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La crisis cultural de la derecha

El humanismo racionalista basó la civilización occidental moderna en la tendencia peligrosa a adorar al hombre y sus necesidades materiales. Todo lo que se encontraba más allá del bienestar físico y de la acumulación de bienes materiales, todas las demás necesidades humanas y todas las características de una naturaleza más elevada y sutil, fueron excluidas de la atención del Estado y de los sistemas sociales, como si la vida humana no tuviera sentido superior. Esto proporcionó entrada al Mal, del cual existe en nuestros días un flujo libre y constante. La simple libertad no resuelve, en modo alguno, todos los problemas de la vida humana, y hasta añade varios nuevos”.

Alexander Solzhenitsyn, en “Discurso en la Universidad de Harvard”, 1978.

 

El discurso cultural de la derecha camina rumbo a sufrir una derrota de proporciones, escribió en su columna del sábado pasado en La Tercera, el fogueado periodista Héctor Soto, con las cifras de la última encuesta CEP encima del escritorio. Idéntico fenómeno observó en su tribuna del mismo medio, sólo unos días antes, el profesor Daniel Mansuy, al que luego —en un diagnóstico parecido— se le sumó el antropólogo Pablo Ortúzar, en una opinión publicada el viernes, en el diario El Mercurio. Para ser más exactos, el joven director de Investigación del IES hacía referencia a la profunda crisis cultural que, según él, azotaría a Chile en estos instantes, a la desastrosa coyuntura, que paradójicamente, tiene lugar en los meses postreros de un exitoso gobierno de centroderecha, y con un Presidente que celebró su victoria —¡qué lejos de todo eso!— en enero de 2010, citando el “Balance Patriótico”, de Vicente Huidobro.

Lo que Soto y Mansuy confunden con un discurso cultural, en verdad no es otra cosa que la cosmovisión “economicista” de la vida, prevaleciente en un amplio espectro del sector que recibe la denominación genérica de derecha. Esa estrategia de legitimación, tanto argumento en la esfera política como en la pública, se hizo añicos, y con especial evidencia, desde las agitaciones sociales de 2011, principalmente, por la incapacidad de esa “narración”, para responder a las necesidades existenciales y vitales más profundas del chileno común y corriente.

¿Se explica de otra manera, el que a pesar del triunfo indudable de las reformas neoliberales aplicadas en el país a partir de 1975, y de que el confort material del que disfruta el ciudadano promedio es único, impensado e inaudito, tan sólo si revisamos las estadísticas respectivas de hace unos 30 años; el que se halle a sólo dos semanas de vencer cómodamente en las próximas elecciones, una candidata cuyo principal eslogan de campaña, deviene en el cambio de ese “modelo” ganador, por otro que es una apuesta incierta y arriesgada, llámese socialista, de bienestar o bolivariana?

En realidad, la derecha chilena —incluimos en este arbitrario concepto a sus vertientes liberal y socialcristiana—, no posee una arenga cultural propia, desde los tiempos en que Mario Góngora intentara enhebrar una, al publicar su “Ensayo histórico sobre la noción de Estado en Chile en los siglos XIX y XX” (1981). La única respuesta que consiguió Góngora, salvo el de los retrueques intelectuales de rigor, sería el de una sonrisa compasiva. La misma que sufriría Gonzalo Vial cuando fue ministro de Educación durante el gobierno militar, y hasta poco antes de su muerte (2009), cuando a través de su columna de los martes en La Segunda, advertía acerca del polvorín social y de valores, en el que descansaban los consensos de la vía chilena al desarrollo.

Ese gesto silencioso y elocuente, el de la sonrisa, también lo recibieron en su momento el influyente —a pesar de— Enrique Campos Menéndez, en su cargo de asesor cultural de la Junta de Gobierno, y la negativa a la idea de transformar la Editora Gabriela Mistral, la rebautizada Quimantú de la UP, en un órgano de impresión masiva de los autores que inspiraban al régimen en su ideario (alcanzaron a lanzarse antologías de Santo Tomás y baratas ediciones de Chesterton); fue la incomprensión que obtuvieron Vittorio di Girolamo y su propuesta del “Chile trino”, para repensar la educación chilena, y hacer de la pantalla estatal, una televisión pública de calidad; para qué nombrar la figura y obra del R.P. Osvaldo Lira, al que los próceres del Partido Conservador de los años ’30, acusaron de “comunista”, y consiguieron de sus superiores la orden de enviarlo a España; o a las penurias que debieron soportar Jaime Eyzaguirre y su revista “Estudios” (la que con una perseverancia ejemplar, el hispanista publicó durante un cuarto de siglo), y a las descalificaciones de extremista con las que debió lidiar siempre Jorge Prat Echaurren y su legendaria “Estanquero”.

La derecha sólo se preocupa de la cultura, cuando tiene la soga al cuello”, me dijo una vez, en 2006, el recordado Campos Menéndez, en la sala de estar de su departamento de la calle Burgos, pleno corazón de Las Condes. Un viento sacudía a la cortina, que cubría tímidamente la ventana.

Mientras, la izquierda progresista carga en sus espaldas, con las ruinas morales y económicas de la Cortina de Hierro, y los errores financieros de la reciente crisis europea y venezolana a sus espaldas; sin embargo aquello, es capaz de instalar en la ciudadanía, gracias a su impresionante aparato editorial y propagandístico, sus consignas engañosas “de un mundo igualitario, de una sociedad mejor”, con un sentido de la épica y de la gesta heroica, que la tiene a un paso de lograr un poder sin contrapeso, que en diciembre de 2009, ni siquiera se imaginaba. Ahí está la clave de tejer un discurso cultural: en transmitir una visión de la realidad, que justifique la razón de la existencia y el porqué se respira las 24 horas del día.

Los chilenos de a pie, los hechos lo demuestran, requieren para levantarse en las mañanas y emprender el viaje a Ítaca de cada jornada a bordo del Transantiago, de ilusiones que van más allá de los “índices de crecimiento”, los números de “pleno empleo”, los informes de la OCDE, y el lugar de la patria en las listas de países con mayores libertades de cualquier índole en el mundo.

La derecha nacional tuvo sus mejores momentos, cuando enredó sus metas de acción política, con la defensa y renovación de los principios eternos de la Civilización Cristiana Occidental: la raíz de la familia, los sentidos verdaderos de la tradición y de la propiedad privada. Para conseguir esos objetivos superiores, el ejercicio y el perfeccionamiento de “la economía libre”, eran un medio, importante, pero sólo eso, un peldaño en el trayecto, jamás el fin único y declarado.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Chile B, www.chileb.cl.