
Memoria de Jaime Eyzaguirre
Gonzalo Vial Correa | miércoles 1 de octubre de 2008 | Sección: Historia
No vivía para investigar, escribir ni enseñar (aunque todo esto lo hiciera tan brillantemente), vivía para salvarse y salvar a los demás.
No vivía para investigar, escribir ni enseñar (aunque todo esto lo hiciera tan brillantemente), vivía para salvarse y salvar a los demás.
El poder de Dios se ha manifestado siempre en la debilidad. El Espíritu Santo ha lavado siempre la suciedad, regado lo árido, enderezado lo torcido.
Él entregó su vida –fue al encuentro solemne con la muerte–, por esos bienes que llevaba consigo, amados sin mancha de egoísmo y simbolizados en esos objetos que portaba: Dios, patria y familia. El sabía que esos bienes eran, a fin de cuentas, los únicos por los que valía la pena vivir y, por eso mismo, los únicos por los que valía la pena morir.
No es posible que una sociedad moderna produzca los bienes, referencias y claves que requiere para operar, sin el concurso de la familia como referente principal.
El doctor Bernard Nathanson dedicó sus conocimientos científicos a matar la vida. Pero al constatar el sufrimiento del feto al ser abortado, cambio su vida, se hizo católico y fue bautizado.
Hablar de un “botiquín oficial” para la juventud podría parecer exagerado o francamente paranoico.