La cultura en llamas

Juan Ignacio Brito | Sección: Arte y Cultura, Sociedad

El incendio que consumió el Museo Nacional en Río de Janeiro parece haber sido causado por la casi nula mantención del recinto. Ésta se explica, a su vez, porque los fondos destinados a ese propósito alcanzan apenas a US$ 49 mil anuales. Con ese presupuesto, lo único sorprendente es que el antiguo edificio no hubiera colapsado antes.

La pérdida es incalculable. El museo que alguna vez fue orgullo para los brasileños y para América Latina es ahora una cáscara vacía, todo un símbolo del desarrollo cultural de nuestra región.

Pese a que se decía hasta hace poco que el Museo Nacional tenía estándar mundial, lo cierto es que su presupuesto se halla muy por detrás de los grandes referentes globales. El Museo Americano de Historia Natural de Nueva York dedica cada año US$ 35 millones a mantención. Según el Informe Mendoza, liberado en noviembre pasado, Reino Unido destina US$ 1.100 millones anuales a los 260 museos públicos que hay en Gran Bretaña. Los costos operacionales (excluyendo personal e incluyendo mantención) del Louvre de París llegan a los US$ 75 millones.

Por el contrario, los museos en América Latina son los parientes pobres de la cultura. Acá los fondos destinados a ella se gastan en crear ministerios, mientras nuestros museos languidecen en el olvido, expuestos a la falta de financiamiento y la inseguridad, afectados por desastres y robos.

Una muestra de ese descuido tuvo lugar en Chile -un país que, según nuestras autoridades, se encuentra a las puertas del desarrollo- hace un par de años, cuando desapareció desde el Museo Histórico Nacional la espada que la nación le regaló al general Manuel Bulnes luego de la victoria en la Batalla de Yungay. La pieza, avaluada en un millón de dólares debido a su empuñadura de oro e incrustaciones de piedras preciosas, había sido donada al museo en 1970. Jamás fue recuperada.

Si se quiere poner a la población en contacto con la riqueza del arte, la historia natural y el legado histórico y científico, sería mucho más útil invertir en serio para contar con museos seguros, financiados y adecuadamente mantenidos, donde se exhiban colecciones relevantes y bien montadas. O sea, museos que den orgullo, no pena. Poco de eso se ve por América Latina.

La pobreza de nuestros museos y la multiplicación de los ministerios de cultura habla del sitio que ésta ocupa en nuestra sociedad. La cultura se ha convertido en un botín político capturado por grupos de interés y gestionado desde el Estado, cuyas burocracias lo alejan del contacto ciudadano, contribuyen a la formación de una cultura oficial, consumen recursos que podrían tener mejor uso y gestionan de mala manera el patrimonio común a todos.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por La Tercera.