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Celebración y conmemoración

El año pasado, con motivo de las Fiestas Patrias, publiqué un artículo titulado “Para saber celebrar” porque se supone que éstas se deben celebrar.  Las fiestas son eventos cuya esencia es la alegría; por ello, hablamos de “Fiestas Patrias” si nos referimos al aniversario antes citado.  Sin embargo, si somos reflexivos, debemos preguntarnos si no será mejor hablar de una conmemoración.  Una conmemoración se limita a recordar un evento de forma solemne; en ella, la alegría no necesariamente está presente porque el evento en cuestión pudo también ser ocasión de tristeza o tribulación.

Si queremos abordar correctamente las llamadas “Fiestas Patrias”, la cuestión de fondo es saber bien qué significa la palabra “patria”.  En la teoría, el significado alude a la tierra natal, al país con que una persona se siente ligada o con sentido de pertenencia.  Obviamente, llevar este significado a la práctica resulta mucho más complejo, pero absolutamente necesario para saber cómo vivir esta festividad y situarnos en el Chile actual.

El origen del término “patria” es el latín “terra patria” que significa “la tierra paterna o de los antepasados”, luego quedó simplemente como “patria”.  Hasta aquí, todo muy simple, pero ¿qué significa esto verdaderamente?  Una dimensión trascendente, un bien espiritual y cultural; no sólo un bien material, un mero territorio.

Dos visiones en pugna

La visión de patria más común hoy por hoy es la menos importante, la intrascendente y, por ende, la perjudicial.  Ésta es “el país con que una persona se siente ligada”.  No hay acá necesariamente un bien espiritual y cultural subyacente, por el contrario, implícitamente está el rechazo a esta dimensión.  El individuo elige cuál es su país, no tiene ningún tipo de deber para con ninguno en particular, pues, sólo se trata del lugar que habita.  Corresponde más que nada a una dimensión territorial temporal.  El término “país” proviene del latín “pagensis” y éste, a su vez, de “pagus” que se refiere al pueblo que se habita.  Ésta es la visión de nación-contrato, la de Rousseau.  Como esta visión carece de un significado profundo, quienes adhieren a ésta pueden celebrar con entusiasmo en las Fiestas Patrias, ya que sólo les interesa pasarlo bien.

La visión contrapuesta a la recién mencionada es la de nación-herencia, pues, alude a los antepasados.  Esta visión tiene una gran carga significativa.  No por casualidad, algunos teóricos del tema se han permitido definiciones filosóficas, poéticas o místicas: “una unidad de destino en lo universal” (Primo de Rivera); “un todo sucesivo” (Vázquez de Mella); “la tierra y los muertos” (Barrès); “la sangre y la tierra” (Spengler), entre otros.

Dicha herencia se trata de todo tipo de bienes, partiendo por el territorio, un bien material, pero no uno común y corriente, sino uno que aglutina físicamente a un pueblo que posiblemente lo ha defendido con su propia sangre y que siempre está dispuesto a hacerlo si es que puede.  Por su parte, la espiritualidad corresponde, principalmente, a la religión, cuna de un sinnúmero de valores y enseñanzas que enriquecen las relaciones entre las personas y, especialmente, el mundo interior de cada individuo.  La cultura es muy variada, va desde la historia en común de muchas generaciones hasta rituales tan simples como la forma de saludar.  Entre las manifestaciones culturales están las tradiciones de las más diversas naturalezas, los rituales cívicos, la institucionalidad política del Estado, la creación artística, los avances científicos y, en general, todo lo que un pueblo ha creado en el suceder de sus generaciones.  Quienes adherimos a esta visión podemos celebrar las Fiestas Patrias, pero pareciera que terminaremos sólo conmemorándolas al tenor de cómo está nuestro Chile.

El inicio de la búsqueda de una vida independiente es un gran motivo de celebración, pero ver cómo se ha desvirtuado el verdadero significado de nuestro aniversario patrio, hace preguntarse si tiene sentido celebrar.  Además, hay un sinfín de hechos que no permiten ver con optimismo el futuro de nuestra patria.

Nos hemos acostumbrado a leyes y reformas que lejos de ayudar a las personas, las perjudican.  La reforma a la educación es un buen ejemplo.  Si se trata de leyes, los mejores ejemplos son la Ley de Identidad de Género -aún en trámite- y la Ley de “Interrupción del Embarazo”.  Tampoco están ajenas a este oscuro panorama instituciones fundamentales, tales como la Iglesia Católica y Carabineros.  La desidia con que las autoridades enfrentan la delincuencia aporta lo suyo: ya es tiempo de que tomen el toro por las astas, y rehagan la reforma judicial porque es una vergüenza que los vecinos estén “subsidiando” al Estado, organizándose ellos mismo para autoprotegerse.  La inmigración mal llevada representa otro motivo de preocupación.  El listado es larguísimo.  Sin embargo, el mayor enemigo es el progresismo de izquierda, no sólo por sí mismo, sino porque es el punto de partida para muchas otras tendencias que amenazan la esencia misma de la patria y su sentido trascendente.  Aquí nos encontramos con una gran familia de “ismos”: animalismo, feminismo, indigenismo, multiculturalismo, ecologismo, etc.  Además de las ideologías democrática y de género.  Este fenómeno se debe a que el neomarxismo reinante rechaza la visión espiritual con su materialismo y se desvincula del legado cultural con su pretensión de “crear” una nueva sociedad y un nuevo hombre.

Si se trata de la celebración misma, también podemos encontrar algunas aberraciones.  En esta línea están los colegios en que no se celebran las Fiestas Patrias para no “incomodar” a los alumnos inmigrantes. También el izamiento del Pabellón Nacional junto a la bandera de la “causa mapuche”, uno representa a Chile en su conjunto; la otra, a quienes buscan escindirse de nuestro territorio y cultura.  Por otra parte, las coloridas fondas dejan mucho que desear con sus ritmos muy “chilenos” y el alcohol a raudales.

Dos opciones

Una opción es celebrar lo que sea.  Hay fondas, aguinaldo, días feriados, ambiente de fiesta, etc.  Los sacrificios de quienes nos antecedieron no importan, se trataría de añoranzas disonantes con los nuevos tiempos.

Otra opción es celebrar, pero no cualquier cosa, sino un aniversario patrio, lo que tiene un ritual en el que el “carrete” no queda afuera, pero este que va mucho más allá: incluye la solemnidad y la conmemoración.  Fiel a la visión de nación-herencia, lo primero es rendir un merecido homenaje a los héroes conocidos y anónimos, civiles y uniformados que nos legaron la independencia; el izamiento del Pabellón Nacional debemos hacerlo con respeto; participar de los actos cívicos; también hay cosas más pedestres, tales como, dar aguinaldo, beber con moderación, etc.  Lo importante es que haya una celebración de verdad.  Tal vez la mejor forma de cumplir con este ritual sea aprovechar el espíritu dieciochero para plantearnos cómo enriquecer y transmitir el legado.  Una buena forma es inculcarles a los niños y jóvenes valores cívicos, interés por conocer más de nuestra patria, vocación de servicio, gratitud con nuestros antepasados, rechazo a los antivalores y ciertas ideologías, entre otros.  Es mucho lo que se puede hacer, la lista resulta interminable.  No obstante, hay tres aspectos fundamentales: todo lo anterior es letra muerta si no vemos en el otro a un igual, un sujeto de deberes y derechos, un compañero en esta misión de engrandecer a Chile; en segundo lugar, estas buenas prácticas dieciocheras deberían durar todo el año, y, finalmente, instruir a los niños y jóvenes, dejándoles en claro que el legado no sólo se recibe, sino que se enriquece y se transmite a la siguiente generación.  Todos debemos ser un punto que une el pasado con el futuro.  Debemos ser conscientes de que la patria no es un ente ficticio o ajeno.  Quienes nos antecedieron, nosotros y los que vendrán somos la patria.

Teniendo en claro todo lo antes mencionado, podremos celebrar verdaderamente como Dios manda.