La cruzada gay

Álvaro Ferrer Del Valle | Sección: Política, Sociedad

En su última columna Carlos Peña vuelve a utilizar el actual debate sobre la homosexualidad para, ahora, sostener que dicha discusión en realidad trata sobre el papel que le cabe al Estado frente a las decisiones libres de los ciudadanos o cuánta libertad o autonomía nos reconocemos mutuamente. Para sostener la tesis liberal como mejor respuesta a tales preguntas opone, como ya lo hemos visto repetidas veces, a los conservadores-malos y a los liberales-buenos.

Es fácil reconocer en Peña esta falsa disyunción que lleva siempre a la exaltación de Dworkin. Pero el columnista es poco riguroso al momento de fundamentar los opuestos: con preguntas retóricas, asertos condicionales y sobre adjetivación conduce al lector hacia su molino. Sabe hacerlo, lo concedo.

Resulta que Peña calla que su visión liberal, como cualquier otra sobre la concepción sobre lo correcto o incorrecto, se fundamenta en premisas que requieren ser explicitadas para una adecuada discusión al nivel de los principios. ¿Por qué hemos de conceder sin más que el Estado no ha de juzgar cuán correctas o no son las decisiones personales de los individuos? Ejemplos en que el Estado lo hace, y a diario, sobran. ¿Por qué no ha de hacerlo en este caso? ¿Es siempre nuestro modo de “encarar el dilema de la vida” –linda frase– irrelevante respecto del rol de la autoridad de dirigir al Bien Común? ¿Por qué las decisiones personales han de ser tratadas por la autoridad siempre con la misma consideración y respeto? ¿Se sigue –como le gusta al columnista– que de reconocer la misma dignidad a todos deba la autoridad permitir que cualquiera haga lo que quiera en privado y que tenga per se el derecho a manifestarlo en público?

En fin, podemos seguir. Pues las columnas de Peña son una seguidilla de peticiones de principio donde sus conclusiones descansan en premisas tácitas que, a lo menos, y según la debida honestidad intelectual, requieren algo de fundamentación. Y merecen ser controvertidas. Siempre espero su retórica explicación a estas interrogantes. Y sigo esperando. Es que a este lector –como cariñosamente me designa– le cuesta presumir que Peña discierne mejor que todos.