Educando amnésicos

Joaquín García Huidobro | Sección: Educación, Historia, Política, Sociedad

#01-foto-1Nuevamente, la PSU es objeto de polémica. Un facsímil publicado por el Demre de la Universidad de Chile muestra una carga ideológica que llega a ser risible. Por otra parte, se anuncia que la PSU ya no incluirá contenidos de Historia Universal anteriores al siglo XIX. La excusa que se da agrava la falta: la PSU sigue los programas oficiales y estos han relegado a Julio César, Carlomagno, Lutero y Robespierre a 7° y 8° básico, de ahí que ya no haga falta preguntar esas materias, pues en esos cursos de la Básica ya se ven “con profundidad”, según dijo un experto.

La PSU no es ni buena ni mala. Todo depende de qué se pregunte en ella, porque casi todos los estudiantes y sus colegios son gente pragmática, y aunque tienen libertad para pasar otros contenidos o ir a la Biblioteca Nacional a leer las obras completas de Voltaire o Toynbee, lo cierto es que se centran en estudiar lo que entra en la PSU.

El problema mayor que amenaza a nuestros estudiantes no son las posibles simpatías socialistas. Bernard Shaw y Orlando Letelier, entre tantos otros, eran socialistas, y ojalá hubiera muchos chilenos como ellos. El peligro que amenaza a nuestros jóvenes es la imbecilidad, el terminar con la mente vacía. Y no sería justo atribuirle este mal en exclusiva al gobierno de Michelle Bachelet, porque es de antigua data.

Como tenemos discrepancias muy serias en casi todo, los chilenos hemos renunciado a la posibilidad de contar con un modelo de ser humano capaz de guiar la labor educativa. En consecuencia, hemos dejado la educación en manos de los técnicos, como si estos pudieran ser ideológicamente neutrales. Pretendemos que ellos resuelvan lo que en realidad le corresponde a la política. Estos técnicos son de dos tipos: los expertos en “políticas públicas” (curiosa expresión, ya que hasta donde yo entiendo no hay políticas privadas), y ciertos expertos en pedagogía, cuya única preocupación parece residir en enseñar a enseñar, sin atender a lo que se enseña. De esa mezcla puede salir cualquier cosa, menos una persona culta.

Para colmo, esos técnicos que, en la práctica, determinan qué sabrán y qué ignorarán los chilenos, esos hombres más poderosos que un ministro o un parlamentario, son anónimos. Nadie puede ponerles un micrófono delante y pedirles explicaciones, nadie puede hacerles un examen básico de cultura general o preguntarles qué puntaje sacaron ellos mismos en las pruebas de ingreso a la universidad. No sabemos quiénes son ni cómo han sido elegidos.

No se trata, simplemente, de que la Historia Universal quede arrinconada en las mentes de nuestros estudiantes, lo que ya es grave, porque nuestra sociedad resulta incomprensible si prescindimos de los parlamentos medievales, el arte renacentista, las declaraciones de derechos del siglo XVIII o la Revolución Francesa. Sucede que la asignatura misma de Historia tiene un peso muy insuficiente en la PSU y en los programas de enseñanza media. Ella termina perdida en una mezcolanza de sociología, antropología, economía socialista, demografía y otras disciplinas.

Parece que, entre nosotros, ser moderno equivale a ignorar las propias raíces. Nuestros expertos olvidan que los humanos somos seres esencialmente temporales y que nuestra identidad está definida por nuestro pasado. La Historia y la Geografía nos permiten saber dónde estamos y de dónde venimos. Una persona que tiene claras esas coordenadas será difícilmente manipulable, tendrá sentido crítico y no se tragará visiones caricaturescas como las que nos entregan ejercicios al estilo de aquel con que el Demre “orienta” a nuestros estudiantes.

Hay personas que como consecuencia de un accidente, pierden la memoria de su propio pasado. Es una situación ciertamente terrible. ¿No vale lo mismo para las sociedades? La diferencia aquí reside en que esta desgracia no se debe a la mala fortuna, sino que al consciente desprecio de la Historia, típico de tantos tecnócratas de izquierda, derecha y centro.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio de Santiago.