Los mexicanos de hoy -así como los de ayer- ponen en el banquillo de los acusados a Hernán Cortés y a su mesnada. Peor aún, exaltan a los aztecas como héroes. Los traxcaltecas que apoyan la Conquista son denunciados como “vende patria”. Ello pese a que los habitantes de Tlaxcala estaban siendo víctimas de la opresión de Moctezuma, al igual que ocurre con otras tantas colectividades autóctonas. Son varias las que padecen el despotismo de Tenochtitlán. Por eso aclaman a los conquistadores como libertadores.
Malinche -hija de un connotado cacique tlaxcalteca- pasa a convertirse en asesora, intérprete y madre de los primeros mestizos, es decir, la primera hornada de mexicanos. Habrá que insistir… Antes de Cortés no existe México y el héroe peninsular es su fundador. Por ese motivo no se acepta el desprecio a esa heroína. Imputarla como traidora es no captar que nuestra raíz es mestiza. Los conquistadores -por sobre la leyenda negra- son quienes fundan la nueva estirpe, que es hija de la mezcla.
La mexicanidad -y, por extensión, Iberoamérica- no es producto de ese colonialismo que Europa impone a África y Asia. La hispanización supone que los conquistadores fundan una macroidentidad producto del mestizaje que, simbólicamente, representan Cortés y la Malinche. Se trata de una fusión de sangres y culturas que originan lo que José Vasconcelos denomina la “Raza cósmica”. Amparo Ochoa se equivoca en su interpretación de “La maldición de la Malinche”.
Sólo por un afán de buscar sinónimos se identifica a paraguayos con guaraníes, uruguayos con charrúas, chilenos con mapuches, mexicanos con aztecas… etc. Somos sumatoria de los que aquí se domicilian y las que están. No se trata de un colonialismo foráneo, sino de la fundación de un nuevo universo etnocultural que cubre del Rio Bravo a la Patagonia. La Malinche -doña Marina, luego del bautismo- así como Cortés, fundan México; y la Ochoa, por rutina, cobija nuestra crisis de identidad.
Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su página de Facebook.