Padres, ¡retomemos el control!

Pilar Molina | Sección: Educación, Familia, Sociedad

Estoy muy de acuerdo con conmemorar los 30 años del plebiscito de 1988. Lo considero un acto civilizatorio de honda repercusión en nuestro desarrollo democrático y económico. Un buen punto de partida que nos ha dejado primeros en América Latina en las más diversas áreas, desde felicidad y desarrollo humano a disminución de pobreza e ingreso per cápita. Lo que me llama la atención es sean tan pocos los que saben qué se está celebrando en esta verdadera orgía que se ha desatado estos días entre actos, seminarios, movilizaciones, “especiales”, programas en prensa, radio y televisión, en La Moneda, el Congreso, las calles. Según un estudio de la Universidad de Talca, el 76 por ciento ignora del todo qué se conmemora.

¡Cómo no!, si 30 años es mucho tiempo. Y cuando se oye a tantos haciendo análisis tan inteligentes y reflexivos sobre el hito del plebiscito, qué ganas de ver el mismo ahínco en discutir y enfocar los muchos problemas que tenemos vigentes y no vemos. Estamos en el siglo XXI y nos gusta mirar más para atrás que enfrentar los desafíos a nuestras puertas. No estoy hablando de los macro temas como si va a colapsar el liberalismo o si el desarrollo tecnológico va a dejar al hombre desempleado y aumentará la desigualdad entre los que tienen acceso al conocimiento de punta y los que no. Tampoco me refiero a los graves problemas que son objeto de políticas públicas y debieran estar incluidos en el “mapa de vulnerabilidad” que dará a conocer esta semana el ministro de Desarrollo Social, Alfredo Moreno.

Más bien estoy pensando en esos conflictos que no se abordan con leyes ni con recursos y son de lenta solución, como la forma en que muchos padres están educando a sus hijos. Dejemos hablar al alcalde Felipe Alessandri, haciendo esfuerzos inhumanos para frenar la violencia en los llamados liceos emblemáticos: “¿En qué momento pensamos que una ley de la República debe hacerse cargo de la desidia de los padres de esos vándalos, que no son capaces de inculcarles un mínimo de responsabilidad? ¿Por qué una normativa debe hacerse cargo de esos padres que no se dan cuenta de que sus hijos llegan a sus casas con olor a parafina en las manos? ¿Cuándo perdimos la brújula como sociedad que ampara o valida tomas, incendios, agresiones o destrozos de colegios como parte de `las legítimas demandas de los niños’?”, se preguntó el alcalde de Santiago en días recientes.

¿Qué podemos esperar de esos jóvenes que creen que es parte del crecimiento la compulsión por la violencia? ¿Por qué la palabra disciplina, formar fila, rendir honores a la bandera son motivo de risas en los colegios y son práctica habitual de los establecimientos en Estados Unidos? ¿En cuántos colegios los niños no se forman jamás, ni para entrar a clases, ni para ingresar  al comedor o ir a gimnasia, siendo la “estampida” el sistema más común? Pueden llegar a cualquier hora, en cambio, con el pelo azul, las uñas largas y sucias y sin uniforme, sin que las autoridades puedan poner objeciones porque así lo estableció el Estado.

Y, ¿qué será de nuestros jóvenes con la lenidad al interior de los hogares con la droga y el alcohol? Chile es el país que más bebe en la región, casi 10 litros de alcohol puro per cápita al año, según la OMS (2016). No importaría tanto si la edad de inicio del consumo en Chile no fueran los 13 años. Del tercio de niños entre 8º y 4º medio que bebió alcohol el último mes, el 63 por ciento declara haber tenido a lo menos un episodio  de embriaguez (cinco o más tragos en una ocasión). “Esta es una bestialidad porque en la adultez es un 40 por ciento” el consumo intensivo, señaló el ex director del Senda, Mariano Montenegro, al dar a conocer las cifras en 2016. La campaña del Senda para que no le vendan alcohol a los menores (“Menores ni una gota”) ya es un gran avance, pero ¿qué pasa al interior de las casas en las que los niños se juntan a tomar, hacen fiestas con trago y aprenden a borrarse como si sus padres no existieran? Y si usted ve escolares bebiendo en una plaza, ¿se hace el leso? ¿Dónde están los adultos que los trajeron al mundo cuando nos informan que nuestros adolescentes son los mayores consumidores de marihuana en América? Los padres le han perdido el temor a la marihuana, los hijos también lo harán, a pesar de que sus cerebros no están formados y toda la evidencia médica, psiquiátrica y neurológica en contra del consumo por parte de adolescentes. ¿Qué va a ser de ellos como ciudadanos? ¿Como trabajadores (sin disciplina, horarios, ni reglas), como padres (que no aceptaron límites ni siquiera en el lenguaje, porque hoy el garabato es el campeón)?

El efecto manada es fuerte (“todos lo hacen”; “así es hoy”). Pero no como para borrar el ejemplo familiar. Los padres no podemos esperar que el gobierno solucione todos nuestros problemas. Es cierto que es mucho más difícil educar en uno de los 426 barrios críticos por narcotráfico (identificados por el Ministerio Público en diciembre de 2016) que en una comuna rica llena de guardias de seguridad. Pero el problema del alcohol, la droga y la indisciplina está en ambos lugares, más en uno que en el otro.

Ahora que existe la gratuidad en la educación superior, ¿no sería bueno que quienes accedan a ella tengan que solicitar recomendaciones a sus colegios?  ¿Que se premie el mérito, el esfuerzo, el compañerismo, las buenas acciones, el cumplimiento del deber? ¿O becaremos a jóvenes para que sigan destruyendo y tirando molotov en las universidades?

Yo creo que llegó el momento de  dejar de ser políticamente correctos y continuar considerando que para tratarlos bien no hay que exigirles nada. Eso es fácil porque es mirar para el lado. El verdadero amor de los padres se expresa cuando asumen la difícil tarea de inculcar valores, educar, poner límites. Por qué no hablamos de ello, ¿cómo educamos mejor a nuestros hijos?

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl