma y elecciones que afectan a terceros- deben ser tenidas en cuenta a la hora de distribuir oportunidades y recursos en la sociedad? No cabe duda que de los tres sólo deben importar las elecciones de cada uno relativas a sus relaciones con terceros: la disposición a cumplir los deberes, a respetar la ley, a colaborar en las tareas comunes.” (Columna del 13 de noviembre de 2011). Estas líneas deben haber sido escritas o bien por un drogadicto, o bien por un huxleyano, dispuesto a construir el Mundo feliz [Brave New World]. Por supuesto, se trata de lo segundo.

El pasaje es interesante, porque Peña reconoce que vivimos juntos para realizar una tarea común. El problema es cómo concibe esa tarea, y cómo concibe a las personas que han de “colaborar” en ella. Todas las sociedades que han tenido que ver algo con Dios, es decir todas las sociedades excepto las sociedades totalitarias (Inglaterra desde el siglo XIX a causa de sus tradiciones clásicas y cristianas, vivas en Oxford y Cambridge en mayor o menor medida, por ejemplo), explícita o implícitamente, se han cuidado de la virtud de sus miembros. ¿Por qué? Por dos razones: la primera, porque sin virtudes nadie puede contribuir en una obra común que sea humana, que no sea la voluntad arbitraria de un sátrapa; y la segunda porque la obra común cosiste, en sus dimensiones más profundas, precisamente en que los miembros de la sociedad se desarrollen como personas. Por eso, todas las sociedades han prestado mucha atención a qué substancias se consumen, y cómo, a la hora de escapar del tedio de la existencia y cómo viva cada uno su vida sexual.

El adulterio, la bigamia, la pedofilia, el parricidio, el sadismo y la violación son todas acciones que han sido castigadas por muchas sociedades porque una persona que realiza cualquiera de esas acciones atenta directamente contra instituciones que son centrales en la vida de cualquier sociedad sana, como el matrimonio y la familia; o porque esas acciones dañan la integridad física o moral de otras personas. Sobre la sodomía, Platón  propuso severos castigos, y una gran multitud de sociedades siguieron sus consejos, castigándola  de alguna manera, bien sea con penas o bien sea con un cierto estigma, al menos si se manifiesta públicamente la acción desordenada.

El consumo de drogas también ha sido preocupación de la mayor parte de las sociedades. Es bien sabido que Inglaterra ganó una guerra contra China promoviendo el consumo del opio en China. Más recientemente, Fidel Castro ha promovido el consumo de drogas en Estados Unidos, Europa e Iberoamérica “para debilitar a la juventud del enemigo”. Por eso el tráfico de drogas ha sido severamente castigado, y el consumo no siempre ha sido castigado, pero ha llevado a personas conscientes a prestar su ayuda a las víctimas del desenfreno y la insensatez.

La promoción del desorden sexual y del abuso de sustancias estupefacientes ha sido desde el tiempo de Platón una táctica revolucionaria. Él lo dejó registrado en los libros VIII y IX de su República. Quien desee que los jóvenes enloquezcan, se aparten de la autoridad que se preocupa de su bien, y obedezcan a caudillos demagógicos y revolucionarios, recurre desde entonces a promover el desenfreno. Pero hete aquí que Carlos Peña se encuentra en esa posición.

Por otra parte, todas las sociedades intentan ordenar una realidad que se les da en la tradición histórica, también en las tradiciones familiares, y en los diversos caracteres y talentos de las personas. Por esa razón, hay muchos rasgos que no son frutos de elecciones personales, pero que fundamentan diferencias justificadas en el reparto de bienes, honores, cargas, reproches y penas, siempre que esas diferencias sean proporcionales. Así, por ejemplo, una escuela que quiera enseñar bien la matemática tendrá que asegurarse de que los estudiantes admitidos tengan la inclinación y el talento necesarios para asimilar esa enseñanza. Pero esa inclinación y ese talento a menudo no es resultado de elecciones personales, sino de cualidades naturales o, también, de tradiciones de familia. En su columna de este año (27.04.2014), Carlos Peña decía lo siguiente: “Como es obvio, decidir el acceso a un puesto en la escuela atendiendo a la etnia, el origen social, el apellido o cualquier otro atributo semejante, es sencillamente un acto de discriminación. Y lo es porque toma en cuenta cualidades adscritas, rasgos involuntarios que escapan a la voluntad de quienes las portan. Es, entonces, inadmisible. ¿Estará en la misma situación atender al rendimiento escolar? Aparentemente no. A primera vista el rendimiento escolar depende de la orientación al logro y la disposición al esfuerzo de las personas. Si eso fuera así, entonces seleccionar atendiendo al rendimiento (como lo hacen los llamados liceos de excelencia) sería correcto. Pero ocurre que el rendimiento escolar solo en parte es fruto del esfuerzo. Una parte relevante (alguna literatura menciona casi un 50%) es resultado del capital cultural previo, la escolaridad de la madre, de la disposición de libros en el hogar, etcétera. En consecuencia, la selección por rendimiento es también inaceptable.

#06-NUEVA-foto-2El párrafo anterior equivale a proponer una revolución radical. Es falso que en la justicia distributiva no haya que tener en cuenta aspectos que no son fruto de la elección. Como dije antes, si un niño no tiene el talento necesario para entrar en una escuela secundaria o en una universidad donde se enseña una matemática ardua, no debe ser admitido. Si una mujer no puede ir a un baño de hombres es porque nació mujer. Si un ser humano tiene dignidad es porque nació ser humano. Ninguna de las dos cosas son fruto de la voluntad. Y es falso también que haya que abolir las diferencias que resultan de las tradiciones familiares. Es difícil que alguien proponga estas arbitrariedades clamorosas, si no pertenece a una élite revolucionaria que tiene la esperanza de conseguir un poder totalitario para rehacer el mundo desde sus raíces. Ya no será Dios ni la naturaleza ni la tradición quien establezca los puntos de partida para un reparto. Ahora será la todo-poderosa élite revolucionaria. Esta élite nos va a decir quién entra a cuál colegio (sin que pueda haber colegios independientes selectivos, porque eso supondría que hay una élite rival), qué se enseña a cada niño (sin que los padres puedan chistar, pues estarían violando los derechos de los niños pre-definidos por los revolucionarios según su conveniencia), y si un niño tiene ésta o aquélla orientación sexual (sin que nuevamente los padres puedan estorbar la corrupción del fruto de sus entrañas).

Carlos Peña es un revolucionario gnóstico que juega a destruir la sociedad hasta sus cimientos para reconstruirla después. Él y Bachelet le van a enmendar la plana a Dios. –Y a los padres, y a los fundadores de Chile, y a las tradiciones… Tendremos un Brave New World… bien rosa.