¿Qué significa realmente ser un buen estudiante?

Pablo Follegati | Sección: Educación

La estudiosidad es una virtud que padres y profesores esperan en los niños. Sin embargo, es un bien arduo, de difícil adquisición y, aunque natural al ser humano, no está presente en todos ellos actualmente. Para llegar a ser estudiosa, una persona requiere fortaleza, obediencia y amor al saber por sí mismo, no por su utilidad.

Que un niño sea estudioso pareciera ser algo que naturalmente esperan padres y profesores. No obstante, la virtud de la estudiosidad tiene algunas características bien precisas que es menester distinguir de modo tal que no se confunda con el mero “sacarse buenas notas” o con otras falsificaciones que se le parecen, pero que no la encarnan verdaderamente. Es también importante caracterizar la estudiosidad porque vivimos en una cultura que tiende a juzgarlo todo con el criterio de la eficiencia; pero desde una perspectiva clásica, el saber, que es el fruto del estudio, tiene que ver no con lo útil, sino con lo gratuito y con lo que es valioso por sí mismo.

En primer lugar, un estudiante es bueno si ama lo que estudia, si ama el saber, y se aplica intensamente a conseguirlo. Esto es lo que formalmente constituye a un buen estudiante como tal. Para que esto se logre, no obstante, se requieren algunos importantes complementos: la fortaleza, para soportar el esfuerzo, y la obediencia, para dejarse guiar por los maestros, que ya han adquirido el saber y por lo tanto, ya conocen un camino por el cual adquirirlo.

Nos referiremos en esta oportunidad, al amor al saber. ¿Se puede querer saber sin que de verdad importe lo que se sabe, y sólo se busque estudiar? No se puede desconocer que el estudio es en algún sentido un medio para otra cosa. Por él, se puede acceder a estudiar tal o cual carrera en tal o cual universidad, y se le puede posteriormente dedicar la vida a una profesión en la que la persona se pueda realizar y aportar a la sociedad. Pero para que esto se logre de manera tal que represente un verdadero bien para la persona, es necesario que de algún modo se ame el saber por el saber mismo. Si lo que se desea es, por ejemplo, ser ingeniero comercial, de alguna manera se ha de amar la Economía, porque de otro modo sólo importará el dinero o la futura posición social que con el saber se podrá lograr, y se dedicaría uno a estudiar algo que en verdad no le interesa.

Pero el amor al saber tiene un fundamento más radical que no se puede olvidar: todos los hombres tienen un deseo profundo y natural a saber, según lo sostenía Aristóteles. Es muy difícil ayudar a conseguir el amor a saber en un hijo o alumno si no se tiene en cuenta esta inclinación natural, que brota de lo más hondo de la naturaleza humana. Si no se la considera, si se olvida este deseo natural de saber, el estudio se verá como naturalmente violento, y los adultos tendrán empatía con esta dificultad, porque a éstos de alguna manera también les parecerá violento. De ser así, los adultos sólo podrán animar a estudiar proponiendo causas extrínsecas, proponiendo el estudio en sentido utilitario. Porque si estudiar es violento en relación con lo que verdaderamente a un niño le gusta hacer, y además supone un esfuerzo desagradable, no se podrá suscitar en los niños un real amor al saber y, en consecuencia, no se logrará el hábito de la estudiosidad, aunque las notas puedan ser aceptables.

Padres y profesores constantemente experimentan la dificultad que las exigencias del estudio representan para un niño, y cómo éstos se ven literalmente violentados cuando se los obliga a cumplir sus tareas. Pero esto no quiere decir que el estudio vaya contra la naturaleza de una persona: sólo significa que aún no se ha formado en la persona el hábito y el gusto por saber cosas profundas. Estudiar, que es una actividad ardua, se hace violento porque no hay hábito y por eso se lo ve con tristeza. Esto es real, pero supone un defecto y no a la naturaleza humana, así por sí sola.

Aunque suene extraño, es más “fácil” que a un niño se le arraigue el hábito de estudiar y saber, que el de, por ejemplo, chatear. Este es más cercano a los sentidos que aquel, y por eso se lo percibe como más fácil: está relacionado con un bien agradable, que es comunicarse con sus amigos. Incluso, en el gusto por chatear subyace la misma inclinación por el saber; porque en general lo que mueve a chatear es la curiosidad, y ésta es un deseo desordenado de saber. Pero el deseo y gusto por estudiar es más fácil de aparecer en el sentido de que obedece a una tendencia más profunda y esencial de la naturaleza humana, del mismo modo como el conversar de cosas serias con los amigos es una tendencia más fuerte que a conversar cosas tontas. Estudiar llena de un modo más pleno, porque llena una parte más humana, más profunda y radical de la persona. Y por esto es que produce, a la larga, un goce más intenso.

El saber, entonces, que es fruto del estudio, es un bien difícil, y un niño que tiene el hábito de la estudiosidad está acostumbrado a esta dificultad. Pero al mismo tiempo se debe hacer ver al niño las cosas agradables que se asocian con él: el camino del saber es arduo, pero ya saber, el estar en posesión de conocimientos de cosas admirables es un premio en sí mismo, y esto, que es experiencia común, un niño lo capta con toda naturalidad. El entusiasmo de los padres ante los nuevos conocimientos del hijo y que el lugar donde se estudia sea grato ayudan sobremanera a facilitar el gusto por estudiar.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente el el sitio del colegio San Francisco de Asís, www.colegiosanfranciscodeasis.cl