La abdicación de O’Higgins y la falsa dicotomía entre cesarismo y anarquía
José Tomás Hargous Fuentes | Sección: Arte y Cultura, Historia, Política
El 28 de enero de 1823 se desarrolló uno de los hitos más importantes de la historia de aquel Chile recién emancipado y comenzaba a trazar su devenir político ya no al alero de las Españas: la abdicación de Bernardo O’Higgins Riquelme (1818-1823), un acontecimiento de tal trascendencia, que se dio esperar hasta 1830 para volver a ver un gobierno fuerte y estable, tanto así que enfrentó a Chile por siete años a la falsa disyuntiva entre cesarismo y anarquía… falsa, porque se resolvió con posterioridad a la Batalla de Lircay con la acción de Diego Portales y Palazuelos.
Como explica la Biblioteca del Congreso Nacional (BCN), se había detonado un “conflicto” entre la aristocracia y el Gobierno de O’Higgins “por dos factores: por el reformismo de O’Higgins y por el estilo autoritario de su gobierno”, producto de la Constitución que el hijo del irlandés y otrora gobernador hispánico Ambrosio Higgins estaba dispuesto a imponer para permanecer más tiempo como Director Supremo, cargo que había asumido con posterioridad a la Batalla de Chacabuco. Esto motivó que “el general Ramón Freire Serrano, intendente de Concepción y jefe del ejército del sur”, liderara “la oposición armada y marcha con sus tropas hacia Santiago, con el objeto de impedir la promulgación de la nueva Constitución. En esas circunstancias, el 28 de enero de 1823 O’Higgins hace abdicación de su cargo y, seis meses más tarde, se exilia en el Perú”.
De esta manera, se daba término a un gobierno marcado por las arbitrariedades contra la Iglesia y la aristocracia, que gobernaba por la sola mano dura, sin un fundamento espiritual que le diera la necesaria legitimidad a su régimen, es decir, por la mera potestad en falta absoluta de autoridad. Como sostiene Alberto Edwards (1943) en La organización política de Chile (Editorial del Pacífico, 1955, p.49) “El despotismo, o mejor dicho, la dictadura, esto es, un gobierno fundado únicamente en la fuerza o en el prestigio de un hombre, es un pésimo organizador de elementos sociales. Como no pretende apoyarse en ellos, como por el contrario, teme verlos disciplinarse, la dictadura suele no dejar tras de sí otra cosa que el desorden”. Eso mismo ocurriría en Chile a partir de 1823.
La aristocracia criolla pensaba que derribando nuevamente el despotismo lograría afianzar su autoridad, pero ocurrió todo lo contrario: a partir de 1823 se mostraría la incapacidad absoluta de gobernar de moralistas, federales y liberales, obsesionados con las leyes escritas en desmedro de la Constitución histórica. De esta manera, con la caída de O’Higgins vendrían siete años de inestabilidad institucional y desgobierno, período llamado por la historiografía revisionista “Anarquía” y que las corrientes actuales prefieren llamar “Inestabilidad Política” o “Ensayos Constitucionales”.
Nada más distinta sería la empresa comenzada por José Tomás Ovalle y continuada por Joaquín Prieto secundado por Diego Portales. En palabras de Edwards (Ibid., p.50), “si Chile se organizó en forma estable, ello se debe a que sus gobiernos, desde 1830 en adelante, fuertes y despóticos en la firma, encontraron y supieron aprovechar fuerzas de apoyo más permanentes que la voluntad y el prestigio de un individuo, y que, lejos de aniquilar o desdeñar esas fuerzas, procuraron disciplinarlas y hacer de ellas la base de un sistema que no por no estar escrito en los códigos ha sido menos eficaz”.
Y eso hicieron: “Así, don Diego Portales, diez años más tarde, sin haber leído un libro, supo comprender cuál era la fuerza de que el país disponía para constituirse en forma definitiva”, esto es, la Constitución viva; con eso claro, “agrupó los elementos dispersos que componían esa fuerza, les dió [sic] una organización e hizo de ellos el más útil y fecundo de los instrumentos de gobierno” (Ibid., p.56).
Esta idea la deja más clara en La fronda aristocrática en Chile (Imprenta Nacional, 1928, p.295): “El poder de los Presidentes fué [sic] absoluto o casi absoluto, mientras no sólo la masa del pueblo, sino las clases dirigentes, permanecieron sumisas. Este fenómeno moral caracteriza la primera etapa de nuestra República ‘en forma’ (1830-1860)”. De esta manera, la obra de Portales consistió en articular a la aristocracia y al pueblo como base del gobierno fuerte, restaurando así su legitimidad, al sostenerlo “en sus fundamentos espirituales como fuerza conservadora del orden y de las instituciones” (La fronda aristocrática en Chile. Editorial Universitaria, decimoséptima edición, 2012, p.61).
En síntesis, la abdicación de Bernardo O’Higgins será un acontecimiento clave para comprender el siglo XIX chileno. Con ese hito se cerraría el ensayo cesarista y se daría inicio a siete años de anarquía, que sólo concluirían con la Batalla de Lircay, momento a partir del cual comenzaría el gobierno “en forma”, impersonal. Así, Joaquín Prieto daría término no sólo a la anarquía, sino también al caudillismo o’higginista.