Contradicciones vitales
Joaquín Reyes Barros | Sección: Religión, Sociedad
Un amigo dice que es contradictorio ser católico. Que envuelve una “contradicción vital”, como se dice. Yo digo que no. Y según el principio de no contradicción, resulta que no podemos tener razón los dos al mismo tiempo. Por lo que hay dos opciones: o él está en lo cierto, y yo, para no caer en una contradicción vital, reniego de mi fe; o yo estoy en lo cierto, con lo cual él tendría al menos que aceptar que las enseñanzas de la Iglesia Católica no envuelven contradicción alguna, es decir, que creyendo lo que cree un católico se puede vivir coherentemente. La otra opción –una tercera opción– sería tomarnos de las manos y hacer como si fuera un tema menor, una cosa sin importancia para la vida…gran tentación, la de no discutir, para alcanzar esa “unidad y paz fruto de la democracia”, esa verdadera corrupción pacífica de la fe y la moral que tanto agrada al mundo moderno. Gracias a Dios que esa opción, entre personas dispuestas a razonar de verdad, no existe.
Ahora bien, ¿qué es ser católico? Es necesario saberlo para dirimir si es o no contradictorio serlo. Pues bien, un católico cree en ciertas cosas y vive de cierta manera. ¿En qué cree? Un católico que lo sea realmente, es decir, aquel en que el adjetivo “católico” no sea una mera excusa para ocultar otra fe contraria a la de la Iglesia católica –como suele ocurrir entre muchos que se llaman “católicos” pero que creen en cualquier cosa–-, un católico que crea lo que creen los católicos y no en esa abominación religiosa, esa falsa religión con envoltorio cristiano que es el creer en un Dios hecho a la exacta medida de los caprichos personales y al que dan una apariencia externa de “catolicidad”, cree en un montón de cosas que, a los ojos del pagano, resultan, a lo menos, extravagantes.
La doctrina católica enseña que, siendo un solo Dios, existen Tres Personas Divinas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cada una es Dios, pero no hay tres dioses distintos, es un solo Dios en Tres Personas. Unidad de naturaleza, distinción de personas. Además, la Segunda Persona, el Hijo o Verbo, se encarnó, tomando para sí la naturaleza humana. Una sola Persona, dos naturalezas: Este es el Cristo, verdadero Dios y verdadero Hombre, que murió en la cruz pagando el precio por nuestros pecados, ganándonos el Cielo si es que aceptamos la redención por Él operada, y resucitó, venciendo a la muerte y a Satanás (un ser espiritual y personal, realmente existente, un ángel caído), abriéndonos el Cielo y elevando la naturaleza humana a un estado de mayor perfección que aquel en que se encontraba el hombre antes del pecado original. Y no sólo eso: este mismo Cristo, se encuentra realmente presente, en su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad en los Sagrarios. No es una metáfora: el mismo Cristo que murió y resucitó, está substancialmente presente bajo las especies de pan y vino. La conversión del pan y el vino en Cuerpo y Sangre de Cristo es lo que llama la teología “transubstanciación”: cambia la substancia de pan y vino, para ser Cuerpo y Sangre, manteniéndose los accidentes. En otras palabras: parece pan y vino a los sentidos, pero en realidad es el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Por si esto fuera poco, los católicos creemos también que fuera de la Iglesia no hay salvación, que, como dice San Ireneo y lo recoge el Catecismo de Juan Pablo II, “quien no tiene a la Iglesia como Madre no puede tener a Dios como Padre”. Que existe un Cielo, un Purgatorio, y un Infierno, y que tanto el primero como el último de estos lugares es para siempre. Quien se condena, permanece para siempre sufriendo penas corporales y espirituales. Quien se salva, permanece en un estado eterno de felicidad junto a Dios, principio y fin de toda la Creación. Por lo tanto, conocer la fe es necesario para la salvación, pues nadie ama lo que no conoce. Tener fe y vivir conforme a ella es necesario para salvarse. Si alguien culpablemente reniega de la fe o no vive conforme a ella, merecerá el castigo por su culpa, y quien viva conforme a ella tendrá su premio.
Difícil de creer. Algunas afirmaciones incluso parecen, a primera vista, irracionales. Sin embargo, ninguna lo es. Sí, escapan a la total comprensión de la mente humana, son de orden sobrenatural. Pero no son contradictorias. La doctrina católica es coherente con el orden de la razón. Y no se puede demostrar lo contrario. Sí, la inteligencia humana puede inventar sofismas infinitos para retrasar la adhesión intelectual a los artículos de fe. Pero los sofismas son sólo eso: telarañas mentales que impiden pensar con claridad.
Difícil de creer… ¿difícil de vivir? Depende. Un católico que se conforma con la voluntad de Dios en todo, es el hombre más feliz de la tierra. Seguro que será difícil aceptarla en algunos momentos, pero es mucho más fácil vivir así que como los que no tienen Dios. Cierto es que el camino de la virtud puede ser difícil a veces, y que requiere tiempo desarraigar vicios. Pero se gana la paz interior, el dominio sobre sí, y la vida eterna, ¿qué mejor? Es cierto que para un pagano la moral católica resulta a veces difícil de aceptar. Quizás lo más difícil, porque lo envuelve a todo, sea aquello de “Amar a Dios sobre TODAS las cosas”. Más que a la propia familia, más que el propio orgullo, más que todo. Temas como ir a Misa los domingos, soportar con paciencia los sufrimientos, renunciar a los propios gustos para ayudar al prójimo por Dios, vivir la virtud de la castidad, aborreciendo la pornografía, la anticoncepción y la mentalidad anticonceptiva, la sodomía, el aborto, y tantas otras prácticas comunes e incluso favorecidas positivamente por muchos, defender la familia y el matrimonio para toda la vida, etc., son signo de contradicción dentro del ambiente descristianizado en que nos toca vivir. Por ello ser católico, y serlo de verdad en todos los ámbitos de la vida, resulta especialmente heroico dadas las circunstancias actuales de la sociedad.
En resumen: tanto en el ámbito teórico como en el práctico, la doctrina católica, a pesar de su apariencia “contradictoria”, presenta una solidez incomparable, siendo una real fortaleza espiritual de razón y sentido común contra las embestidas del error, la ignorancia y el pecado. Quien acude a las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia Católica para profundizar en su comprensión de la realidad y busca vivir su vida conforme a él, se encontrará de súbito con una riqueza inefable, que permite andar por camino seguro, como muchos lo han hecho a lo largo de la Historia. Como dice Chesterton en su ensayo titulado “¿Por qué soy católico?”: “No hay ningún otro caso de una continua institución inteligente que haya estado pensando sobre pensar por dos mil años. Su experiencia naturalmente cubre casi todas las experiencias, y especialmente casi todos los errores. El resultado es un mapa en el que todos los callejones ciegos y malos caminos están claramente marcados, todos los caminos que han demostrado no valer la pena por la mejor de las evidencias; la evidencia de aquellos que los han recorrido”. En otro ensayo del mismo autor llamado “¿Por qué me convertí al catolicismo?”, sostiene con gran elocuencia que “una persona que se convierte al catolicismo, llega, pues, a tener de repente dos mil años”.
El catolicismo no es contradictorio con el orden de la razón, con el orden natural, como algunos –como mi amigo– piensan. Es más, lo supone y lo defiende cuando se ve amenazado, pues para que haya un orden sobrenatural (que es de lo que primariamente se ocupa la Iglesia, de realidades sobrenaturales), debe existir previamente alguna naturaleza a la cual superar. Si el catolicismo eleva la naturaleza humana, debe también preocuparse de que dicha naturaleza se perfeccione lo más posible dentro de sus capacidades naturales, para así ser apta para recibir las gracias sobrenaturales. Dicho de otro modo: Antes de ser católico (orden sobrenatural), se es persona (orden natural). Ahora bien, para elevar el ser personal a su más alta perfección, hay que ser católico. ¿Signo de contradicción con el mundo moderno? Más vale que sí.