Centenario de Ricardo Krebs

Alejandro San Francisco | Sección: Educación, Historia

Recuerdo haber conocido a don Ricardo Krebs en su oficina del Campus Oriente de la Universidad Católica, repleta de libros. Posteriormente tuve la posibilidad de ser su alumno y de entrevistarlo, así como organizar con él algunas tertulias con jóvenes, donde compartía con sencillez una gran sabiduría adquirida con años de estudio y una vida que tenía su propia historia.

Nació el 2 de diciembre de 1918 en Valparaíso, aunque su familia y formación eran de raíz alemana. Terminado sus estudios secundarios partió a Europa, a estudiar Historia, en una Alemania que era gobernada por Adolf Hitler. Tuvo la oportunidad de verlo mientras este pasaba saludando a las masas enfervorizadas, sintiendo «que me miraba a mí, y que me miraba intensamente. Comenté esta experiencia con mis vecinos. Cada uno de ellos, por su parte, alegó que el Führer lo había mirado a él y exclusivamente a él. Poder hipnótico de una de las figuras más demoníacas de la historia de la humanidad«. Así lo recordaría vívidamente en 1992, al recibir el Doctorado Scientiae et Honoris Causa por la Universidad Católica de Chile, donde se había incorporado a su regreso al país en la década de de los 40.

Desde entonces se dedicó a la enseñanza universitaria y a la investigación histórica, llegando a ser uno de los académicos más renombrados de la segunda mitad del siglo XX chileno. Durante muchas décadas fue conocido por su famoso Manual de Historia Universal con el que estudiaban muchos alumnos de enseñanza media, «el Krebs» como se le llamaba. Hoy podemos conocer su vida de una manera bastante completa gracias a la excelente entrevista que le hizo Nicolás Cruz, publicada con el título de «Vivir lo que tiene más vida» (Ediciones Universidad Católica de Chile, 1998).

Krebs se interesó en muchos temas, sobre los cuales publicó y dictó conferencias y clases durante años: la Iglesia, el catolicismo y la secularización; la ilustración europea, y específicamente en España; teoría y filosofía de la historia; la nación, la identidad y la conciencia nacional en Chile, entre otros aportes, que en conjunto le merecieron la entrega del Premio Nacional de Historia en 1982. Después de eso publicó los dos tomos de la Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile (1994, en coautoría con María Angélica Muñoz y Patricio Valdivieso), sin duda uno de los temas que más lo apasionó en su última etapa académica.

Consultado sobre los grandes historiadores chilenos, mencionaba a Diego Barros Arana, a Jaime Eyzaguirre y a Mario Góngora. Del primero valoraba su estudio y documentación, además de su trayectoria educacional; a Eyzaguirre -«fervoroso católico y convencido hispanista«- lo admiraba también como historiador, por su labor cultural y la formación de discípulos; de Góngora decía poco después de su muerte que era «la figura más destacada de la historiografía chilena de los últimos tiempos y es, seguramente, el más universal en la larga serie de grandes historiadores que ha producido nuestro país» («El Mercurio», 2 de diciembre de 1985).

Sobre su propio aporte a la historiografía chilena, Krebs sostenía un aspecto que compartía con Mario Góngora: «La idea fundamental de que entre la historia chilena, la de América y la historia universal se diferencian por razones convencionales y prácticas, pero la historia de Chile es historia universal. La historia de Chile hay que ubicarla en un contexto más general«. En este sentido, animaba a ampliar la mirada, a tener una interpretación no exclusivista de las cosas y a pensar los procesos en una dimensión más amplia.

Hasta el final de su vida estuvo convencido de la importancia de la historia como disciplina, y de la necesidad de cultivarla para el mayor bien de la humanidad, con la «firme convicción de que justamente en medio de los fantásticos avances de la ciencia y la técnica es absolutamente necesario que el hombre siga comprendiéndose como ser humano. Esto es, como ser espiritual y moral llamado a trascender los límites de su existencia temporal, elevarse a las altas esferas de la verdad, de la belleza y del bien y realizarse en plenitud. Para ello no basta con actuar en el presente y proyectar el futuro. Es necesario conocer el pasado«.

En el centenario de Ricardo Krebs, es justo recordarlo por su valor intelectual y personal; por su aporte historiográfico y educativo; por su sabiduría y bonhomía. Por su generosidad con sus alumnos, y con Chile.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio