Mi experiencia con la muerte
Francisco Guillermo Espinosa Grass | Sección: Familia, Política, Sociedad, Vida
Permítanme hablar de la eutanasia a través de una experiencia personal.
Hasta hace pocos días, yo vivía con mi madre, una mujer extraordinaria. A raíz de un aneurisma que derivó en derrame, debió ser intervenida de urgencia. Y a pesar de que trataba de volver de su estado de coma, murió. Esta situación y el modo en que se dio, me hizo pensar en muchas cosas. Las dejo aquí a modo de incentivo para la reflexión.
El diagnóstico era delicado, lo sabíamos. Los médicos nos decían que no había nada más que hacer porque ella no reaccionaba a los estímulos que ellos le presentaban para sacarla del coma. Nosotros –su familia- abrumados por la posibilidad de perderla, nos dedicamos a estimularla con recuerdos, emociones, fotografías de toda su vida, palabras que le gustaban, con su música favorita que la hacía bailar, con historias de nuestros momentos felices como familia, con olores y experiencias de su niñez… Tratábamos de despertarla con amor familiar. ¿Y qué obtuvimos? Que, después de 50 minutos, despertara, que nos mirara, que se comunicara con pestañeos, que moviera su boca tratando de articular palabras, que traccionara su brazo, que moviera sus pies. Sin embargo, los médicos de turno, que parecían detestar que tuviéramos esos logros, que no se detenían a observar con tiempo, se excusaban diciendo que seguían los protocolos internacionales: aplaudir un par de veces, gritar su nombre, mirarla menos de 20 segundos e irse.
Nosotros corríamos a mostrarles nuestros resultados (que eran cada vez mejores), pero la respuesta del equipo médico era siempre la misma: minimizar, ridiculizar, bajarle el perfil, decir “yo no lo he visto”, burlarse de Dios (aunque nosotros nunca habíamos hablado de Él), hablarnos sobre perder la esperanza e, incluso, advertirnos que la eutanasia no era legal en Chile. Increíble. ¿Habrán creído que nosotros buscábamos esa salida? Dos veces mencionaron lo de la eutanasia como queriendo asustarnos por el estado en que quedaría nuestra madre si vivía.
A medida que pudieron ver algunos de nuestros resultados, los médicos empezaron a cambiar su discurso. Al parecer, veían que nosotros nos empeñábamos en verla viva, por lo que decidieron hablarnos de lo difícil que sería cuidarla por meses, del enorme costo económico que asumiríamos si los meses se transformaran en años y, finalmente, nos hablaron de la famosa calidad de vida (para ella y para nosotros).
¿Quién puede definir lo que es calidad de vida? ¿Deberíamos haber matado a Stephen Hawking entonces a sus 19 años cuando le descubrieron una enfermedad en la que supuestamente no iba a durar ni dos meses? ¿Deberíamos dar eutanasia a los niños desnutridos de áfrica, por no tener nuestro estándar de calidad de vida? ¿Deberíamos dejar tirados a los enfermos de sida o las personas con cáncer? ¿Destruiremos de paso a los diabéticos también? ¿Por qué no dejamos morir a nuestros ancianos cuando cumplan 70 años, si ya no pueden tener la misma calidad de vida que a los 20 años?
A los médicos y científicos no les corresponde definir lo que es calidad de vida, sino que deben agotar las posibilidades, incluso las que se encuentren en el vértice del desarrollo. El solo hecho de pensar en la eutanasia como posibilidad (aunque ilegal) es, en sí mismo, una indignidad porque quienes no tenemos un problema, nos rendimos ante el desvalido que viene a pedirnos auxilio. Es decirle a la cara “no creo en ti”, no me atrevo a pelear, te abandono, me rindo.
Esto me hizo recordar una experiencia anterior, de hace cinco años, también con mi madre. La llevamos a un hospital por un problema cardíaco y el médico de turno me preguntó –de entrada- si yo quería que ella siguiera viva… ¡por supuesto! grité yo. El médico entró corriendo a la sala a tratar de salvarla, dándole un montón de años más en los que llevó una vida con total normalidad, haciendo puzzles de 2000 piezas, sentadillas como deporte, etc.
La eutanasia no debe convertirse nunca en un discurso político porque no está en nuestras manos dar o quitar la vida. Además, porque nos quita el incentivo que requiere la ciencia para salvar más vidas. Lo que hoy parece incurable, en 20 años más puede no serlo. Debemos probar para sanar, porque –aunque sea difícil- esa es la esperanza que le debemos dar a toda persona que busque nuestra ayuda.
Si fuera por estadísticas, el universo nunca debería haber generado vida. Si fuera por dolor, no deberíamos haber jamás inventado las terapias dolorosas que sanan. Si fuera por los riesgos…
¿Qué habría pensado Marie Curie (que murió con valentía luego de entregarnos tanto conocimiento) si nos viera rendirnos como cobardes sin tratar siquiera de cambiar el destino? Recordemos lo que ella decía: Nada en la vida debe temerse, solo debe ser entendida. Ahora es el momento de comprender más, para que podamos temer menos.
Cada vida humana cuenta hasta el final. Nunca sabremos con certeza cuánta influencia tuvo una persona incluso estando en coma. Nosotros (mi familia y yo) crecimos mucho tratando de sacar a mi madre del coma. Muchos otros podrán crecer cuidando por años a sus ancianos enfermos en casa. Ser humano (y no otra cosa) es, precisamente, dar apoyo en la dificultad, es cuidar a nuestros ancianos porque son nuestra memoria racional, es proteger al débil, ya sea porque es menor, porque es una mujer embarazada, porque es un amigo en problemas, un familiar en la enfermedad o porque en sus días finales de forma natural ha vuelto, como en el nacimiento, a su momento más frágil. Ese cuidado nos hace crecer como personas.
Yo creo, que la eutanasia como “novedad política” es un negocio. Determinar el gasto en lobby relacionado con la eutanasia a nivel mundial es muy difícil por la falta de datos centralizados y la oscuridad en mucho de sus procesos, sumado a las diferentes regulaciones de lobby en cada país. Sin embargo, es razonable suponer que las organizaciones y grupos interesados en promover la legalización de la eutanasia podrían gastar millones de dólares en actividades de lobby, como campañas de concientización, relaciones públicas, influencia en políticas y financiamiento de grupos de presión. Por lo tanto, al considerar el gasto en lobby junto con los costos directos de la eutanasia, el gasto total podría ascender a miles de millones de dólares. Esto hace que La eutanasia sea un negocio a nivel global.
Sumar el gasto relacionado con la promoción de la eutanasia como una moda y su enseñanza en centros de estudios, universidades, escuelas de medicina y debates políticos es un ejercicio más especulativo, ya que no sólo no hay datos, sino que son asuntos difíciles de cuantificar. Sin embargo, si consideramos el costo de campañas de promoción, desarrollo de currículos educativos, manipulación del pensamiento en universidades y organización de eventos de debate político, el gasto adicional podría ascender a varios millones de dólares más a nivel mundial.
Aquí hay un negocio redondo, con un dinero que en vez de ser usado en investigación para tratar de sanar pacientes ancianos o dar una muerte verdaderamente digna a un enfermo terminal, se está gastando en promover la muerte. No se está usando para solucionar el problema que afecta al paciente, sino para terminar con su vida, ya sea porque es “molesto” e inútil para el sistema, porque la familia “decide” que no puede seguir cargando con él o porque no está dispuesto a sufrir dignamente lo que la vida le presenta como una oportunidad para honrar su naturaleza.
Es nuestro deber (el de médicos, políticos, familiares, amigos, etc.) mantener cada vida hasta el final, claro que con el menor dolor y la mayor contención posibles, dando lugar al amor o la compasión y dándole a ésta la misma importancia que se le da al tratamiento científico. Eso es lo humanamente correcto.
Por otra parte, la ciencia avanza en la medida que intentamos positivamente salir adelante, sorteando las dificultades; pero si, de base, sólo vemos la posibilidad de exterminar la vida, jamás podremos buscar con creatividad y conocimiento, las formas de valorar a la personas y buscar su mejora. Es más, ¿por qué no probar de forma empírica algún camino para salvarla? ¿Por qué no experimentar adecuadamente para dar vida? ¿Nos contentaremos con frases vacías, llenando los bolsillos de negociantes?
¿No podríamos dar la oportunidad al paciente de transformarse en un héroe, a través del cual se podrían salvar miles de personas en el futuro? ¿Por qué no tratar de buscar salidas novedosas en vez de quedar frente a un camino ciego del que no podemos obtener ningún resultado positivo?
Si a la moda de la eutanasia se le permite seguir siendo enseñada en universidades con la propaganda que se está haciendo ahora, vamos a continuar teniendo malos tratos en las ucis y las utis. Vamos a continuar con la idea fácil de probar lo menos posible. Al no intentar rescatar la vida, estaremos dejando que gane la desesperanza, la enfermedad y la muerte. ¡Y no estaremos siguiendo el verdadero espíritu científico!
Devolvamos la dignidad a la enfermedad, sacando lo mejor de nosotros mismos al cuidar a los que están en su último momento, con ternura, compasión, inteligencia y amor.
Si dejar morir o adelantar la muerte hubiera sido siempre nuestra motivación, no existiría la ciencia, ya que todo lo que tenemos ahora, nació de personas que no se rindieron en la adversidad o el dolor. Que probaron incluso en ellos mismos formas antes impensadas de salvación, algunas veces en sus propios hijos.
La eutanasia es un negocio y para que el negocio funcione deben convencer a los gobiernos de invertir el dinero en universidades donde poder manipular a jóvenes con falsas promesas y mentiras sobre creencias de calidad de vida, en la dificultad que es cuidar a un enfermo o en enseñarles a perder la esperanza por el trabajo que significa levantar cada día a la persona que queremos para cuidarla.
¿Por qué no mejor invertimos ese mismo dinero en experimentación científica y en ayuda solidaria a las familias para que puedan ver la muerte no como una desgracia, sino que como un regalo que nos permite mostrar al prójimo que estamos en las buenas y en las malas, que no nos rendimos y que no los abandonamos?