Chilenos y la lectura: un problema de voluntad

Juan Carlos Said R. | Sección: Sociedad

Hablaba hace unos días, con un amigo, profesor universitario, que con pena sincera se lamentaba de sólo haber leído 43 libros este año. El anterior había leído 64, y para el año recién terminado se proponía haber leído dos libros por semana. Por lo cual su fracaso era doble: no sólo había leído menos que la meta deseada, sino que incluso había fracasado en siquiera igualar su marca anterior. Evidentemente, como correspondía, puse cara de pena e intenté consolarlo por su resonante fracaso. Entre medio, no podía evitar pensar que este año, en que procurando que no me ganara la cotidianeidad, había hecho denodados esfuerzos por leer, dudaba haber leído más de 15 libros.

¿Cuántos libros leerá un chileno al año? me pregunté, buscando determinar si mi amigo era un superdotado o yo un mediocre.

La realidad, como siempre, superó a la ficción: 60 % de los chilenos no ha leído ningún libro en los últimos 12 meses, según la encuesta de consumo cultural y uso de tiempo libre del INE (2005). ¿Qué diferenciará a esos chilenos no-lectores de mí, o a esos chilenos y a mí de mi letrado amigo?

¿Será un asunto de acceso a los libros?

Frecuentemente se recuerda el costo de los textos como un factor determinante para el escaso desarrollo del hábito lector. En primer lugar, llama la atención la asimetría entre los hogares que declaran no tener libros: 23,4% (Estudio Hábito Lector Cámara Chilena del Libro), frente a un porcentaje mucho mayor (60%) que no ha leído ningún libro en los últimos 12 meses, lo cual ya parece indicarnos, que no es el tener o no libros lo que determina que alguien lea. Lo anterior encuentra mayor sustento aún en el hecho que los hogares sin libros, incluyen algunos de nivel socioeconómico alto y muy alto.

Por otra parte, existe un red de bibliotecas públicas, incluyendo una magnifica Biblioteca Nacional, donde los grandes textos de la literatura acumulan más polvo que lectores. A esto, cabe agregar muy buenas bibliotecas y de bastante fácil acceso como son las del metro y otros de institutos culturales y colegios.

Así, no sólo no son tantos los hogares sin libros como los no lectores, sino que además, aún si el costo fuera la limitante real para la lectura, el acceso a libros en préstamo es fácil y extendido a lo largo del país.

Por ello, creo que el problema no es de costos o acceso, sino uno mucho más de fondo: un problema de voluntad.

Leer un libro implica un ejercicio de carácter y disciplina. En primer lugar conlleva hacerse el tiempo y sentarse a leer, proponerse una meta, detenerse treinta minutos y abstraerse de toda esa cotidianeidad que sin conducirnos a nada nos puede distraer infinitamente. Luego implica algo aun más extremo y difícil: persistir durante días, y no sólo horas, en la lectura del mismo texto y más aún, decidir que aquello que empezamos y que sabemos es bueno para nuestro desarrollo en diversos ámbitos –lo vamos a terminar, a como dé lugar.

Por último, si queremos desarrollar una cultura sistemática en alguna área, habrá de ser un como mi amigo, y multiplicar ese esfuerzo diario y semanal, por al menos unas veinte veces al año, y al final, evaluar si cumplimos o no con nuestro objetivo.

Y los chilenos, pareciera ser, no somos capaces de semejante esfuerzo con nada, menos aún con la lectura. Simplemente parecemos carecer de la voluntad para hacer algo en forma constante durante un año, sin fallar, sin excusas, y evaluar nuestro éxito o fracaso en base a objetivos: ¿cuántos empleados llegan a su oficina en forma puntual TODOS los días del año? ¿Cuántos jefes? ¿Cuántos universitarios terminan hasta fin de ano los proyectos sociales a los que se comprometieron en marzo? ¿Cuántos los abandonan cuando llegan los exámenes? ¿Cuántos diputados son capaces de asistir a TODAS las sesiones de la cámara, que debería ser el compromiso mínimo a adoptar con sus votantes?
El problema lector, no parece entonces, ser sólo un asunto de precio o acceso a libros, sino más profundamente, un problema de voluntad, de carácter.

Quizás, habría que proponer entonces, un nuevo enfoque para desarrollar la lectura, uno que implique no sólo fomentar lo entretenido en ella, y vaya que lo es, o el acceso a libros, sino también, enseñar que la lectura diaria y semanal, es como trotar o hacer algún deporte: no necesariamente nos gusta hacerlo todos los días o tres veces por semana de hecho, es muy difícil –pero sabemos que es importante y necesario. Es nuestro deber, por nuestra salud: como lo es comer balanceadamente, tomarse los medicamentos que nos receta el médico o dormir ocho horas.

Ni más, ni menos.

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