Uno de los errores más evidentes del presidente Boric es haber designado a Izkia Siches en el Ministerio del Interior.
Las competencias que se exhiben para comunicar opiniones en temas de coyuntura -la pandemia, en concreto- nada tienen que ver con las capacidades que se necesitan para ejercer cargos ejecutivos de primer nivel.
Izkia Siches se ganó un reconocimiento artificial en sectores importantes de la opinión pública, porque decidió impugnar todas y cada una de las exitosas políticas del gobierno anterior respecto de la pandemia. No era su capacidad como médico la que era respaldada por esos porcentajes importantes de adhesión: era su empeño por enfrentarse a los Ministros de Salud de Piñera lo que la validaba. Cualquiera que hubiera ejercido esa función habría sido bien evaluado, porque lo valorado era el ataque a Piñera y no lo que se decía en concreto.
Y vino el cambio, y vino la debacle.
La dirigente gremial intentó convertirse -nadie puede negarle ese empeño- en la segunda autoridad del gobierno de Boric. Pero sus vacilaciones, sus errores, sus desastrosas decisiones, se multiplicaron hasta el punto que parecía una ficción que ella realmente estuviera en ese cargo. No, no puede ser, no es real: seguramente así se comentó cada una de sus caídas en tantos ambientes, incluso en los de Gobierno.
Hoy enfrenta una acusación constitucional. Tiene que defenderse. Quizás logre zafar. Si lo consigue, obviamente Boric la consolidará y subirá 10 puntos en su aprobación personal en todas las encuestas. Todo banal.
Pero nada de eso ocultará la pobreza de su gestión. ¿Ha llegado Chile a tan bajos niveles de calidad en el ejercicio del poder como para que alguien así pueda continuar en un cargo de máxima relevancia? ¿No sería su permanencia en el Ministerio del Interior un síntoma claro de la decadencia brutal de nuestra vida cívica?
Los que con ella suceda, es otra señal importante del estado de nuestra convivencia nacional.