Democracias tradicionales

Juan Ignacio Brito | Sección: Política, Sociedad

La ley primera de la democracia es que la voz del electorado es sagrada. La teoría dice que la decisión que emerge del voto popular es incontestable y debe ser acatada por quienes gobiernan. En la práctica, sin embargo, es posible advertir hoy en muchas partes del mundo cómo ese principio básico está siendo desafiado o abiertamente contrariado por élites que resisten inclinarse ante unos electorados que las rechazan.

El caso más patente es el del Brexit. Resulta difícil dejar de concluir que el acuerdo al que han llegado el gobierno de Theresa May y la Comisión Europea traiciona el espíritu de lo aprobado por la mayoría de los británicos en el referéndum de 2016. Es obvia la existencia de poderosos intereses –especialmente económicos— que jamás han estado dispuestos a aceptar la derrota y presionan a través de una campaña del terror que ya lleva años para que, en los hechos, la salida del Reino Unido de la UE sea simbólica y acotada. A esos sectores les gusta la democracia mientras sean ellos quienes ganan. La traición de May no ha sido gratuita: enfrenta una rebelión dentro de su partido y una incierta votación del acuerdo en el Parlamento, que el martes votó para declarar en desacato al gobierno de la primera ministra y para advertirle acerca del curso que ha escogido seguir.

Algo similar ocurrió en Colombia luego de que los Acuerdos de Paz con las FARC fueran rechazados en un plebiscito. Violando la voluntad mayoritaria expresada en las urnas, el gobierno de Juan Manuel Santos les dio un ligero retoque a los acuerdos y eludió la convocatoria a una nueva consulta. Optó en cambio por llevar las enmiendas al Congreso, donde un plan de paz expresamente rechazado por la ciudadanía fue aprobado con ligeros cambios. Cuando la gente tuvo oportunidad de votar de nuevo, eligió a Iván Duque, muy crítico de los acuerdos, y relegó a un distante y humillante cuarto lugar al candidato favorecido por Santos.

Otros casos de elusión democrática tienen lugar hoy en Alemania y en España, donde los partidos gobernantes hacen lo imposible por evitar la convocatoria a elecciones generales, porque saben que en ellas serían repudiados por la ciudadanía. En ambos países ha habido largos períodos sin gobierno efectivo ante la dificultad de conformar coaliciones. Y cuando se han celebrado elecciones regionales o parciales, las agrupaciones en el gobierno han sufrido traspiés históricos, como sucedió con la CSU en Bavaria y el PSOE en Andalucía. En el caso de España, se ha llegado al extremo de que el Partido Socialista gobierna pese a contar con apenas un cuarto de los diputados. Lo lógico sería que en una situación así se convocara a elecciones, pero no corren tiempos normales: hoy los que predican democracia están lejos de practicarla; prefieren hacerse los lesos y gobernar de espaldas a sus pueblos, a los cuales desprecian.

Porque, enfrentadas a un creciente cuestionamiento de parte de los votantes, muchas de estas agrupaciones optan por menospreciarlos. Así se entiende que, por ejemplo, la senadora demócrata de EE.UU. Mazie Hirono sostuviera hace unos días que el problema de su partido es que sus propuestas son “demasiado inteligentes” y que los dirigentes del partido “saben tanto”, que el público no conecta con ellos. El fenómeno político en curso resulta tan adverso para estos sectores, que simplemente son incapaces de entenderlo. Y como no lo comprenden, tienden a descalificar a quienes se inclinan por soluciones populistas o nacionalistas, como hizo Hillary Clinton cuando tildó de “deplorables” a los votantes de Trump o como hacen quienes acusan de ignorantes, racistas, xenófobos, fascistas o primitivos a los políticos y movimientos que por todas partes hoy desafían el orden liberal que ha imperado en las últimas décadas. ¿Otro ejemplo? Un editorial de El País de Madrid luego de los comicios en Andalucía del último fin de semana y la irrupción del partido conservador Vox llevaba un título sugerente: “Llegan los bárbaros”.

Tal como sus antepasados de la Antigüedad, los “bárbaros” de hoy están invadiendo Europa, desde Polonia a Italia. Su avance amenaza también a quienes posaron de renovadores y no son más que un nuevo envoltorio para una vieja receta, como el francés Emmanuel Macron, en algún momento la esperanza del cosmopolitismo liberal, pero que hoy se encuentra acosado por la impopularidad y el malestar social que han devenido en las manifestaciones violentas de los “chalecos amarillos”. Mientras, las horas de Theresa May en el 10 de Downing Street pueden estar contadas, mientras que la impopular Angela Merkel ha anunciado su retiro. El hastío ciudadano ha arrinconado a los liderazgos tradicionales, cuya respuesta ante los nuevos tiempos provoca una paradoja: mientras más tratan de aferrarse al poder, menos posibilidades tienen de retenerlo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl