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Palabras, unas y otras

El relativismo que nos rodea, nos invade y nos gobierna ha encontrado un inesperado auxiliar en el idioma. La palabra, el gran vehículo de entendimiento se ha mudado en alcahueta para sembrar la duda y el desconcierto.

El español es una lengua que se esforzó siempre en encontrar un vocablo para casi todos los conceptos, resulta por tanto muy preciso pero poco sugerente. Si el pan es pan, y el vino, vino, no caben muchas elucubraciones y los poetas tienen que esforzarse para, con instrumento tan puntual, sugerir ideas y sentimientos relacionados.

Lo que ha sido siempre complicado para los mayores ingenios lo han resuelto con la mayor facilidad quienes utilizan el lenguaje acomodándolo a su gusto y manera. Se ha convertido en costumbre utilizar palabras, perfectamente definidas en el diccionario de la RAE y que los hispanohablantes emplean de acuerdo con esas definiciones, dándoles un significado diferente cuando no contradictorio y siempre creando confusión.

Es un modo nuevo y distinto de colaborar con el relativismo, que las voces no precisen conceptos para que estos se diluyan. Si no hay nada cierto tampoco puede argüirse que existe la verdad, ni siquiera la verdad aparente.

El temor que suscita la verdad, la verdad pura y llana, radica en que una vez aceptada, es necesario seguirla; es un compromiso ineludible y constante. Demasiado esfuerzo para una época que rehuye exigencias, aborrece del dolor y piensa solo en la comodidad.

Los ejemplos son numerosos y muy variados: a veces se utilizan vocablos sustitutivos para suavizar o enmascarar situaciones, como llamar subsaharianos a las poblaciones de tez negra o invidentes a quienes padecen la desgracia de la ceguera, prácticas que encubren la crudeza de la realidad.

Otras se sustituyen por una voz a la que se da un significado diferente. Típico es denominar novios a quienes sostienen una relación marital sin el más ligero deseo o voluntad de llegar al matrimonio. Dentro de esa misma tendencia se encuadra denominar amor a lo que es sexo sin matices; subterfugio muy conveniente cuando se han encontrando abundantes sistemas para poder gozar del mismo sin arrostrar las consecuencias. El sexo, imperativo de la naturaleza humana para perpetuar la especie, se ha convertido en un monumento al hedonismo.

De forma parecida se utiliza a la libertad, regalo del Creador para amarle voluntariamente y no por imperativo del instinto como ocurre con los animales, se la envuelve con la facultad de disponer del propio cuerpo sin coacción alguna para convertir a las madres en nuevas Herodes, pero como la palabra aborto resulta insoportablemente descriptiva, se bautiza interrupción del embarazo que resulta mucho más digerible.

En el mundo relativista, la lengua no es expresión del pensamiento.

Recientemente ha rizado el rizo la vicepresidenta del Gobierno y ministra de la Presidencia, Relación con las Cortes e Igualdad, quien se ha dirigido a la Real Academia Española, para instar a la docta Casa a que se pliegue a la política y modifique las normas del habla de quinientos cincuenta millones de personas adaptando el texto de la Constitución Española a un lenguaje «inclusivo, correcto, y verdadero a la realidad de una democracia que transita entre hombres y mujeres». (sic)

Parece que solicita a la gramática acoger los deseos del feminismo más guerrero y seguramente no recuerda con precisión las lecciones de castellano que recibiera de la Madres Escolapias porque en la lengua española el masculino incluye ambos géneros, así que nada hay que modificar pues es incluyente, además de «inclusivo» como ella demanda y por lo tanto es «correcto» como también desea. La última petición resulta menos inteligible: el idioma es el que es y por tanto siempre es verdadero, pero pudiera que esa sintaxis tan especial no quiera indicar que sea «verdadero» sino que se corresponda con una sociedad compuesta por hombres y mujeres. Pero ¿existe alguna nación que no acoja a ambos sexos? Tenía a las famosas amazonas por una simpática leyenda.

Como la ministra es doctora en Derecho Constitucional, seguro que puede explicar al común de los españoles la esencia de una democracia transitiva y sus diferencias con las democracias intransitivas, algo que, hasta ahora, solamente distinguíamos en los verbos.

Pero, independientemente, de lo que Nebrija pudiera pensar de la frase ministerial, lo que resulta sorprendente es la prepotencia a la que ha llegado la clase política: su poder no se circunscribe a redactar y promulgar leyes, sino que alcanza a todas las esferas de la vida de sus conciudadanos, se permiten entrometerse en lo privado y en el habla de sus administrados y en este caso de muchos millones de personas que ni les han votado ni lo harán nunca. Consideran que el poder es omnímodo y ni siquiera son conscientes de su tiranía porque los votantes no se escandalizan y hasta les siguen favoreciendo con sus papeletas.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por ABC