Igualar sin transar

Juan Ignacio Brito | Sección: Educación, Historia, Política

#05-foto-1-autorEl peor malentendido en torno a la reforma educacional es creer que quienes la impulsan tienen como objetivo central mejorar la calidad de la enseñanza. A estas alturas está claro que lo que hay detrás de los cambios aprobados en la Cámara de Diputados no siempre guarda relación con el aprendizaje de los niños en los colegios.

Lejos de ser un intento serio por dotar a los alumnos con destrezas y conocimientos que les permitan desarrollar su personalidad, la reforma pretende dar alas a la utopía de la igualdad de resultados que abraza un sector mayoritario de la coalición de gobierno. Tal como ocurrió hace 50 años con la reforma agraria –otro cambio estructural que generó profundas divisiones entre los chilenos–, lo que se declara como finalidad de la reforma no es sino una excusa para alcanzar el objetivo verdadero: igualar sin transar.

Esta ambición puede generar perjuicios graves. No sólo porque es muy probable que las expectativas de una mejora educacional no se vean satisfechas y cobra fuerza un discurso de resentimiento que divide. También, porque nivela hacia abajo. Una respuesta posible ante la desigualdad es agrandar la torta y redistribuir para favorecer a los que lo necesitan. Sin embargo, a la Nueva Mayoría no parece preocuparle mucho el efecto sobre el tamaño de la torta de los cambios propuestos o por proponer (tributarios, educacionales, laborales, en salud, etc.). La prioridad es otra. Quien mejor la expresó fue el ministro de Educación: lo que se quiere es quitarles los patines a los más veloces, no ponerles ruedas a los que van lento.

A este voluntarismo le resulta indiferente la realidad: da lo mismo que una porción relevante -incluso mayoritaria- de la población esté contra la reforma en la manera que ha sido planteada; no importa el rechazo a los cambios de sostenedores y padres que marchan para reivindicar sus derechos; es descartable el reclamo de expertos de todos los colores por la falta de atención a los docentes y a lo que sucede al interior del aula, el lugar donde se juega la calidad de la educación.

Nada de eso interesa a los “evangelistas”, como los ha llamado el contralor. No están con nosotros para discutir, sino para iluminar. Con ellos sólo puede haber una apariencia de diálogo. Como portadores de una verdad que les ha sido revelada, están dispuestos a sacrificar a generaciones de alumnos en el altar de la igualdad.

Paradójicamente, quizás sea esta actitud la que, al final, debilite la reforma. Hace dos siglos, el francés Joseph de Maistre sostuvo que lo que provocó la derrota del movimiento revolucionario no fue la resistencia de los monarquistas, sino la desmesura de los jacobinos, cuyos excesos le hicieron más daño a la Revolución Francesa que todos sus rivales juntos. Algo de eso ya es visible en Chile, donde el extremismo de los sectores radicales de la Nueva Mayoría ha ido socavando el apoyo a la reforma en la opinión pública. Sin saberlo ni quererlo, son ellos los más peligrosos enemigos de los cambios que buscan promover.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.