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Elementos constitutivos de las naciones hispanoamericanas

“Lo primero que salta a la vista en el caso de las repúblicas hispanoamericanas es que son naciones mestizas, con un mestizaje que ha resultado de la confluencia en el suelo americano de numerosas formas de cultura de todo color y nivel de civilización. Naturalmente que al hablar ahora de mestizaje no pretendemos simplemente referirnos al hecho escueto de la entremezcla de razas, porque entonces no habríamos dicho nada. No hay nación en el mundo, en efecto, que a estas alturas de la Historia no sea una nación mezclada. […] El mestizaje propiamente dicho es aquél en que se da cierto desequilibrio racial; aquél en que existe una raza, o, si se encuentra demasiado biológico el término de raza, una forma de cultura que desde el principio se mostró superior a todas las demás. Y es éste en realidad, el caso al cual la estimación común de los mortales aplica el concepto estricto de mestizaje. A nadie se le ocurriría decir, hablando en serio, que Inglaterra, Francia o Alemania, por ejemplo, son naciones mestizas; en cambio, sí se dice que lo son México o Perú, Bolivia o Paraguay. Porque, dígase lo que se quiera, el uso le ha dado cierto matiz peyorativo, incluso por parte de aquellos mismos que se empeñan en proclamar, con bastante razón por lo demás, que tanto vale un mestizo como uno que sea puro desde el punto de vista racial. No se quiera ver aquí un prurito nivelador que en realidad se halla muy lejos de nuestro propósito. Los españoles en América se enfrentaron con toda clase de pueblos […]. Sin embargo, la esencia de la situación no llegó a variar sustancialmente, porque tanto los caribes como los aztecas o los incas –para enlazar en la comparación los dos extremos de la serie– coincidían en el punto fundamentalísimo de ignorar por igual el conjunto de valores eternos de que, por condición connatural, es portador necesario la persona humana. De aquí se deduce que la eficacia política de semejantes organismos tenía que mostrarse del todo insuficiente a partir del instante mismo en que se enfrentaran con cualquier tipo de verdadera civilización; porque no es posible que pueda subsistir normalmente dominio alguno en el orden de las realidades colectivas sin que medie el respeto, por parte de la autoridad, a los derechos que los súbditos, por la suya, están resueltos a hacer respetar. Ésta es, en cierto sentido, la razón por la cual ni la misma estructura política romana –la más perfecta, sin disputa, que concibió el hombre privado de las luces sobrenaturales de la Revelación– pudo subsistir ante el empuje arrollador de los nuevos tiempos que el Cristianismo venía a inaugurar sobre la faz de la tierra.”

“Esta es la razón, también, del margen enorme de superioridad de que pudo disponer siempre la forma cultural española frente a las masas de la población indoamericana, de lo cual podemos deducir una consecuencia inesperada para muchos. En efecto, cuando dos influjos extremadamente dispares por su intensidad llegan a enfrentarse, el que sea o se manifieste menos vigoroso vendrá a quedar frente a su rival en una situación comparativamente pasiva, muy semejante a la del mármol frente a la actividad creadora del escultor. […] Pues bien, esa fue, desde el primer momento, la posición ocupada por las seudoculturas indoamericanas frente a la cultura española. Su enorme inferioridad comparativa hizo que la reacción con que no pudieron menos de responder a la acción española fuese tan débil que, desde el primer momento también, vino a asemejarse a la resistencia pasiva del mármol frente al cincel del escultor. Los indoamericanos no impusieron rumbos a los españoles, sino que tan sólo les ofrecieron ciertas y determinadas condiciones de trabajo. Inútilmente buscaríamos, en efecto, un solo valor fundamental de la cultura española abandonado por los virreyes o por las demás autoridades establecidas por España en América; en vano buscaríamos también algún valor fundamental y privativo de la cultura azteca o de la de los incas que haya venido a figurar como principio orientador, y no solamente como rémora, en las culturas mexicana o peruana, respectivamente. Limitar no es lo mismo que impulsar. El límite viene de fuera; el impulso viene de dentro. El que limita deja cierto número de posibilidades más o menos amplio; el que impulsa, en el orden y medida mismos en que impulsa, señala –más aún, impone- cierta dirección determinada y única, con exclusión de todas las demás. Ese es el error fundamental de los indigenistas […]: el de no analizar, el de no situar, el de confundirlo todo. No basta la simple verificación de que los elementos indígenas han contribuido a la génesis y estructuración de las naciones hispanoamericanas; porque, primero, en eso estamos de acuerdo todos, y luego, porque si se quiere demostrar con eso que aquellas naciones son indoamericanas con exclusión de todo elemento racial o cultural español, nosotros podríamos, con igual derecho –por lo menos-, forzar la nota española, rechazar el hecho de la injerencia o intervención indígena y proclamar que los hispanoamericanos son simplemente españoles. No basta por eso –según acabamos de decirlo– con comprobar, con verificar. Es preciso, además, aquilatar, valorar, según vamos haciendo nosotros en el curso de este trabajo.”

“Con lo dicho basta para demostrar que, en la génesis y estructuración de la cultura hispanoamericana, la cultura española ha desempeñado desde un principio una misión perfectamente análoga a la que en el compuesto humano desempeña la forma sustancial; es decir, la de constituir la razón última intrínseca y la raíz propia de todas sus perfecciones”.

“La razón decisiva por la cual la cultura española pudo actuar como elemento determinante o formal de la cultura hispanoamericana fue, en buenas cuentas, su espíritu cristiano. No pretendemos con esto hacer del cristianismo un elemento integrante de ninguna cultura, porque sabemos de sobre que su trascendencia sobrenatural se lo impide […]. Pero si no puede ser elemento integrante de una cultura, puede ser –e incluso debe ser–, respecto de ella, principio determinante trascendente. […] Ninguna forma de cultura extracristiana ha llegado a concebir, remotamente siquiera, las verdades especulativas y prácticas del Derecho natural. Esto resulta tan cierto en el caso de la refinadísima civilización grecorromana como en el de la barbarie azteca. Eso fue lo que la Iglesia logró infundir en el seno social del Imperio romano, como lo que los españoles llevaron a América”.

Nota: El ensayo “Hispanidad y Mestizaje” fue escrito por el padre Osvaldo Lira en 1950, durante su estadía en España, y en 1985 fue editado nuevamente, junto a otros dos ensayos que conforman el libro del mismo nombre.