El principio de Alí Babá y los códigos de los cuarenta ladrones
Jorge Andrés Pérez | Sección: Arte y Cultura, Política, Sociedad
Tal vez hay un principio oculto en el cuento de Alí Babá y los Cuarenta Ladrones: para prosperar en un mundo de criminales hay que conocer sus códigos (ábrete sésamo).
En el mundo actual las palabras “ábrete sésamo” pueden ser una clave para acceder a una cuenta secreta en un paraíso fiscal. Pero, también pueden representar algo más amplio, como son los códigos del crimen organizado y que la sociedad debe tolerar cuando el Estado no protege a las personas.
Los cuarenta ladrones compartían un código secreto para poder acceder a la riqueza acumulada por su actividad criminal. Cualquiera de los ladrones podía acceder al botín, y en teoría se podía quedar con todo. ¿Por qué no lo hacían? Porque eran parte de una empresa criminal que tenía un código que les permitía organizarse con disciplina institucional, para así proyectarse en el tiempo.
El crimen organizado no puede funcionar sin mecanismos para mantener altos niveles de confianza interna. Por eso los carteles de la droga juzgan con mucha severidad a sus miembros cuando roban a la organización. En ese caso, generalmente se ejecuta al culpable sin darle tiempo para hacer sus descargos.
Los carteles de la droga que logran invertir grandes sumas de dinero en su negocio para competir exitosamente por la participación de mercado necesitan de un sistema de justicia que desincentive el robo dentro de la organización. El objetivo es que todos los que saben decir “ábrete sésamo” para acceder al capital, también sepan que van a ser descubiertos y ejecutados si le roban a la organización. Esta es una justicia ajena al Estado nacional donde opera la empresa criminal.
El capital que produce la actividad económica ilegal de una organización criminal no es legal y, por lo tanto, sus dueños no tienen protección legal para su capital ante el Estado. Por eso el capital de origen criminal tiene que ser lavado por la economía formal para poder adquirir la protección legal del Estado.
La empresa criminal necesita convertir riqueza ilegal en riqueza legal. Esta es una de las razones por las que el crimen organizado necesita cierto grado de control sobre el espacio territorial. Porque su capital es vulnerable ante el poder fiscalizador del Estado.
El lavado de dinero muchas veces se disfraza de inversión productiva, que genera actividad microeconómica en el mercado, y crecimiento macroeconómico para el Estado. Pero en realidad el lavado de dinero es un cáncer en la economía. Primero, porque distorsiona las señales de precios en los mercados, lo que confunde a los agentes económicos y dificulta a la sociedad hacer un uso óptimo de sus recursos. Segundo, porque tiene el efecto de ir sacando del mercado formal a los inversionistas que se han especializado en su negocio formal.
Con el lavado de dinero entran al mercado inversionistas que hicieron su fortuna producto de invertir en negocios ilegales que eran sumamente rentables. Entonces, ya no necesitan rentabilidad, simplemente necesitan legalizar su capital de origen criminal.
La actividad económica ilegal produce capitales que luego tienen que ser lavados con una actividad económica legal. Estos capitales que son el producto de actividades económicas ilegales no solamente producen abundantes externalidades negativas a la sociedad; pero, además, cuando tienen que lavar en la economía formal este capital, generalmente penalizan, de manera directa o indirecta, la rentabilidad de los inversionistas honestos en el mercado. Esto es producto de la competencia deshonesta en el mercado de capitales que no exhiben un comportamiento económico de inversionistas legales, sino de inversionistas que necesitan limpiar capitales mal habidos.
Lo que corresponde es que el Estado confisque los capitales que son el producto de la actividad económica ilegal, porque esos capitales son tóxicos si se lavan exitosamente en el mercado formal con una actividad económica legal. Si no hay confiscación de capitales de origen criminal, uno sabe que el Estado es incompetente, y seguramente los precios en el mercado están en algún grado distorsionados por el lavado de dinero. Esto quiere decir que la economía es menos competitiva en términos internacionales.
¿Qué pasa con las fortunas que se hicieron en el siglo XIX con el tráfico de opio en el lejano oriente? Se puede argumentar que hay un punto cuando uno tiene que aceptar que la impunidad que da el Estado legitima el capital que ya ha operado por mucho tiempo en mercados legales. Entonces, hay capitales de origen ilegal que van a ser legalizados exitosamente. Pero esto no quita que el Estado deba hacer todo lo necesario para que esta realidad sea una anomalía y no la regla. Porque el lavado exitoso de capitales de origen criminal tiene un costo importante para la sociedad. Especialmente dando la señal de que el Estado es permisivo con el lavado de dinero.
¿Qué pasa con el lavado de dinero que no generó externalidades negativas para la sociedad donde se lava? Es difícil discriminar el efecto negativo del lavado de dinero. Los países que usan el lavado de dinero como fuente de inversión para producir crecimiento económico pagan con todo tipo de distorsiones en la economía. No vale la pena.
En países con mucha pobreza y economías poco competitivos en mercado internacionales, es políticamente muy difícil perseguir y penalizar los capitales de origen criminal que se invierten en la economía. Pero, lamentablemente, si esto no se hace, los capitales de origen criminal acceden con legitimidad a los círculos de poder de la sociedad, y de ahí a las instituciones del Estado, por medio del sistema político. Entonces la corrupción es imparable, ya que la sociedad no es capaz de hacer la distinción entre el capital de origen legal, y el capital de origen ilegal.
En ese momento el país tiene un problema mayor, ya que opera el principio de que “pecunia non olet” (la plata no huele a orina, le decía el emperador Vespasiano a su hijo, el futuro emperador Tito, cuando este último le criticaba el estar metido en el negocio de los baños públicos de la ciudad de Roma). Pero el capital que se forma con negocios ilegales, pero muy rentables, sí están contaminados por sus externalidades negativas de origen, y deben ser confiscados por el Estado. Si éste no lo hace, ese capital va a contaminar el mercado para lavarlo, y luego el sistema político con su poder adquisitivo. El capital lavado luego compra prestigio social y poder político.
Alí Babá tiene que darle al Estado la clave de la cueva de los cuarenta ladrones, para que el Estado se apodere de la riqueza robada, antes que los ladrones la laven en el mercado.
En términos literarios, Alí Babá vivía en un mundo donde el Estado estaba privatizado por sus autoridades para su propio beneficio. Alí Babá vivía en un mundo donde en el Estado no había separación de poderes, ni equilibrios ni contrapesos institucionales; y, los mercados eran esencialmente informales. En esta realidad tal vez no tenía tanto sentido que Alí Babá entregara la clave de la cueva al Estado. Operaba el principio de Alí Babá: la prosperidad dependía de conocer los códigos de los criminales: ábrete sésamo.




