Evolución y creación

Rafael Vicuña | Sección: Historia, Religión, Sociedad

06-foto-1-autorEn el “Origen de las Especies”, Charles Darwin registra hechos objetivamente observables, como son el que los organismos cambian, que los cambios que ellos experimentan son heredados por la descendencia y que los organismos tienen una descendencia mayor que la que puede sobrevivir. A partir de estas observaciones, Darwin llega a la conclusión de que, en promedio, los descendientes que cambian en una dirección que favorece su adaptación al ambiente van a sobrevivir y se van a reproducir, de modo que estas variaciones se van a ir acumulando paulatinamente en las poblaciones de individuos por simple selección natural.

Los aportes posteriores de la genética y otras disciplinas contribuyeron a fortalecer el sustento científico de la evolución darwiniana. Con estos nuevos conocimientos fue posible comprender a escala molecular cómo operan las mutaciones en el material genético y cómo en ocasiones estos cambios pueden mejorar la adaptación de los individuos a su entorno. Estos mecanismos parecían mostrar claramente que la evolución procede por simples causas naturales teniendo como únicos guías al azar y la contingencia, sin un plan previo que responda a una finalidad.

El propio Darwin llegaría a expresar en su autobiografía que “el viejo argumento del diseño en la naturaleza, …que antes me parecía tan concluyente, falla, ahora que la ley de la selección natural ha sido descubierta”. Más recientemente, corrientes materialistas han construido una verdadera ideología sustentada en el darwinismo para negar la existencia de un Dios creador. “Todo propósito es finalmente dado por la selección natural y este es el credo que quiero expandir”, ha dicho el biólogo Richard Dawkins. No menos explícito ha sido el filósofo Daniel Dennett: “Les guste o no, el ADN tiene el poder del corazón de la idea darwiniana. Una impersonal, irreflexiva, robótica e irracional pequeña maquinaria molecular es la base última de todo significado, y por ende conciencia, del Universo”. Por otra parte, muchos se preguntan cómo compatibilizar el darwinismo con lo que revelan las Sagradas Escrituras acerca de la creación del cosmos y de los seres vivos, incluyendo al hombre.

La principal causa de esta siempre vigente controversia deriva de una confusión epistemológica respecto a los alcances del método científico. Es preciso admitir que por poderoso que éste sea, hay materias que por su complejidad o por pertenecer a otro orden de la realidad le resultan inaccesibles. Santo Tomás de Aquino fue particularmente claro para explicar el modo como Dios actúa en la naturaleza. Para este filósofo, la dependencia radical que todas las cosas creadas tienen de Dios es totalmente compatible con la causalidad de los eventos naturales, puesto que la causalidad divina y la causalidad en la naturaleza operan a distintos niveles. Dios causa de tal modo la existencia de las cosas que ellas son las causantes de sus propias operaciones. Esta autonomía de la naturaleza no representa una reducción del poder de Dios, quien actúa en cada acontecimiento, sino más bien una indicación de su bondad. Un mismo acontecimiento no tiene una causa natural y una divina, respondiendo en parte a cada una de ellas. Más bien, responde totalmente a ambas, cada una actuando a su modo. Es decir, Dios trasciende de tal modo a la naturaleza, que Él es causa de que incluso los eventos del azar sean tales, es decir, eventos de azar, del mismo modo que Él es causa de que los actos libres de los seres humanos sean actos libres. De lo anterior podemos deducir que Dios actúa en el mundo hoy día en concordancia con las leyes naturales, expresando su voluntad a través de los eventos contingentes de la historia. La evolución nos muestra que el funcionamiento de los procesos naturales es suficiente para explicar los eventos contingentes del pasado, incluyendo la extinción y la aparición de especies. No hay una necesidad lógica ni un argumento teológico para excluir la acción de Dios en procesos naturales conducentes a la aparición de nuevas especies, incluido el hombre. No hay por lo tanto razones para que creyentes o agnósticos pretendan declarar al darwinismo como una teoría incompatible con la fe.

06-foto-21El magisterio de la Iglesia sigue esta misma línea. Por ejemplo, la Comisión Católica Internacional Teológica ha afirmado que “la causalidad divina y la causalidad de las criaturas difieren radicalmente en su modo… Así, un acontecimiento natural verdaderamente contingente puede sin embargo ser parte del plan providencial de Dios para la creación”. En este mismo ámbito, Juan Pablo II señaló que “el debate en torno al modelo explicativo de evolución no encuentra obstáculos con la fe, con tal que la discusión permanezca en el contexto del método naturalista y de sus posibilidades… la creación, en el contexto de la evolución, se plantea como un acontecimiento que se extiende en el tiempo –como una creación continua– en la cual Dios se hace visible a los ojos del creyente como creador del cielo y de la tierra”.

La creencia en un Dios creador no es demostrable ni descartable por el método científico, sino que constituye materia de fe. Para aquellos que la tengan, es claro que ciencia y religión no se contraponen, afirmación con la cual estarían de acuerdo gigantes de la ciencia que fueron religiosos, tales como Copérnico, Kepler, Galileo, Newton y Mendel.




Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.