Chile corrupto

Alvaro Pezoa B. | Sección: Política, Sociedad

¡Y ahora los jueces! ¿Y, junto a ellos, quién(es) más? El enfermo tiene cáncer, pero se hace el distraído; no se quiere enterar. Prefiere compararse con otros vecinos cercanos, pacientes ya en fase terminal, para encontrase a sí mismo bien (o no tan mal) de salud. Y, a renglón seguido, con afán de autoafirmarse se engaña, convenciéndose de que el remedio pronto producirá la cura necesaria. Está viviendo la fase de “negacionismo”, se diría en la actualidad.

Es lo que pasa a la sociedad chilena con la corrupción. Enfrenta un evidente proceso de descomposición moral, pero mira para el lado para no verse a sí misma, sustentando sus esperanzas en que la “institucionalidad funcione”. Entretanto, no hay visos de que el cuerpo social reaccione debidamente. Después de un poco de “show mediático” y “cuchicheo ciudadano”, las condenas sociales, gremiales o judiciales, con escasas excepciones, tienden a diluirse, especialmente cuando se acercan a sus etapas decisivas o alcanzan las alturas del dinero, el poder y la influencia. De paso, cómo no, el cuadro se completa con la gradual pérdida de la capacidad de asombro. Casi en desfile se van sucediendo los casos pública y ampliamente conocidos de faltas a la ética. Repasando únicamente el pasado reciente, prácticamente no se salva ningún estamento: empresas y negocios, partidos políticos, Congreso, Fuerzas Armadas y de Orden, municipalidades, establecimientos de educación, Contraloría, Poder Judicial, la Iglesia y más. Las nociones de conflicto de interés y tráfico de influencias se han desdibujado hasta parecer inexistentes para muchos. Desvirtuado el fondo, se descuidan cada vez más las formas (personales e institucionales) y la estética elegante asociada al actuar recto. Cunden la desvergüenza y el cinismo, donde antes primaba más solitaria la hipocresía.

¿Basta para contrarrestar este fenómeno social con la dificultad que la tecnología y las redes sociales significan para el secretismo y el ocultamiento? Claramente no, aunque ayuden. Se requiere bastante más. En primer lugar, e imposible de substituir, se precisa de liderazgos con auténtica autoridad, esto es, con menos preocupación por la opinión pública, la corrección política y el “aplausómetro”, acompañada por una dosis mayor de prudencia realista y valoración del bien común; más disposición a hacer aquello que corresponde, que a acomodarse sin más a las circunstancias. El segundo aspecto fundamental guarda relación con la mejora substancial de los mecanismos institucionales orientados a impedir o desalentar las malas prácticas y a penalizarlas con severidad ejemplar cuando ocurran. Un detalle crucial: lo segundo no suele suceder en ausencia de lo primero. ¿Existen esos liderazgos decididos con las convicciones y la fortaleza que Chile hoy necesita? Es de esperar que se manifiesten o emerjan.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera https://www.latercera.com/opinion/noticia/chile-corrupto/618619/, el miércoles 17 de abril de 2019.