El sentido del sufrimiento: la pregunta por el sin-sentido

Andrés Stark Azócar | Sección: Religión, Sociedad

La pregunta por el sentido del sufrimiento es la pregunta por el carácter finito de la persona humana. En palabras de Robert Spaemann, es la pregunta por la experiencia del sin-sentido. Ahora bien, ¿tiene sentido preguntarse por la experiencia del sin-sentido? Allí donde no se acierta a integrar una determinada situación dentro de un contexto de sentido, allí comienza el sufrimiento” (Spaemann, 1980). Frente a la evidencia de que somos finitos, el ser humano puede seguir básicamente dos caminos: el cierre de la razón sobre sí misma, rechazando de antemano lo trascendente, o bien, la apertura hacia la fe, puerto seguro que remite y conduce a la persona humana hacia su fin último. El sufrimiento humano posee, por lo tanto, carácter de misterio, centro y eje del problema del dolor. El problema del sufrimiento humano se despliega, más allá de las diversas y divergentes interpretaciones o posturas filosóficas, en los confines del hombre, limitado y, sin embargo, abierto al mismo tiempo hacia lo trascendente: una frontera entre la materia y el espíritu.

A lo largo de la historia de la filosofía, las diversas e incluso divergentes corrientes filosóficas, han debido hacerse cargo de una evidencia ineludible: la finitud del ser humano. En otras palabras, sea filosofía atea o agnóstica, escéptica, ecléctica o nihilista, o bien, filosofía cristiana, ancilla theologiae, toda corriente filosófica, en tanto se funda en un acercamiento racional ante la totalidad de lo real, supone una visión o concepción del hombre y de su mundo y, por ende, explícita o implícitamente, se enfrenta a la pregunta por el sentido último de su existencia. Ahora bien, ya sea desde su apertura hacia lo trascendente, o bien, desde su negación, la experiencia del dolor descansa en un absoluto, revelado o “de reemplazo”. Desde cierto prisma, por lo tanto, toda corriente filosófica es de extracción íntimamente existencial y, en consecuencia, debe al menos pronunciarse sobre aquello que excede al hombre en cuanto tal.

La filosofía como búsqueda colectiva y el método socrático: “yo nada sé, y soy estéril, pero puedo servirte de partera; la duplicación del mundo”, mundo visible y mundo inteligible, concebida por Platón; la “filosofía primera”, teología o ciencia siempre buscada aristotélica; la neta distinción entre fides et ratio llevada a cabo por Santo Tomás de Aquino; Descartes y el primer principio intuitivo de la filosofía: cogito; la pregunta kantiana sobre la posibilidad de los “juicios sintéticos a priori” e, inclusive, “la muerte de Dios” anunciada por Nietzsche, desembocan y confluyen, de una forma u otra, en la interrogante sobre el carácter finito del hombre y la posibilidad de una dimensión trascendente. En definitiva, se trata del problema de Dios y del mal. “La pelea del existente con su Dios es inevitable. (…). Quien se enfrenta desafiante al misterio pierde de antemano” (Burk, 1985). La “rebeldía metafísica” al estilo del filósofo y escritor existencialista Albert Camus, por ejemplo, se afinca y despliega en el problema del mal y del dolor, independiente del rumbo que asume, desde su base misma, su “filosofía del absurdo”. La contienda entre el hombre y lo inmortal es ineludible. “El tema sentido del sufrimiento es idéntico al tema: sentido de lo que no queremos, de lo que nadie puede querer para sí mismo” (Spaemann, 1980). El problema del sufrimiento se entiende como sufrimiento padecido por la persona como un todo. Es decir, es la persona la que sufre, distinguiendo, por lo tanto, el sufrimiento del simple dolor sensible o físico. El hombre es, por naturaleza, un ser sufriente, un homo patiens abierto a la posibilidad, desde el dolor como umbral, de situarse ad portas de lo trascendente y, por ende, del sentido último de su existencia. “Porque no se pregunta cómo podemos disminuirlo, sino qué sentido tiene aquella situación en la que todos nuestros esfuerzos para disminuirlo o evitarlo llegan a un límite” (Spaemann, 1980).

¿Cómo es posible explicar la existencia del sufrimiento? ¿Por qué es “lícito” soportar un dolor cuando no se puede evitar? Pues bien, dentro de las fronteras de la propia existencia, la pregunta por el sin-sentido es la pregunta por el sufrimiento y ésta, a su vez, la pregunta por el fin último del hombre. Ahora bien, siguiendo a Robert Spaemann, volvemos a la interrogante de fondo: ¿tiene sentido preguntarnos por el sin-sentido? Por más que parezca una pregunta “absurda”, sólo es tal en la medida en que suprimimos la posibilidad que nos ofrece el dolor de trascender nuestra propia finitud. Aún en el caso contrario, es decir, desde un punto de vista netamente materialista e inmanente, la experiencia frente al dolor se traduce en un intento desesperado por llenar de sentido el sin-sentido, por colmar el vacío que nos deja el horizonte de nuestra propia finitud. En la misma línea, para el psiquiatra y filósofo Viktor Frankl, lo esencial frente a una interrogante de esta envergadura es, ante todo, dar sentido al dolor. Ahora bien, ¿qué entendemos por “vacío existencial”? Desde el sentido del dolor o desde su carácter de sin-sentido, siguiendo a Robert Spaemann, ambos filósofos convergen en un punto de inflexión: el dolor es una oportunidad de sentido. El sentido del sufrimiento, por lo tanto, se vislumbra sólo a partir de lo trascendente, desde y hacia el carácter de misterio que posee, esencialmente, el dolor. “La pregunta acerca del sentido del sufrimiento es, ante todo, una pregunta paradójica. Ella misma es expresión de sufrimiento, de ausencia indudable del sentido del actuar” (Spaemann, 1980).

Siguiendo la línea anterior, las corrientes filosóficas que niegan de plano una apertura hacia lo trascendente, en realidad sólo eluden el problema. Esta actitud se asemeja al lanzamiento de un boomerang, siempre vuelve a nosotros. La tendencia de la filosofía y la sociedad contemporánea ha sido la aniquilación de la pregunta por el sufrimiento, sobre todo, a partir de las transformaciones inspiradas por la racionalidad ilustrada. En definitiva, todo intento de dar con un porqué a la angustia existencial es, al fin y al cabo, un salto más allá de nuestras posibilidades que nos remite hacia lo trascendente. Frente a los dos caminos posibles que ofrece la experiencia del sufrimiento, a saber, la negación de lo trascendente o su aceptación y apertura, sólo el segundo se hace cargo, verdaderamente, de la pregunta por el sin-sentido, el primero sólo esquiva la interrogante al tiempo que bosqueja un “paliativo existencial” bajo la forma de un absoluto de reemplazo. “La sociedad moderna concentra sus esfuerzos en evitar y disminuir el sufrimiento, y, por cierto, tratando de evitarlo no sólo de una manera indirecta, sino directa, como es eludiendo su interpretación” (Spaemann, 1980). ¿Tiene el dolor sentido en sí mismo?, de tenerlo, se estaría justificando no sólo el dolor por sí mismo sino, sobre todo, el mal, el cual se convierte en un “absoluto” y, por lo tanto, en vía expedita hacia un concepción irreconciliablemente maniqueista. “El sentido del sufrimiento es una paradoja. El no puede por sí mismo estar lleno de sentido, sino cumplir una función de referencia al sentido. Sólo bajo el presupuesto de que existen Dios y el pecado puede cumplir el sufrimiento su función” (Spaemann, 1980).

¿Qué representa y engendra el sufrimiento? ¿Es posible que el dolor tenga sentido sin Dios? La Nada sartreana, la filosofía del absurdo y la rebelión metafísica de Albert Camus y, en consecuencia, el arribo del “absoluto de reemplazo” o sedante existencial, se traducen en el “retorno del boomerang”. “Sólo donde se acepta y se cree en un sentido universal, como sucede en la religión bíblica, llega a ser planteada como tal la pregunta sobre el sufrimiento. Aparece como pregunta sobre la justificación de Dios (es decir, como justificación del obrar de Dios), pero no entendida en el sentido de que si Dios quisiera podría evitar cualquier sufrimiento -es decir, no poniendo en Dios la causa del sufrimiento-” (Spaemann, 1980). En definitiva, todo intento por negar y cerrarse a lo trascendente fracasa bajo la forma de un absoluto con pies de barro. “El Nuevo Testamento describe esta situación como desobediencia, como el estado en el que cada cual busca convertirse en el punto central del mundo. El sufrimiento vuelve a situar el punto de vista en su perspectiva universal: descubro repentinamente la situación en la que todo nos encontramos, y me aparto de la desobediencia. Pues la desobediencia es no escuchar, no oír el sentido del todo. Sólo puede representar bien su papel quien presta atención a la órdenes del director y escucha el papel de los otros” (Spaemann, 1980).

Si bien podemos afirmar que el dolor no es “normal” en el hombre, es parte de su naturaleza y le acompaña desde que nace hasta que muere. En este contexto, el sentido mismo que le da el hombre a su existencia, descansa, en gran medida, en cómo responde a la pregunta por su origen y su destino, por el principio y el fin, por este mundo y esta vida o el siguiente y la vida eterna. Si se despilfarra la posibilidad de dar sentido al dolor desde su apertura hacia lo trascendente, el sufrimiento pierde, radicalmente, toda posibilidad de consumar su función: “referencia al sentido”. El dolor, en sí mismo, no puede tener sentido, ya que es la experiencia del sin-sentido. Por tanto, cuando Robert Spaemann se refiere al sufrimiento como la experiencia del sin-sentido, responde afirmativamente a la posibilidad de que el sin-sentido tenga, desde lo trascendente, un significado y un porqué. El sufrimiento es un misterio por profundizar, no un dilema o acertijo a resolver. “En el sufrimiento hay siempre un momento de comprensión. Su sentido aparece sólo puntualmente, como una luz que alumbra lo que piso -luz para mi pie- y no como iluminación de todo el terreno” (Spaemann, 1980). En otras palabras, sólo es posible hallar sentido al dolor desde una apertura netamente existencial y trascendente. “La cuestión sobre el sentido del sufrimiento es específicamente bíblica. Presupone la fe en una ilimitada totalidad de sentido, la fe en que el universo en su conjunto descansa dentro de un contexto de sentido. Sólo desde ahí tiene sentido preguntar sobre el sentido del sufrimiento. Tal pregunta se plantea ante todo allí donde se cree en un Dios omnipotente y bueno, es decir, allí donde, por tanto, es posible preguntar: ¿cómo se armoniza ese hecho con la existencia de sufrimiento en el mundo?” (Spaemann, 1980).

La pregunta por el sin-sentido es la pregunta por la eternidad. Toda experiencia frente al sufrimiento conduce, de una forma u otra, a la pregunta por lo absoluto. Ahora bien, ¿qué forma asume la respuesta? Ciertamente no una que apunte, cual acertijo, a ser simplemente descifrada, puesto que esto supondría vaciar el misterio en cuanto tal. “Apenas es posible darle una respuesta teorética, pues tal pregunta quedaría resuelta si desapareciera, pero no desaparece porque se resuelva. Los amigos de Job, con sus respuestas teoréticas, sólo consiguen irritarle. Dios no responde a sus preguntas, sino que le hace callar” (Spaemann, 1980). En definitiva, la pregunta por el sentido del sufrimiento es de extracción íntimamente existencial. “La sociedad moderna, tanto en Occidente como en el Este, también silencia la pregunta sobre el sufrimiento, pero de una manera distinta, es decir, suprimiéndola” (Spaemann, 1980). Nuestro siglo se vanagloria de sus profusos logros científicos, de un progreso indefinido detrás del cual yace un hombre casi omnipotente. En consecuencia, el problema del sufrimiento, no está, como tal, presente. La pregunta por el dolor ha dejado paulatinamente de ser un misterio a profundizar y se ha transformado en un acertijo aparentemente resuelto, como resultado del materialismo acérrimo que niega toda apertura hacia lo trascendente y, por lo tanto, toda posibilidad de abordar la pregunta por la experiencia del dolor.

La soberbia alimentada de un antropocentrismo militante, ha alejado progresivamente al hombre de la experiencia del sufrimiento. La postmodernidad ha recluido al hombre en los confines de su propia finitud, suprimiendo la posibilidad de descubrir el verdadero sentido del dolor: “remitir al sentido”. El progresivo distanciamiento de Dios y, en consecuencia, el hombre que se erige a sí mismo como “dios de barro”, allanan el camino que conduce a la abolición de la experiencia del sufrimiento. Esta supresión se expresa en un galopante nihilismo, sustentado, una vez más, en un absoluto de reemplazo, en “la muerte de Dios” y el advenimiento del super-hombre, el cual no sólo hace gala de su sordera espiritual, sino que además se nutre de la más pródiga apatía e indiferencia. “El tirano monologa: el sentido sólo es para él su sentido. Trata activamente de imponerle sin consideración al sentido del conjunto, en el que los obedientes proyectos de sentido de los co-actores podrían ser también desarrollados, pero como dice el refrán: Quien no quiere oír, ha de sentir” (Spaemann, 1980). El mundo ha dejado no sólo de oír, sino de sentir, y peor aún, incluso pareciera jactarse de ello. Este “nudo gordiano” se erige como uno de los pilares de la postmodernidad: la crisis de sentido. En contraste, desde la perspectiva de Robert Spaemann, “la fe cristiana es fe en la verdadera supresión del sufrimiento. Hegel dice que las heridas del espíritu curan sin cicatriz. La alegría es la real anulación del dolor. El refrán afirma que los dolores pasados dan gusto. La cuestión es si existe algún estado en el que el dolor sólo sea ya algo pasado; entonces ya no planteará más la pregunta sobre su sentido” (Spaemann, 1980). No es posible que el dolor tenga, por sí mismo, sentido. Entendido esto, se asciende un primer peldaño en la apertura hacia lo trascendente. El hombre que es capaz de entregarse y abandonarse al misterio, encuentra la luz que alumbra sus pasos y desde el umbral de su propia finitud, contempla con asombro el despliegue de la eternidad. ¡Bendito sufrimiento!, estas palabras deberían sonar con estruendo una y otra vez en un mundo sordo y apático engendrado por un hombre que no sabe sufrir y morir. “El sufrimiento sólo puede tener sentido si es relativo, y sólo es relativo si todos los sufrimientos pueden ser suprimidos. No es suficiente que algún hombre pudiera quizá ser feliz alguna vez, pero que los hombres del pasado fueran infelices. El sufrimiento sólo es suprimido cuando el sufrimiento de cualquier hombre se transforme en alegría” (Spaemann, 1980). Ante el sombrío escenario, sin embargo, existe la esperanza: ¡bendito dolor! “Si el hombre no alcanza objetivamente su destino sin Dios, la exigencia subjetiva de un sentido absoluto, la necesidad de Dios, es una muestra de salud. Y la no necesidad de Dios, un defecto. Lo que ponga al hombre en la ocasión de descubrir subjetivamente la necesidad de Dios, es un medio para alcanzar la salvación” (Spaemann, 1980).

 

 

Bibliografía

Spaemann, Robert, El sentido del sufrimiento, Revista Atlántida (Editorial. Rialp), no 15, ASOCIACIÓN ARVO, 1980-2005.

Burk, Ignacio, Filosofía, una introducción actualizada, Ediciones Insulsa, Caracas, 1985.