Católicos y evangélicos en la vida pública

Manfred Svensson | Sección: Religión, Sociedad

Se cumple en estos días un año desde la entrega de una carta de las iglesias cristianas al gobierno. Esta carta “sobre los valores fundamentales de la vida, el matrimonio y la familia” merece ser notada no sólo por su contenido, sino ante todo por el llamativo hecho de su autoría conjunta: quien conozca algo de las relaciones entre evangélicos y católicos en Latinoamérica tiene motivo para pensar que algo peculiar está ocurriendo. ¿Pero exactamente qué?

Podría, desde luego, tratarse de un fenómeno puramente reaccionario: podría tratarse de que católicos y evangélicos se sigan viendo como meros rivales, pero que en presencia de un tercer rival cada vez más fuerte, opten por un momentáneo cese de las hostilidades. Que la carta careciera de ecos (al menos de ecos públicos) durante el año siguiente, hace plausible esa lectura.

Pero también es posible que tenga lugar un desarrollo distinto. Puede, en efecto, ocurrir que la complejidad de la situación contemporánea conduzca a un intento conjunto por interrogarse respecto de la vitalidad de la tradición cristiana de reflexión social. Eso implicaría una relación recíproca más significativa que la de la mera colaboración táctica, y ayudaría también a impedir que el motor del trabajo sea un simple contraataque al secularismo, motor que difícilmente conducirá a abrir caminos muy creativos.

No es pues una unificada “derecha religiosa” lo que así debería emerger, ni tampoco se trataría del igualmente pobre ecumenismo en torno a causas progresistas. Una adecuada reflexión de largo plazo más bien debería contribuir a debilitar esas dos tendencias, mostrando no sólo preocupación por un más vasto rango de temas, sino también por la relación recíproca entre los distintos problemas del hombre contemporáneo. De lado quedaría así la burda contraposición entre “moral sexual” y “moral social” que ocasionalmente se oye al tratar sobre el papel de la religión en la vida pública.

Que tal trabajo pueda ser realizado en conjunto por tradiciones que siguen estando en muchos sentidos separadas puede parecer un obstáculo. Pero no parece deseable minimizar o reducir de modo superficial las diferencias. Para un escenario pluralista como el actual más bien parece significativo lo que puede ocurrir si, con plena conciencia de tales diferencias, se muestra capacidad para explorar el tronco común de reflexión social, y tener así un diálogo que no se agote en fórmulas vacías de reconocimiento recíproco.

 

 

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Segunda.