La catolicidad de las universidades católicas

Carlos A. Casanova | Sección: Educación, Religión, Sociedad

El Padre Jorge Costadoat (SJ) ha publicado recientemente (14.03.2011) un artículo en El Mostrador donde comenta La catolicidad de las universidades católicas. Es difícil determinar cuáles exactamente son las tesis de dicho artículo, pues está escrito con ese estilo peculiar que caracteriza a multitud de teólogos de nuestro tiempo, estilo que parece pretender sugerir sin afirmar de modo explícito. Con todo, puede uno arriesgarse a hacer un listado de dichas tesis:

  1. La Universidad Católica no debería ponerse al servicio de la religiosidad cristiana, porque ese servicio la llevaría a desprestigiarse.
  2. La catolicidad” no debería tener nada que ver con la devoción religiosa de alumnos o profesores, porque eso lleva a la exclusión y a la simulación. Propone como ejemplo los profesores que no pueden ser promovidos a la condición de Titulares “si se separan y, peor aún, si se casan de nuevo”. En este caso, estos “excluidos” son marginados por el “establishment”.
  3. La justicia y la paz social son el objetivo último del quehacer universitario en la sociedad, y ese objetivo no puede lograrse sin el ejercicio libre de la razón.
  4. Hay que buscar la verdad, y poner en pie de igualdad lo que se halle con la razón natural (si lleva el apelativo de “ciencia”) y lo que conocemos por Fe, porque de otro modo estaríamos negando que la razón fue creada por “el Padre de Jesucristo”.
  5. Esta nivelación de la investigación guiada por la Fe y la no guiada por la Fe es una exigencia del “aprecio de la diversidad cultural”.
  6. La “verdad” puede entenderse de un modo estrecho (que no se define), así que nuestra mente debe “abrirse a una comprensión de la verdad humanamente más amplia, más humanizadora, que aquella que solo sirve para alimentar el capitalismo”.
  7. La búsqueda de la verdad debe llevarse a cabo con respeto a la conciencia individual, favoreciendo la libertad de pensamiento.
  8. La alianza entre la academia y la empresa ha llevado a que la universidad sólo alimente el capitalismo, y esto tiene algo que ver (de modo no definido) con “un catolicismo pío y estrecho”.
  9. Hay que incluir a todos, y no excluir a nadie “por su vida”.

Es difícil responder al Padre Costadoat, porque muchas de las palabras que usa son ambiguas. Voy a intentar considerar el tema de la catolicidad de las universidades católicas desde varios puntos de vista complementarios, de tal modo que se revele desde todos ellos lo que haya de verdadero o erróneo en las tesis propuestas por el Padre.

Desde el punto de vista de la Filosofía política, el tema de las universidades católicas en una sociedad pluralista está vinculado al derecho de asociación. La jurisprudencia del Tribunal Constitucional Español (Sentencias de fechas 13.02.81 y 27.03.85) ha mostrado claramente que en el Estado moderno los derechos de libertad de pensamiento y de libertad religiosa serían nugatorios si no se comprendieran en conexión con la libertad de asociarse para transmitir el pensamiento y la religión. Por eso ha establecido también esa jurisprudencia que las instituciones educativas en las que se asocian las personas para transmitir su religiosidad o su manera de ver el mundo pueden poseer un ideario, y que los diversos miembros de la institución deben respetarlo y actuar conforme a él, aunque quizá alguno de ellos abrigue desacuerdos en su interior. La concepción individualista de los derechos humanos, que en algunas de sus tesis defiende el Padre Costadoat, haría volar por los aires cualquier institución intermedia entre el Estado o el mercado, por una parte, y el desnudo individuo, por otra; y aboliría cualquier efectividad real de los derechos a la libertad de pensamiento o de religión. Es decir, acabaría con el pluralismo de la sociedad y uniformaría a todos con un credo social general, que en la propuesta del Padre sería el credo liberal en materias morales y posiblemente filo-marxista en materias políticas.

Desde el mismo punto de vista filosófico-político, hay que decir que es obvio que las leyes o normas que toda sociedad o institución establece implican que algunas personas deben ser excluidas de ciertas posiciones o beneficios, a causa, por ejemplo, de su modo de vida o de su conducta. Así, por ejemplo, quienes realizan una acción prevista en un tipo delictivo pueden justamente perder su libertad física; y quienes deciden dedicarse al Derecho no pueden ejercer la medicina. Pero si se establece una institución educativa, que quiere transmitir la religiosidad católica, formar las almas de los estudiantes y constituir un punto de vista entre los plurales interlocutores del diálogo social, es lógico que se busque que los patrones que encarnan los maestros sean conformes a esa formación. Un hombre como el Padre Costadoat, versado en la tradición hermenéutica (de la que yo rechazo muchas tesis centrales), debería saber que la tradición no se transmite solamente con la palabra oral o escrita, sino con las actitudes de los formadores.

Por cierto que desde el tiempo de la Apología de Sócrates se conoce que entre esas actitudes el amor al “prestigio” no es la más importante. La virtud está por encima de todas las otras actitudes, el bien del alma por encima de los bienes exteriores, incluido el honor. Pero, además, el verdadero honor no es “prestigio”: un clérigo que faltara, por ejemplo, a su voto de obediencia al Papa estaría quebrantando su honor, aunque gozara de mucho prestigio.

Pero examinemos el asunto desde otros puntos de vista, que suponen la Fe. Aunque la razón natural puede probar que el matrimonio es y debe ser indisoluble, las palabras de Cristo y del Apóstol San Pablo, tal como fueron interpretadas por los Padres, son inequívocas. Es decir, un cristiano sabe que no puede “casarse de nuevo”. Por supuesto que, sin embargo, la Iglesia no cierra sus entrañas misericordiosas a las multitudes de católicos que ahora viven en situación irregular. Recuerdo a una prima mía, ya difunta, que, en su desdicha, con humildad heroica mantuvo la conciencia de que las palabras de Cristo eran la regla de su vida pecadora, continuó asistiendo a la Santa Misa y orando, de modo que estuvo preparada cuando llegó el momento oportuno: realizó el compromiso de “vivir como hermana” del compañero de su vida, con lo que ambos pudieron volver gozosamente a recibir la Comunión. No es misericordia negar la verdad que Cristo reveló. Eso es sólo dejar a oscuras a la humanidad necesitada de Redención y negar implícitamente al Dios Encarnado. (Si tantos matrimonios cristianos acaban hoy en naufragio, sea dicho de paso, eso es motivo de honda preocupación en la Iglesia. Me lleva a preguntarme si la causa no se hallará en buena parte en que no pocos teólogos y pastores han abandonado la enseñanza pontificia sobre el acto conyugal por el que los esposos se hacen “una sola carne”: a menudo diversos aparatos o químicos impiden la consumación de una unidad esponsal plena y abierta a su natural fecundidad.)

La sujeción de la “verdad” por el Padre Costadoat a un propósito práctico, “humanizador”, no “favorecedor del capitalismo”, permite conjeturar que la noción de “verdad” que usa es la que se postula en la tradición marxista de las “Tesis sobre Feuerbach” o en la tradición hermenéutica de Heidegger. Sobre esto observaré brevemente varias cosas. En primer lugar, que el rechazo de la “verdad como adecuación” fue y sigue siendo la marca distintiva de los movimientos totalitarios nazi y comunista. [No se olvide que Heidegger escribió en 1935: “Lo que hoy se ofrece por todas partes como filosofía del nacional-socialismo –pero que no tiene absolutamente nada que ver con la interior verdad y grandeza de este movimiento (a saber, el contacto entre la técnica planetariamente determinada y el hombre moderno) – hace su pesca en esas turbias aguas de ‘valores’ y ‘totalidades’” (Introducción a la metafísica. Editorial Nova. Buenos Aires, 1972, p. 234).] En segundo lugar, y de mayor importancia, está que ciertamente los documentos papales que se refieren al tema de las relaciones entre la fe y la razón (a) presuponen que la verdad se puede entender de muchas maneras (ninguna como Marx o Heidegger), pero dan importancia nada despreciable a la “verdad como adecuación” entre el intelecto y las cosas [cfr., por ejemplo, Fides et Ratio n. 82; Concilio Vaticano II, Constitución Pastoral Gaudium et Spes, n. 15]; y (b) reconocen que la razón natural puede alcanzar la verdad, pero también que está necesitada de la gracia para conocer las verdades naturales más importantes sin mezcla de error y para conocer las verdades sobrenaturales que inspiran toda la actividad de la Iglesia y de las Universidades Católicas [cfr. Fides et Ratio, n. 53; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 36-38; Constitución Dei Filius del Concilio Vaticano I, capítulos 2 y 3]. Negar esto último es, por lo menos, un tipo de pelagianismo. En tercer lugar, los documentos papales que se refieren a la Universidad Católica, al definir su misión, incluyen el “buscar la verdad”, pero sitúan esta búsqueda en un contexto más amplio:

Su tarea privilegiada [de la universidad católica] es la de «unificar existencialmente en el trabajo intelectual dos órdenes de realidades que muy a menudo se tiende a oponer como si fuesen antitéticas: la búsqueda de la verdad y la certeza de conocer ya la fuente de la verdad»” (Ex Corde Ecclesiae, n. 1);

O también:

13. Puesto que el objetivo de una Universidad Católica es el de garantizar de forma institucional una presencia cristiana en el mundo universitario frente a los grandes problemas de la sociedad y de la cultura, ella debe poseer, en cuanto católica, las características esenciales siguientes:

  1.  una reflexión continua a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano, al que trata de ofrecer una contribución con las propias investigaciones;
  2.  el esfuerzo institucional a servicio del pueblo de Dios y de la familia humana en su itinerario hacia aquel objetivo trascendente que da sentido a la vida.

14. «A la luz de estas cuatro características, es evidente que además de la enseñanza, de la investigación y de los servicios comunes a todas las Universidades, una Universidad Católica, por compromiso institucional, aporta también a su tarea la inspiración y la luz del mensaje cristiano. En una Universidad Católica, por tanto, los ideales, las actitudes y los principios católicos penetran y conforman las actividades universitarias según la naturaleza y la autonomía propias de tales actividades. En una palabra, siendo al mismo tiempo Universidad y Católica, ella debe ser simultáneamente una comunidad de estudiosos, que representan diversos campos del saber humano, y una institución académica, en la que el catolicismo está presente de manera vital».” (Ex Corde Ecclesiae, nn. 13-14).

Debo acabar concluyendo que no veo cómo pueden sostenerse las tesis del P. Costadoat. Me gustaría conocer los argumentos en que él piensa que se sustentan, y también que me aclarara un poco más ciertos términos, tales como “verdad”, “inclusión”, “cultura” y “diversidad cultural”, o el modo como entiende el vínculo entre la verdad y el capitalismo. También me gustaría conocer por qué da tanta importancia al “prestigio”, cuando Cristo declaró: “si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a Mí primero que a vosotros” (Jn 15, 18).

Nota: El autor es Director de la IAP-Campus Chile.