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Gobierno

Cuando se elige a un nuevo gobernante se piensa fundamentalmente en las promesas de los candidatos, en la coalición de partidos que los apoyan y en el tipo de personas que sean. Es decir, asuntos accidentales que olvidan lo esencial de la labor de un gobierno.

Hoy día, gobernar se ha hecho sinónimo de dominar a las personas mediante la fuerza opresora de una extensa y omnipresente administración pública. Y el antídoto radica en configurar grupos bien organizados para enfrentar esa máquina legal-burocrática. Ya sea mediante la persuasión de un lobby acertado, que desliza en medio de la compleja nomenclatura técnico-legal privilegios irritantes que permanecen desconocidos para el grueso público. O mediante la fuerza y el chantaje que desafían las normas vigentes con paralizaciones de muy alto costo o, simplemente, con la violencia armada. En este último caso los privilegios obtenidos quedan a la vista de todos, que, amedrentados, terminan por aceptarlos. Los gremios profesionales y empresariales se mueven por el primer camino, mientras que los sindicatos y terroristas se caracterizan por utilizar el segundo.

El hecho cierto es que la maquinaria legal termina siendo sobrepasada por los grupos más fuertes y audaces. Éstos logran sus metas con el visto bueno explícito o disimulado de las autoridades legales, que desnudan su tremenda debilidad al prestarse para estas operaciones y claudicaciones. Para salvar su responsabilidad y prestigio, recurren a altisonantes campañas mediáticas que difuminen el discernimiento de los gobernados.
Se olvida por completo que gobernar significa dirigir una nación en función del bien común. No en vano este término se aplica también a la conducción de una nave para llevarla a buen puerto, liberándola del azar y de las tormentas que la pueden hacer naufragar con perjuicio de todos sus pasajeros. Es el ejercicio de una voluntad que cautela el bienestar de todos.

Pero gobernar significa también moderar. Es decir, templar, ajustar, disponer las cosas evitando los excesos. Es la manifestación de una actitud que privilegia el diálogo cívico y la armonía. Moderar un debate consiste en velar por que a través de él se descubran las coincidencias y se comprendan las divergencias.

La captura del gobierno por los audaces es desgobierno. La interrupción del diálogo cívico es tiranía. Al comenzar un nuevo período presidencial, esperamos que el gobernante no sea débil, para salvarnos de estos dos perniciosos efectos.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.