Kavanaugh: muchas gracias

Gonzalo Rojas S. | Sección: Política, Sociedad

Las izquierdas duras del mundo entero son expertas en cacería. Buscan a sus presas, las cercan, las marean y las ejecutan. Cuando ya han logrado el control de un país, se multiplican los tribunales populares y se extiende el paredón. Cuánto sabía el Che de todo eso.

Pero cuando las otras izquierdas hacen como que juegan a la democracia, entonces recurren a los juicios espectáculo: la víctima es sometida primero a escarnio público y conducida después a instancias que los demócratas concibieron para que interactuaran ahí personas bien intencionadas. Obviamente, las izquierdas -y algunos liberales, también- se refocilan aprovechando la ingenuidad de quienes sucumben ante su presión, sin comprender que, muy pronto o más tarde, serán ellos mismos los acusados.

Las etapas están perfectamente codificadas.

Primero se espera que aparezca una situación de suyo conflictiva; después se busca un denunciante -o mejor aún, varios- y se escoge con pinzas la instancia judicial en la que se va a procurar acorralar a la víctima; se inicia una campaña comunicacional para condenar a la persona de antemano, porque se presume su culpabilidad; más adelante, se miente sin problemas durante el proceso y, finalmente, si se consigue una sentencia favorable, se piden las penas más severas, las condenas definitivas. No era la justicia lo que se buscaba, no; el objetivo era la eliminación política.

Pero si la resolución de la causa no le diera la razón a las izquierdas, si la víctima lograra sortear todos los escollos anteriores -como lo ha conseguido Brett B. Kavanaugh-, la agresión tomará otros derroteros. Le imputarán entonces al acusado el haber comprado a los jueces, por influencias o por dinero; lo vincularán con alguna red de algún tipo, y proseguirán, por todos los medios, una tarea de demolición, sin pausa, sin fin.

Kavanaugh, poco antes de obtener la victoria en la nominación a la Corte Suprema, describió perfectamente esta situación en el Wall Street Journal: «Mi época en la enseñanza media y en la universidad, más de 30 años atrás, ha sido ridículamente distorsionada. Mi mujer y mis hijas han sufrido amenazas viles y violentas. Contra ese telón de fondo he declarado ante el Comité Judicial… para defender mi familia, mi buen nombre y toda una vida de servicio público. (…) Por momentos mi declaración… reflejó mi abrumante frustración por estar siendo erróneamente acusado, sin corroboración, de conductas horribles completamente contrarias a mi carácter y a mi historia personal. Mis afirmaciones y respuestas reflejaron también mi profunda decepción respecto de la injusticia con la que estas alegaciones estaban siendo conducidas«.

Gracias, Kavanaugh: así se habla.

Y si alguien piensa que extrapolar esa situación a las izquierdas chilenas es un despropósito, su corta memoria debiera traerle rápido al presente la reciente acusación constitucional contra tres miembros de nuestra Corte Suprema. ¿Por qué el ministro Carlos Künsemüller afirmó que «si lo que se ha querido por estos parlamentarios es tener jueces dóciles y temerosos, y que vayan a preguntar al Congreso cómo tienen que fallar, se han equivocado; los jueces chilenos no van a hacer eso«? ¿Quién tomó la iniciativa respecto de esa acusación y desarrolló una campaña comunicacional activa contra la honra de los ministros acusados? ¿Qué izquierda fue la promotora?

Y no se piense tampoco que esa actitud de las izquierdas se circunscribe solo a casos de ámbito nacional. Hay otros tantos que ella misma plantea en instancias menores, pero que siguen el mismo patrón.

La única ventaja de todo esto es verlas venir, porque el mal es muy aburrido, es muy repetitivo.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio