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La libertad no puede separarse de la verdad

Ofrecemos a continuación la intervención del Papa durante la Audiencia General, celebrada el pasado miércoles en la Plaza de San Pedro, con miles de peregrinos de todo el mundo.

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Queridos hermanos y hermanas,

Como es costumbre tras los viajes apostólicos internacionales, aprovecho la Audiencia general para hablar de la peregrinación que he realizado en estos días a la República Checa. Lo hago ante todo como acto de acción de gracias a Dios, que me ha concedido realizar esta visita y que la ha bendecido ampliamente. Ha sido una verdadera peregrinación y, al mismo tiempo, una misión en el corazón de Europa: peregrinación, porque Bohemia y Moravia son desde hace más de un milenio tierra de fe y de santidad; misión, porque Europa necesita volver a encontrar en Dios y en su amor el fundamento firme de la esperanza. No es casual que los santos evangelizadores de aquellas poblaciones, Cirilo y Metodio, sean copatrones de Europa junto con san Benito. “El amor de Cristo es nuestra fuerza”: este ha sido el lema del viaje, una afirmación que resuena la fe de tantos testigos heroicos del pasado remoto y reciente, pienso en particular en el siglo pasado, pero que sobre todo quiere interpretar la certeza de los cristianos de hoy. ¡Sí, nuestra fuerza es el amor de Cristo! Una fuerza que inspira y anima las verdaderas revoluciones, pacíficas y liberadoras, y que nos sostiene en los momentos de crisis, permitiendo que volvamos a levantarnos cuando la libertad, arduamente recuperada, corre el riesgo de perderse a sí misma, su propia verdad.

La acogida que se me ha dispensado ha sido cordial. El Presidente de la República, al que renuevo la expresión de mi reconocimiento, quiso estar presente en varios momentos y me recibió junto con sus colaboradores en su residencia, el histórico Castillo de la Capital, con gran cordialidad. Toda la Conferencia Episcopal, en particular el cardenal arzobispo de Praga y el obispo de Brno, me hicieron sentir, con gran calor, el vínculo profundo que une a la comunidad católica checa con el Sucesor de san Pedro. Les agradezco también por haber preparado cuidadosamente las celebraciones litúrgicas. Agradezco también a las Autoridades civiles y militares y a cuantos de diversas formas han cooperado al buen éxito de mi visita.

El amor de Cristo ha comenzado a revelarse en el rostro de un Niño. Llegado a Praga, de hecho, realicé la primera parada en la iglesia de Santa María de la Victoria, donde se venera al Niño Jesús, conocido precisamente como “Niño de Praga”. Esa efigie remite al misterio de Dios hecho Hombre, al “Dios cercano”, fundamento de nuestra esperanza. Ante el “Niño de Praga” recé por todos los niños, por sus padres, por el futuro de la familia. ¡La verdadera “victoria”, que hoy pedimos a María, es la victoria del amor y de la vida en la familia y en la sociedad!

El Castillo de Praga, extraordinario tanto a nivel histórico como arquitectónico, sugiere una ulterior reflexión más general: éste recoge en su vastísimo espacio múltiples monumentos, ambientes e instituciones, casi representando una polis, en la que conviven en armonía la Catedral y el Palacio, la plaza y el jardín. Así, en el mismo contexto, mi visita ha podido tocar el ámbito civil y el religioso, no yuxtapuestos, sino en cercanía armónica dentro de la distinción. Dirigiéndome por tanto a las Autoridades políticas y civiles y al Cuerpo diplomático, quise referirme al vínculo indisoluble que debe existir siempre entre la libertad y la verdad. No es necesario tener miedo de la verdad, porque ésta es amiga del hombre y de su libertad; al contrario, sólo en la búsqueda sincera de lo verdadero, de lo bueno y de lo bello, se puede ofrecer realmente un futuro a los jóvenes de hoy y a las generaciones que vendrán. Por lo demás, ¿qué es lo que atrae a tantas personas a Praga si no su belleza, una belleza que no es solo estética, sino histórica, religiosa, humana en sentido amplio? Quienes ejercen responsabilidades en el campo político y educativo debe saber entresacar de la luz de aquella verdad que es el reflejo de la eterna sabiduría del Creador; y está llamado a dar testimonio de ella en primera persona con su propia vida. ¡Solo un compromiso serio de rectitud intelectual y moral es digno del sacrificio de cuantos han pagado caro el precio de la libertad!

Símbolo de esta síntesis entre verdad y belleza es la espléndida catedral de Praga, dedicada a los santos Vito, Wenceslao y Adalberto, y donde tuvo lugar la celebración de las Vísperas con los sacerdotes, los religiosos, los seminaristas y una representación de laicos comprometidos en las asociaciones y movimientos eclesiales. Para la Comunidad de la Europa centro-oriental este es un momento difícil: a las consecuencias del largo invierno del totalitarismo ateo, se están añadiendo los efectos nocivos de un cierto secularismo y consumismo occidental. Por ello he animado a todos a sacar nuevas energías del Señor resucitado, para poder ser levadura evangélica en la sociedad y comprometerse, como ya sucede, en actividades caritativas, y aún más en las educativas y escolares.

Este mensaje de esperanza, fundado en la fe en Cristo, lo extendí a todo el Pueblo de Dios en las dos grandes Celebraciones eucarísticas celebradas respectivamente en Brno, capital de Moravia, y en Stará Boleslav, lugar del martirio de san Wenceslao, Patrón principal de la Nación. Moravia hace pensar inmediatamente a los santos Cirilo y Metodio, evangelizadores de los pueblos eslavos, y por tanto a la fuerza inagotable del Evangelio, que como un río de aguas curativas atraviesa la historia y los continentes, llevando a todas partes la vida y la salvación. Sobre el portal de la catedral de Brno están impresas las palabras de Cristo: “Venid a mí vosotros todos que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11,28). Estas mismas palabras resonaban el domingo pasado en la liturgia, resonando la voz perenne del Salvador, esperanza para las gentes ayer, hoy y siempre. Del señorío de Cristo, señorío de gracia y de misericordia, es signo elocuente la existencia de los santos Patronos de las diversas naciones cristianas, como precisamente Wenceslao, joven rey de Bohemia del siglo X, que se distinguió por su testimonio cristiano ejemplar y que fue asesinado por su hermano. Wenceslao antepuso el reino de los cielos a la fascinación del poder terreno y ha permanecido para siempre en el corazón del pueblo checo, como modelo y protector en las diferentes vicisitudes de la historia. A los numerosos jóvenes presentes en la Misa de san Wenceslao, procedentes también de las naciones cercanas, dirigí la invitación a reconocer en Cristo al amigo más verdadero, que satisface las aspiraciones más profundas del corazón humano.

Debo finalmente mencionar, entre otros, dos encuentros: el ecuménico y el de la comunidad académica. El primero, celebrado en el arzobispado de Praga, ha visto reunidos a los representantes de las diversas comunidades cristianas de la República Checa y al responsable de la comunidad judía. Pensando en la historia de este país, que por desgracia ha conocido ásperos conflictos entre cristianos, es motivo de vivo agradecimiento a Dios el habernos reunido juntos como discípulos del único Señor, para compartir la alegría de la fe y la responsabilidad histórica frente a los desafíos actuales. El esfuerzo de progresar juntos haca una unidad más plena y visible entre nosotros, creyentes en Cristo, hace más fuerte y eficaz el común empeño por el redescubrimiento de las raíces cristianas de Europa. Este último aspecto, que llevaba tanto en el corazón mi amado predecesor Juan Pablo II, surgió también en el encuentro con los rectores de las Universidades, los representantes de los profesores y de los estudiantes y demás personalidades relevantes en el ámbito cultural. En este contexto quise insistir en el papel de la institución universitaria, una de las estructuras básicas de Europa, que tiene en Praga un Ateneo entre los más antiguos y prestigiosos del continente, la Universidad Carlos, que lleva el emperador Carlos IV que la fundó, junto con el papa Clemente VI. La universidad de los estudios es un ambiente vital para la sociedad, garantía de libertad y de desarrollo, como lo demuestra el hecho que precisamente de los círculos universitarios comenzó a moverse en Praga la llamada “Revolución de terciopelo”.  Veinte años después de aquel histórico acontecimiento, he vuelto a proponer la idea de la formación integral, basada en la unidad del conocimiento enraizado en la verdad, para responder a una nueva dictadura, la del relativismo combinado con el dominio de la técnica. La cultura humanística y la científica no pueden estar separadas, al contrario, son las dos caras de una misma medalla: nos lo recuerda una vez más la tierra checa, patria de grandes escritores como Kafka, y del abad Mendel, pionero de la genética moderna.

Queridos amigos, agradezco al Señor porque, con este viaje, me ha permitido encontrar un pueblo y una Iglesia con profundas raíces históricas y religiosas, que conmemora este año diversas efemérides de alto valor espiritual y social. A los hermanos y hermanas de la República Checa renuevo un mensaje de esperanza y una invitación al valor del bien, para construir el presente y el mañana de Europa. Confío los frutos de mi visita pastoral a la intercesión de María Santísima y a la de todos los santos y las santas de Bohemia y Moravia. Gracias.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por Zenit.org. La traducción del original italiano es de Inma Álvarez.