O’Higgins y Prieto

José Tomás Hargous Fuentes | Sección: Historia, Política

El próximo domingo 20 de agosto se conmemoran dos relevantes efemérides para la construcción del Estado chileno en el siglo XIX: los nacimientos de Bernardo O’Higgins Riquelme y de Joaquín Prieto Vial, el primero en Chillán Viejo el año 1778 y el segundo en la ciudad de Concepción en 1786. Ambos nacidos en provincia, ambos militares, ambos gobernantes de la naciente República de Chile, en fin, ambos representantes de dos escuelas divergentes de cómo ejercer el Gobierno en Chile.

El lector no especializado, recordando los barnices que aún le quedan del colegio, dirá “Pero si ambos eran dictadores, no son modelo para nuestros días”. Al contrario, ambos son reconocidos hasta hoy como próceres que contribuyeron a la organización del naciente Estado post Independencia. De hecho, ambos tuvieron gobiernos relativamente exitosos. Lo primero que hay que decir es, más allá de la somera enumeración con que comenzamos esta columna, es que O’Higgins y Prieto tienen más semejanzas que diferencias. En primer lugar, los dos contribuyeron de forma relevante a la consolidación de la Independencia de Chile y su organización como un Estado soberano. 

En el caso de O’Higgins (1817-1823), como Director Supremo no sólo proclamó la Independencia nacional en 1818, y obtuvo relevantes triunfos militares en Chacabuco o Maipú, sino que organizó la Expedición Libertadora del Perú, crucial para garantizar la permanencia en el tiempo de Chile como Estado distinto del Imperio Español, e impulsó al Guerra a Muerte, de la que tres de sus comandantes dirigirán después de O’Higgins los destinos de la nación: Ramón Freire, el mismo Joaquín Prieto y Manuel Bulnes. También es digno de destacar la consagración de la causa independentista a la Virgen del Carmen, que después sería Reina y Madre de Chile, y Generalísima de nuestras Fuerzas Armadas.

Joaquín Prieto (1831-1841), en tanto, es el inaugurador de los llamados “Decenios Conservadores”, donde tres (o cuatro si consideramos a José Joaquín Pérez) presidentes gobernarían cada uno por dos períodos consecutivos, dando forma a uno de los períodos de mayor estabilidad política de la historia nacional, donde habrá sucesión regular de presidentes, progreso económico, desarrollo cultural y orden público por tres o cuatro décadas. Durante su gobierno, el tándem Portales-Bello consolidará el gobierno fuerte, impersonal y apegado al derecho, mientras que Manuel Rengifo –“Mago de las Finanzas”– ordenaría las finanzas públicas y generaría las condiciones para un desarrollo económico relevante por medio de la promoción de almacenes francos en Valparaíso, exenciones de impuestos en distintas industrias, comercio de cabotaje, reglamentación del sistema de aduanas, etc.

Tanto O’Higgins como Prieto redactaron constituciones (1818, 1822 y 1833), con éxitos disímiles, las cuales buscaban reforzar el poder del mandatario. Si para O’Higgins gatillarían su abdicación en 1823, Prieto lograría reforzar la estabilidad política más allá de la República Conservadora, manteniéndose vigente dicha Carta Magna hasta 1925, y garantizando la sucesión regular de presidentes por dicho siglo, con la cruenta excepción de la Guerra Civil de 1891, donde si bien José Manuel Balmaceda concluiría su período presidencial, no habrán elecciones regulares, siendo sucedido por un gobernante designado por el bando ganador del enfrentamiento.

Asimismo, ambos mandatarios tendrían relevantes triunfos militares. Si en el caso de Bernardo O’Higgins resaltan las citadas Batallas de Chacabuco y Maipú, además de la Expedición Libertadora –que dejará fuertemente endeudado al país con el Imperio Británico, debiendo Prieto repactar dicha deuda–, en el de Prieto destacará la victoria en la Guerra contra la Confederación Perú Boliviana (1836-1839). Dicha guerra será uno de los detonantes del descontento con su régimen, gatillando el Motín de Quillota, donde se apresó a su principal ministro, Diego Portales, quien sería asesinado en Valparaíso.

Si la guerra con el intento de imperio de Andrés de Santa Cruz causó incomprensión y descontento para con el gobierno de Prieto, quitándole a su ministro pero no interrumpiendo el funcionamiento del gobierno; para O’Higgins sus reformas sociales como la eliminación de los títulos nobiliarios, los cementerios de disidentes, y una segunda Constitución para mantenerse en el poder serían el dolor de cabeza de la aristocracia y de la Iglesia, lo que llevó al irlandés a abdicar y exiliarse a Perú, dando inicio a la Anarquía (1823-1830), que concluiría con el triunfo de los conservadores en Lircay (1830). Prieto sería consciente de dicha experiencia, y tendrá en la aristocracia y la Iglesia relevantes aliados, restituyendo sus títulos y manteniendo buenas relaciones con la Jerarquía, lo que le permitió seguir haciendo uso del Patronato de los Reyes.

Con sus luces y sus sombras, Bernardo O’Higgins y Joaquín Prieto son dos modelos divergentes de cómo ejercer el gobierno en Chile. Si O’Higgins representará el “cesarismo”, es decir, un gobierno ejercido por un caudillo personalista, sin el cual habría anarquía, el de Prieto dará término por un siglo a la anarquía y el caudillismo, estableciendo el régimen fuerte e impersonal que cien años después elogiará Alberto Edwards como un Estado en forma. A pocas semanas de nuestras Fiestas Patrias, y embarcados en un nuevo proceso constitucional, bien haríamos en conocer dichas experiencias de instalación de gobiernos en la naciente República de Chile.