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El fin del consenso de la elite llegó a Latinoamérica

En mayo del 2016, tras las primarias del estado de Alabama que dieron la nominación republicana a Donald Trump, The Economist dedicó su portada al entonces candidato. La revista publicó un titular sin matices: “El triunfo de Trump, tragedia de América”, junto a una caricatura burlesca de quien seis meses después sería electo Presidente.

Trump podrá gustarnos o no, sin embargo, lo relevante fue el hito de su elección en el marco de un proceso político mucho más profundo: el despertar de la mayoría silenciosa contra el consenso progresista. Es un fenómeno que no podemos desconocer, al igual como no podemos desconocer la hostilidad de la clase política, de los artistas, de los medios y de la elite en general. Esa aversión al candidato republicano durante la campaña, como no se había visto con ningún otro, y tan habitual en los medios como impropia, es la misma que hoy vemos en Brasil contra Jair Bolsonaro. ‘Misógino’, por afirmar que no existe derecho a darle muerte al hijo en gestación; ‘homofóbico’, por sostener que el matrimonio es entre un hombre y una mujer; ‘xenófobo’, por postular que la inmigración debe ser controlada, ordenada y dentro del marco legal; y ‘populista’, por proponer combatir en serio la delincuencia, por afirmar que reduciendo impuestos, burocracia y regulaciones excesivas reactivará la economía brasileña, y por desconfiar de la omnipotencia de los organismos internacionales. Así insulta la elite progresista, así se refiere a quienes, defendiendo la vida y la familia, la seguridad ciudadana y la austeridad fiscal, han conseguido construir vínculos sólidos con grandes grupos de votantes que históricamente la izquierda entendía como propios.

Esa aversión de la elite es consecuencia de que a veces es difícil aceptar la realidad de las cosas, realidad que nos propone varias conclusiones. Primero, que la victoria de Trump no fue un hecho aislado, por el contrario, fue un paso más en una secuencia que comenzó hace al menos una década en Europa del Este, en el marco de la defensa de la soberanía e identidad nacional frente al creciente aumento de atribuciones por parte de la Unión Europea. El fenómeno se expandió por Europa, y tuvo su impulso definitivo el 2016 con dos triunfos inesperados: el Brexit y la elección presidencial norteamericana. La consolidación no tardó: al año siguiente Alternativa para Alemania (AfD) se transformó en la tercera fuerza política de ese país y el Partido de la Libertad (FPÖ) formó gobierno junto a los Conservadores en Austria. Este año los soberanistas formaron gobierno en Italia, y el fenómeno tendrá su debut latinoamericano en las presidenciales de Brasil.

La segunda conclusión es que los sectores populares y los jóvenes no pertenecen a la izquierda. Lo que alguna vez fue asumido como premisa, hoy es desvirtuado por la experiencia: Trump ganó en las zonas obreras y rurales; y en las periferias urbanas, ganó en condados que llevaban décadas votando demócrata. La base electoral de los partidos soberanistas de Europa tiene una composición similar: los jóvenes y los grupos sociales que más han sufrido la política de inmigración descontrolada. En Brasil, Bolsonaro concentra su mayor adhesión en los votantes jóvenes del sur.

Todos estos triunfos tienen un significado más profundo y permanente; es el despertar contra la elite y su consenso sobre qué debemos pensar, cómo hay que vivir, qué contenidos deben enseñarse en los colegios y hasta qué hay que comer; es la rebelión de los humildes, que piden respeto por lo que más valoran: su familia, su patria y su fe, que no quieren utopías de mundos fantásticos, sólo respuestas a las verdaderas urgencias sociales.

Hace unos días The Economist publicó una portada similar a la del 2016, esta vez dedicada a quien hoy lidera las encuestas de cara a las elecciones presidenciales de Brasil: “Jair Bolsonaro, la última amenaza de América Latina”. Así, la revista más prestigiosa de análisis político de Occidente repite el menosprecio y nos confirma el diagnóstico. Podrán negarlo hasta mucho después del día de la elección, y Bolsonaro podrá ganar o perder, así como podrá gustarnos o no, pero lo relevante es la realidad que tenemos al frente: el fin del consenso llegó a Latinoamérica.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl