Lamentablemente, como estamos tan acostumbrados, en Chile, a sorprendentes escándalos políticos que rayan en el surrealismo, la gran cantidad de hechos no nos dejan tomar distancia para analizar situaciones de manera desapasionada, ni hacer las preguntas fundamentales. “Los árboles no nos dejan ver el bosque”, dicen. El caso Palma Salamanca es uno de ellos.
Resumiendo el doble escándalo: el primero, por parte del gobierno francés, por el asilo otorgado al ex terrorista del Frente Manuel Rodríguez (FMR), involucrado en el asesinato del senador Jaime Guzmán en plena democracia; y, el segundo, por parte de los diputados Gabriel Boric y Maite Orsini, por su visita a Francia a ver al asesino y secuestrador (recordemos que vivió por más de 10 años en México unido a una banda de secuestradores).
Que la discusión se centre en si hubo homenaje por parte de los diputados a Palma Salamanca, o en si el gobierno francés tiene derecho para dar asilo al terrorista o no, es relevante pero también lo es enfocarnos en el pasado para preguntarnos ¿qué sabe Ricardo Palma Salamanca? ¿Cuál es la valiosa información que posee el asesino, que hay toda una red internacional dispuesta a protegerlo de que caiga en manos de la justicia chilena?
Después de tantos años del asesinato y de la sorprendente fuga de la cárcel de los terroristas -fuga que sólo podría habérsela imaginado un director de cine de Hollywood-, podemos especular que Palma y el FMR no actuaron solos en el escape.
¿Quiénes estuvieron detrás de la fuga de la cárcel? ¿El gobierno de Aylwin tuvo que ver con la fuga? ¿Qué políticos estuvieron involucrados? ¿Qué otros gobiernos se involucraron en la protección de los terroristas? ¿Cuál fue el motivo de la visita de los diputados Boric y Orsini a Palma? ¿Qué información les reveló?
Lamentablemente no guardo mucha esperanza en que se revele toda la verdad ni que se haga justicia para este caso, al menos en este mundo. Solamente queda resignarse, con pesimismo, a ver como “los mismos de siempre” se salen con la suya una vez más. La única esperanza que queda es dejar de confiar en el establishment. Brasil ya se cansó de ellos, ¿nosotros cuándo?