Homosexualidad: el círculo cuadrado

Pablo G. Maillet A. | Sección: Política, Sociedad

El mal llamado “debate sobre la Homosexualidad” en Chile ha llegado a un punto muerto. Digo “mal llamado” porque en un debate se exponen argumentos. En un debate ambas partes quieren convencer a la parte contraria, aunque siempre hay un deseo profundo en cada debatiente de que sea convencido. De lo contrario ya no es debate, sino jactancia, maña, capricho, soberbia, o disparate.

Tampoco es un “diálogo”. Diálogo significa pensar de a dos, es decir, que dos lleguen al Logos, a la Verdad. No se trata de llegar a un acuerdo, porque se puede acordar –por ejemplo– una mentira: nos podemos poner de acuerdo para mentir. Por eso que la verdad no es un simple acuerdo de las partes.

Lo que estamos presenciando es un monólogo, y muchas veces de ambas partes.

No se trata sólo de un tema nominal, de si debemos llamar o no “matrimonio” a las uniones entre personas del mismo sexo, como pretenden muchos burgueses intelectuales (aquellos que navegan con la opinión de la mayoría y cuyas fuentes son las encuestas).

Es mucho más profundo que eso. Tampoco se trata de una mera aprobación legal, que resguarda sus derechos como ciudadanos, respetándoles su libertad de opción sexual, no señores, no se trata de eso, aunque muchos quieran hacerlo pasar por tal. No somos tan ingenuos. Evidentemente acá recordamos la Reforma Agraria, que partió como una simple cuestión legal, y terminó en ulteriores temas: esto es un Caballo de Troya de la relajación moral más grande a la que estamos asistiendo en los últimos siglos, junto con la aprobación o aceptación del aborto (que es peor, pero se potencian una a otra).

La cuestión es si la homosexualidad es buena o es mala. Así de simple.

¿Dónde está la verdad? Ese es uno de los primeros puntos que debemos debatir y dialogar para comenzar algo sensato. El actual relativismo sostiene que como no hay verdad, entonces, la verdad es un consenso de las mayorías. Según esto, la sexualidad se elije, porque nadie podría decirle (imponerle) a otros “su” verdad. Esta postura no sólo es falsa, desde el punto de vista filosófico, sino también mala, desde el punto de vista ético y moral.

Para qué decir lo distante que está de todo sentido desde un punto de vista religioso. Al menos en el cristianismo. Nadie que crea en Cristo puede sostener un relativismo en serio sin renunciar, por ello mismo, a Cristo que es el Camino, la Verdad y la Vida.

El relativismo es un error lógico también. Porque nadie puede decir: “eso es tú verdad, yo tengo la mía, por lo tanto no existe una única verdad” sin caer en error lógico, dado que sostener eso (que existen varias verdades, o ninguna) es una afirmación con pretensión de verdad que se destruye a sí misma como afirmación lógica.

El relativismo es principalmente, un error metafísico (ya no lógico) porque la verdad de las cosas, o lo que es lo mismo, una cosa es verdadera, cuando se ha conocido tal como es, y no como yo “quiero” que sea, o como yo “creo” que sea, o como “me gustaría” que sea; sino cuando se conoce lo que es, lo que las cosas son. ¿Cómo se hace esto? Fácil, para el que deje de lado sus prejuicios, caprichos, mañas y sus ideologías cerradas que le repiten insistentemente: ‘esto tiene que ser la verdad para que ganemos en las urnas’.

Lo que las cosas son: parte material, parte inmaterial. Con los sentidos conozco lo sensible (material) –como lo hace el animal–  y con la razón conozco lo inteligible (inmaterial), el fin de las cosas, la conveniencia o inconveniencia de su uso, pero también su naturaleza, es decir, su constitución invisible, su finalidad y sentido último.

Rechazado el relativismo, podemos avanzar

La sexualidad está en la naturaleza humana. Ser Hombre o ser Mujer es algo que forma parte “de lo que somos” (lo que las cosas son). La sexualidad no es algo que se tiene, sino que es algo que se es. Por naturaleza. Yo soy varón o soy mujer. Es algo que se es. Y cuando decimos “naturaleza” no nos referimos sólo a la parte material de ésta sino también a esa parte inmaterial. Claro, no pueden existir dos realidades, y menos contradictorias, como que existiera una verdad material y otra inmaterial, contrarias. Por eso es que la sexualidad está inscrita en la naturaleza humana, como algo que se es, y si eso es verdad, debería poder apreciarse materialmente. Y ¡oh sorpresa!, se aprecia. ¿Cuál es el tercer sexo? Acá ayuda la biología. Existen cromosomas XY e YY, porque a nivel genético existe la misma verdad, y con los ojos “vemos” que hay dos sexos; la misma naturaleza que se conoce biológicamente, visible o perceptiblemente, es la que se conoce a nivel esencial (inmaterial) y que se conoce por medio de la inteligencia o racionalidad: se entiende que se es varón o mujer, y se ve que se es varón o mujer.

Ahora, ¿Por qué se insiste entonces en la homosexualidad, al punto que se quiere legislar a favor de ella? (Incluso al punto de que si alguien escribe lo que escribimos acá es tildado de nazi, Talibán, asesino –sin haber matado a nadie– etc.) Nos haremos cargo de todo esto.

Se insiste porque el ser humano es un ser libre. Es decir podemos elegir. ¿Qué podemos elegir?, ¿podemos elegir todo? No. No todo. Por ejemplo no podemos elegir volar. Claro, algún soñador insistente me dirá: “sí, sí podemos: mira lo que hemos logrado con los aviones”, y ese es precisamente el punto al que apuntan estas líneas.

No podemos elegir volar, salvo que “hagamos algo” (con la técnica: la razón al servicio del mismo Ser Humano) que hagamos algo que nos permita “hacer como si voláramos”. El avión, el globo, el zepelín, etc., lo que sea, pero no volamos nosotros, no modificamos nuestra naturaleza, sino que sólo aplicamos la capacidad humana, dada por su inteligencia. ¿Es malo el avión? No. Pero en honor a la verdad: no volamos nosotros, o volamos impropiamente hablando.

Como no podemos volar, tampoco podemos traspasar murallas, tampoco podemos los varones ser mujeres ni las mujeres ser varones. A menos que “hagamos como sí”. Entonces me comporto como tal, incluso me opero (uso la inteligencia, la técnica ¿al servicio del ser Humano o a su capricho?, ¿cuándo es cuándo?).

¿Por qué a diferencia del avión, que es un sano “hacer como sí”, el tema de la homosexualidad es un mal moral?

Porque si bien es cierto nuestra naturaleza humana (los genes, materialmente hablando, y la esencia, metafísicamente hablando) no nos permite volar, al crear el avión, logramos algo como si fuera volar. Pero eso lo logramos precisamente por nuestra naturaleza, no contra ella. La técnica está al servicio de nuestra naturaleza, y no al revés. El mal moral surge cuando se niega la naturaleza humana, se la ataca, se la violenta, se la destruye, en definitiva: cuando se miente, se roba, se mata, se niega lo humano, nuestro ser (ser humano).

Se insiste en que se considere la homosexualidad como algo normal para que se legitime un mal que muchos creen que es un bien (por eso lo quieren legitimar). Nadie quiere legitimar un mal. El problema está en que muchos creen que es un bien. Y no lo es porque niega la naturaleza humana, además de constituir una acción contra la naturaleza humana es una acción contra la sexualidad, ordenada a la procreación; es una acción contra la familia, ordenada a la complementación entre varón y mujer, atenta contra la normalidad del acto sexual, contra la perpetración de la especie, contra la comunicación de la intimidad, y lo más importante, se atenta contra la perfección conyugal (porque “la sexualidad no es algo que se tiene sino algo que se es”) que sólo se logra en el encuentro personal entre varón y mujer. Por eso los homosexuales asumen, psicológicamente, uno el rol femenino y el otro el masculino para pretender algo que no es en sí mismo –en varones y mujeres homosexuales–. Y de ahí que sea en sí una perturbación al menos psicológica, porque el sujeto se va ‘convenciendo’ a través de elecciones libres que él toma para asumir ese rol que no le compete por naturaleza. Y vamos a dejar de lado la posibilidad de que sea una perturbación físico-genética, lo cual impide que el acto sea libre, por ende, inmoral.

Ahora entraremos en el tema más importante de éste mal llamado debate, por la fuerza emocional que conlleva, más que por su fuerza argumental, pues carece de ella. Se trata de distinguir la homosexualidad del homosexual, es decir, del trato que debemos darle a la homosexualidad como aberración contra la naturaleza, del trato que debemos darle al homosexual, como quien está confundido en un error que no fácilmente verá como error. Porque no es contradictorio repudiar la homosexualidad como atentado a la normal sexualidad humana y la familia y al mismo tiempo tener un trato amable, fraterno y hasta condescendiente con el homosexual, a pesar que muchos presenten el tema dialécticamente: o eres de los que odia la homosexualidad y a los homosexuales (homofóbico) o eres de los buenos. Una falsa presentación del tema que trae implícita la respuesta que quiere que digamos. Pero como es falsa no vale como argumento. Lo que vale es decir: estás de acuerdo con que se legitime la homosexualidad (siendo un mal) o no. Lo otro es artimaña.

El último tema es en relación a los que no son homosexuales y están a favor de su legitimización. Acá hay dos tipos de personas. El primero es el que no quiere escuchar argumentos como los esbozados acá, y el segundo el que sí.

Sobre el primero hay que decir, entonces, que su apoyo es meramente sensiblería barata, y no un acto racional, no una convicción o una defensa de principios, cuando no se quieren escuchar argumentos no es defensa de principios, no es convicción, aún cuando ellos pretendan hacerlos pasar por tales. Es sensiblería porque dicen: “es que la igualdad debe ser para todos, los derechos deben ser para todos por igual, los homosexuales son normales, etc.”. ¿Por qué? Le tendríamos que preguntar a ellos. Muy poca gente se ha dado cuenta que sobre éste tema, se nos exige a nosotros, los que estamos contra la homosexualidad, que esgrimamos argumentos para demostrarle al mundo por qué la homosexualidad es anómala, y a muchos se les va la vida en eso. Pero la verdad de las cosas es que son ellos, los que están a favor de la legitimización de la homosexualidad quienes tienen que decirle al mundo por qué la homosexualidad es normal y buena. Si fuera así, ¿por qué la pedofilia es mala? El que quiere hacernos creer que lo que se ha considerado inmoral hasta ahora debe pasar a considerarse moral (o bueno) debe argumentarlo, como se ha hecho muchas veces en la Historia Humana, y sobre lo cual se han dado ingentes avances: como cuando se eliminó la esclavitud, ahí se demostró que los negros, mulatos y zambos eran iguales en dignidad a los blancos, y se logró a fuerza de argumentos, no por las huelgas, atentados, rencillas, etc., y ahí están los próceres que recordamos. ¿Por qué no lograron convencernos de lo mismo los Reyes absolutistas? Porque no tuvieron suficiente fuerza argumentativa histórica. ¿Por qué murió el iluminismo ilustrado que divinizaba la erudición, y en su reemplazo continuó siendo la sabiduría la auriga del pensamiento humano? No es poca cosa esto de saber argumentar, y hacerlo. Hacerlo bien.

Es por eso que muchas de las personas que apoyan el movimiento social al que asistimos no sabrán decir por qué tenemos que aceptar su postura, pues no dan argumentos. No tendrán cómo. Reaccionarán como una rata arrinconada por el Fumigador, y dirá: “es que tú no tienes sentimiento, es que eres muy racionalista, es que eres nazi, eres un talibán, etc.”. y como estamos en una época un tanto cargada al sensualismo, donde los sentimientos parecen destronarlo todo, es cosa de ver los programas de televisión y darse cuenta de qué criterios rigen al editor de contenidos, o ver las evaluaciones docentes en las universidades, donde pocas veces se evalúa mal al profesor “buena onda” y menos aún se evalúa bien al profesor exigente. Hoy, la sensiblería manda.

El gran problema es que las ratas, los sensibleros, no son sólo señoras entradas en edad, o el adolescente ignorante pero idealista, ni menos son solamente los cuarentones o cincuentones nostálgicos del otrora hipismo, sino que hoy en día, muchos son profesores con doctorados en universidades milenarias, eruditos académicos agrupados en centros de estudios, y lumbreras que lideran investigaciones, estudios, empresas, muchos son los llamados “líderes de opinión”, periodistas trasnochados o liberales pseudo librepensadores (porque en muchos temas son más dogmáticos que uno mismo), y un largo etcétera. 

Ahora bien, ¿qué ocurre con el segundo grupo de personas, aquellos que quieren oír argumentos? Bueno, para ellos fueron éstas palabras. Para comenzar el debate, para empezar el diálogo.