Prat: dimensiones trascendentes y espolonazos

Joaquín Muñoz L. | Sección: Educación, Historia

Aunque suene extemporáneo, corresponde referirse a un hecho acaecido en el siglo XIX, hace mucho más de 100 años: el Combate Naval de Iquique.
El significado de este episodio de nuestra historia tiene muchas dimensiones. La más común -tal vez, por ello, la menos importante- es la de un hombre saltando de un barco a otro, decisión que le costaría la vida por defender una causa. Simple de entender, pues, todos los días vemos gente que muere por defender alguna causa. Las causas pueden ser muy diversas y sus defensores también, los que van desde los más nobles -tal es el caso de los héroes del Combate Naval de Iquique- a los más siniestros -el MIR y el FPMR son buenos ejemplo de esto-. Quedarse con lo superficial, con lo que se ve, le quita trascendencia al sacrificio de Prat y sus marinos. Dicho de otro modo, esto lleva a una visión simplista de este episodio, pudiendo incluso restarle mérito injustificadamente.
Entonces, ¿cuáles serían las dimensiones de mayor trascendencia? Sin duda, las subyacentes, las que no se ven, salvo si se analiza rigurosamente lo acaecido, algo así como “lo que va por dentro”. Pudiendo haber varias dimensiones, hay dos fundamentales que las ve casi inmediatamente el buen analista: la influencia en la historia y el ejemplo de superioridad moral. Éste es el verdadero motivo por el cual a la izquierda le resulta tan molesta esta efeméride. Con una concepción colectivista del ser humano, en la que cada individuo es sólo una parte de un todo sin poder de influencia, algo así como un zombi, y, con el materialismo como centro ordenador que niega la existencia de cualquier bien no material, la izquierda sufre con cada alocución al Combate Naval de Iquique, pues percibe cuáles son sus reales dimensiones.
Según el marxismo, hay una dialéctica: tesis, antítesis y síntesis, obviamente materialista. Los individuos en sí no son actores, no tienen la capacidad para conducirse a sí mismos con libertad. Se trataría de partes de un todo. Como son todos iguales, nadie se destaca por sobre el resto, es decir, nadie puede determinar el curso de la historia. Un craso error de quienes no reconocen la naturaleza de la persona humana. Hay quienes se destacan en ciertos ámbitos, quienes salen de la masa, son ellos los capaces de provocar cambios. El capitán Arturo Prat está entre ellos. Hasta el Combate Naval de Iquique, la guerra no concitaba un gran apoyo, lo que cambió con esta epopeya.
El compromiso de la sociedad chilena en su conjunto posibilitó el triunfo en la Guerra del Pacífico, pero algo tuvo que originarlo. Fue de tal magnitud la impresión que causó el desigual enfrentamiento entre la Esmeralda y el Huáscar que la población se volcó por completo a la causa. Los cuarteles no eran capaces de recibir la gran y creciente oleada de voluntarios. En conclusión, un Prat capaz de determinar el devenir de la historia de su país, alguien destacado que deja en ridículo la idea marxista de la igualdad total entre las personas, además, su aporte consistió en ensalzar los valores patrios, o sea, una de las muchas antítesis a ese absurdo capricho marxista de negar todo lo inmaterial. Simplemente, “dos certeros espolonazos”.
La otra dimensión subyacente de este hecho histórico es la superioridad moral. La sola expresión de este término provoca mal estar en la izquierda y en muchos de sus serviles compañeros de ruta, conscientes e inconscientes. En un mundo en que los valores son relativizados al extremo de hablarse de una “moral personal”, asignarle superioridad moral a alguien es un acto de soberbia o de “fascismo”. Obvio que estos calificativos corresponden a quienes rechazan las ideas y antivalores de la izquierda, pues, ésta se cree dueña de la verdad. La superioridad moral de Prat y los suyos pueden llevar a que muchas personas quieran emularlos, y adopten posturas valóricas contrarias a la intrascendencia materialista de Marx. El solo hecho de dar la vida por una causa noble, como es el servicio a la patria, pone a Prat, frente a la opinión pública, en un sitial al que se llega únicamente por méritos. Prat prefirió el honor a la vida; pudo huir, tenía una familia feliz y una carrera promisoria, pero las desechó. De haber huido, nadie se lo habría reprochado debido a la enorme superioridad de su oponente. Es un peligro para la izquierda que la población vea a alguien como superior moralmente y doble peligro si se trata de un patriota. Otro “certero espolonazo”.
Las dimensiones tratadas en este artículo apuntan a lo que debe orientarse la formación de nuestros jóvenes y niños. Se les debe inculcar valores, partiendo por el patriotismo, y, sobre todo, que no crean ese canto de sirena de la igualdad total, porque así ninguno intentará superarse en ámbito alguno, y no se verán a sí mismos como personas capaces de determinar el devenir de la historia, entregándose como autómatas a las consignas del momento. Prat es un buen ejemplo para usar en este cometido. Su grandeza es tal que, al otro lado del Pacífico, ya se le ha puesto de ejemplo: el Almirante Togo, en Japón, instaba a sus alumnos a ser como él. No por casualidad, en 1985, la Academia Naval del Japón rindió homenaje a quienes consideraba los tres máximos héroes de la historia naval mundial: el almirante inglés Nelson, el almirante japonés Togo y nuestro capitán Prat.
Por lo antes mencionado, es que cada vez que algún izquierdista puede dañar la imagen de Prat lo intenta hacer. Una vez fue un atentado con explosivos a su monumento frente al Mercado Central de Santiago, otra una obra de teatro, ahora escuelas que no conmemoran el 21 de mayo para no molestar a los alumnos peruanos, como si fuera el dueño de casa quien debe adaptarse y no la visita. Sin embargo, estas aberraciones sólo logran engrandecer su imagen, pues, lo único que pueden usar contra él son injurias y calumnias. No se le ha encontrado nada: era buen hijo, buen marido, buen padre, buen amigo, buen abogado y, como marino, un gran capitán.