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Cambio climático

El tema del “cambio climático” antrópico se ha transformado en una obsesión de la prensa en las últimas semanas, generando en ciertos sectores una especie de histeria colectiva, como si el fin del mundo estuviera a la vuelta de la esquina. Y a tal punto ha llegado este frenesí, que la avalancha de comentarios, pronósticos y propuestas están casi ahogando cualquier opinión disidente, fruto de un supuesto “consenso científico” nunca antes visto.

En realidad, esta absoluta seguridad y el total y a veces furibundo rechazo a cualquier postura contraria que no acepte a pies juntillas el origen antrópico del fenómeno, es lo que en lo personal, más dudas y molestias me produce, pues es cosa de analizar algunos datos bastante simples, para darse cuenta que las piezas no pueden calzar de una manera tan exacta como el pensamiento dominante pretende.

Un primer aspecto que llama la atención es que exista un supuesto consenso universal de los científicos a este respecto. Ello no es así, realmente, pues hay varias y autorizadas voces que al menos llaman la atención en cuanto a la responsabilidad humana en este fenómeno. Que no aparezcan en la prensa no indica nada, pues muchas veces se ha excluido de los podios a quienes van contracorriente, como muestra la historia. 

Además, si se hace memoria, hasta los años 70 y principios de los 80, la teoría dominante decía exactamente lo contrario: que la Tierra se estaba enfriando y que podíamos estar en los albores de una era glaciar. Sólo luego comenzó a escucharse sobre el “calentamiento global”. Pero como no en todas partes la temperatura se ha elevado, hoy prefiere hablarse de “cambio climático”, lo que es casi de Perogrullo, pues si algo ha cambiado en la historia del planeta, es el clima.

Por otro lado, está suficientemente documentado que entre principios del siglo XIV e inicios del XIX, se produjo la llamada “Pequeña Edad de Hielo”, fenómeno climático que enfrió notablemente las temperaturas, causando estragos en la civilización de la época, terminando, al menos en un principio, con la era de prosperidad que existió antes, durante el llamado “Período Óptimo Climático” o “Período Medieval Cálido” (entre el 900 y el 1.300), en que las temperaturas fueron incluso más altas que hoy. Sin ir más lejos, se sabe que cerca del año mil, los vikingos colonizaron Groenlandia (hasta que sucumbieron fruto de la miniglaciación posterior), tierra que llamaron así por su verdor (“green land”). Ahora bien, resulta lógico que si esta edad de frío terminó, las temperaturas debieran ir incrementándose hasta el día de hoy, no tanto por culpa del ser humano, sino por causas naturales.

Pero tal vez el problema más grave de todo esto sea el afán totalitario que mueve a algunos de sus defensores, que pretenden sepultar agresivamente cualquier disidencia o incluso el más mínimo debate sobre el tema. Ello es inaceptable, pues nadie tiene derecho a prohibir que se piense diferente. Este es un asunto de extrema gravedad, cuyos nefastos frutos ya hemos visto con los regímenes todopoderosos del siglo XX. En consecuencia, si ahora se quiere imponer el dogma del origen antrópico del “cambio climático”, ¿qué vendrá después?

Por eso, más peligroso que cualquier “cambio climático”, es que suframos un “cambio mental” que ahogue una de las mayores riquezas de la raza humana: la originalidad de cada uno de sus integrantes y la posibilidad de pensar diferente.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por diario El Sur de Concepción. El autor es Doctor en Derecho y Director de la carrera de Derecho de la Universidad San Sebastián.