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Mi reino es la verdad

El 10 de marzo salió a la venta la segunda parte de “Jesús de Nazaret”, de Joseph Ratzinger / Benedicto XVI, con subtítulo “Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección”. Ofrecemos este fragmento del capítulo “El proceso de Jesús”, por gentileza de Ediciones Encuentro, responsable de la edición en español. Jesús acaba de reconocer su realeza ante Pilato, con un grito sorprendente para el gobernador: “Tú lo dices, soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo, para ser testigo de la verdad”.

Jesús caracteriza la esencia de su reinado como el testimonio de la verdad. Pero la verdad, ¿es acaso una categoría política? O bien, ¿acaso el reino de Jesús nada tiene que ver con la política? Entonces, ¿a qué orden pertenece? Si Jesús basa su concepto de reinado y de reino en la verdad como categoría fundamental, resulta muy comprensible que el pragmático Pilato preguntara: “¿Qué es la verdad?

Es la cuestión que se plantea también en la doctrina moderna del Estado: ¿Puede asumir la política la verdad como categoría para su estructura? ¿O debe dejar la verdad, como dimensión inaccesible a la subjetividad y tratar más bien de lograr establecer la paz y la justicia con los instrumentos disponibles en el ámbito del poder? Y la política, en vista de la imposibilidad de poder contar con un consenso sobre la verdad y apoyándose en esto, ¿no se convierte acaso en instrumento de ciertas tradiciones que, en realidad, son sólo formas de conservación del poder? (…)

¿Qué es la verdad? Pilato no ha sido el único que ha dejado al margen esta cuestión como insoluble y, para sus propósitos, impracticable. También hoy se la considera molesta, tanto en la contienda política como en la discusión sobre la formación del derecho. Pero sin la verdad el hombre pierde en definitiva, el sentido de su vida para dejar el campo libre a los fuertes (…)

La Humanidad se encontrará siempre frente a esta alternativa: decir a ese Dios que actúa sólo con el poder de la verdad y el amor, o contar con algo concreto, algo que esté al alcance de la mano, con la violencia.

Los seguidores de Jesús no están en el lugar del proceso. Están ausentes por miedo. Pero faltan también porque no se presentan como masa. Su voz se hará oír en Pentecostés, en el sermón de Pedro, que entonces “traspasará el corazón” de aquellos hombres que anteriormente habían preferido a Barrabás. Cuando éstos preguntan: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?”, les responde: “Convertíos”; renovad y transformad vuestra forma de pensar, vuestro ser (cf. Hch 2,37s). Éste es el grito que, ante la escena de Barrabás, como en todas sus representaciones sucesivas, debe desgarraros el corazón y llevarnos al cambio de vida (…)

Ecce homo

Ecce homo”: esta palabra adquiere una palabra que va más allá de aquel momento. En Jesús aparece lo que es propiamente el hombre. En Él se manifiesta la miseria de todos los golpeados y abatidos. En su miseria se refleja la inhumanidad del poder humano, que aplasta de esta manera al impotente. En Él se refleja lo que llamamos “pecado”: en lo que se convierte el hombre cuando da la espalda a Dios y toma en sus manos por cuenta propia el gobierno del mundo.

Pero también es cierto el otro aspecto: a Jesús no se le puede quitar su íntima dignidad. En Él sigue presente el Dios oculto. También el hombre maltratado y humillado continúa siendo imagen de Dios. Desde que Jesús se ha dejado azotar, los golpeados y heridos son precisamente imagen del Dios que ha querido sufrir por nosotros. Así, en medio de su pasión, Jesús es imagen de esperanza: Dios está del lado de los que sufren (…)

Pilato conocía la vedad de la que se trataba en este caso y sabía lo que la justicia exigía de él. Pero al final ganó en él la interpretación pragmática del Derecho (…) Una absolución del inocente podía perjudicarle personalmente, pero, además, podía provocar también otros trastornos y desórdenes que, precisamente en los días de Pascua, había que evitar.

La paz fue para él, en esta ocasión, más importante que la justicia (…) Por el momento, todo parecía ir bien. Jerusalén permaneció tranquila. Pero que, en último término, la paz no se puede esclarecer contra la verdad es algo que se manifestaría más tarde.

Nota: Este artículo fue publicado orignalmente por Alfa y Omega, www.alfayomega.es.