Intransigencia estudiantil

Javier Fano | Sección: Educación, Política

El pasado 4 de agosto, el panorama del país sufrió un vuelco amenazante. Las calles, universidades y liceos de Chile se vieron sitiados ante la mirada perpleja del ciudadano de a pie.

El conflicto estudiantil requiere una solución ahora. Sin embargo, quienes asumimos un compromiso con la calidad de la educación, pero disentimos con la forma en que se expresa este movimiento, debemos ser irreductibles en nuestra postura por el diálogo y el consenso, consecuencia de una mirada democrática y republicana de la sociedad chilena.

Solucionar el conflicto requiere de voluntad política por parte del gobierno, pero también apertura de los representantes estudiantiles. No puede ser que se nos condene por llevar a la práctica ideas que buscan destrabar el conflicto (como la mediación del arzobispo Ezzati u otras) y que eso termine en censuras, golpes y escupitajos; o peor aún, en amenazas personales. Pensar distinto no sólo es un derecho, sino que también una obligación. Si algunos dirigentes de la Confech quieren que dejemos de pensar y manifestar nuestros planteamientos, con eso sólo manifiestan posiciones totalitarias, lejanas al verdadero debate universitario y propias de los regímenes que tanto daño hicieron al mundo en el siglo XX.

En este sentido, tengo la obligación de ser firme y acusar la politización extrema que vive el movimiento estudiantil. La institucionalidad, no sólo de las federaciones de estudiantes, sino del país, se ha visto amenazada por grupos antisistémicos o abiertamente anarquistas, que años atrás renegaban de presentarse a elecciones y darle validez a la institucionalidad federativa de sus universidades, pero que vieron en esta última la herramienta perfecta para desestabilizar al sistema político. Son ellos quienes ostentan el poder real dentro de la Confech, siendo Camila Vallejo y Giorgio Jackson sólo la fachada de un movimiento que en la realidad no manejan. Por lo mismo, el gobierno, al abrirle las puertas al cogobierno estudiantil, comete un terrible error y da pie a un retroceso, pues coloca a las universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica en el medio de las luchas por el poder en Chile, politizando espacios que deben ser cuna de la razón y crítica meramente académica, pues de otro modo se altera la naturaleza misma de la universidad.

Debemos tener cuidado de no equivocarnos y terminar validando un sistema aún más injusto. Así, respecto del financiamiento estudiantil, debemos pasar de la consigna de una educación gratuita a una educación solidaria; esto es, no financiar a quienes tienen los recursos para educarse, sino que entregarles solidariamente gratuidad a los más necesitados y que tengan, a su vez, méritos para ingresar a la educación superior. En esto, la propuesta del gobierno es insuficiente.

Finalmente, no son sólo los estudiantes quienes deben ceder espacio al diálogo y el consenso, sino que es el Estado, ya sea a través del Ejecutivo o el Legislativo, quien, en definitiva, debe renovar las confianzas necesarias con el movimiento estudiantil, sumando a todos los actores de la educación.

Nota: El autor es Presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Talca. Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.