Una propuesta de renovación pedagógica para la escuela católica

Pedro L. Llera | Sección: Educación, Religión, Sociedad

Introducción

Hace muchos años, las instituciones educativas católicas (las no católicas también) emprendieron la búsqueda desenfrenada y alocada de nuevas metodologías. Se trata de una especie de peregrinación sin rumbo para encontrar la piedra filosofal de una nueva metodología educativa que resolviera de un plumazo los problemas que aquejan a la escuela en nuestros tiempos. En esta alocada aventura no falta un cierto ingrediente de propaganda y marketing con la finalidad de atraer una clientela ansiosa por conseguir que sus hijos sean felices en la escuela y vivan experiencias enriquecedoras.

Tengo 54 años y llevo casi toda mi vida en una escuela. No sé la de cursos de “formación” que habré recibido en estos años. Muchos. Casi todos estos cursos, impartidos en la mayoría de los casos por sesudos psicólogos, pedagogos o psicopedagogos, han empezado por descalificar y despreciar lo que ellos llaman la “escuela tradicional”: “hoy las escuelas siguen el mismo modelo del siglo XIX. No podemos seguir enseñando como hace doscientos años en pleno siglo XXI”. Y a partir de ahí, nos iluminan con nuevas metodologías, nuevas antropologías, nuevos sistemas pedagógicos que, si los pusiéramos en marcha, revolucionarían la manera de enseñar y solucionaría de un plumazo todos los problemas. El problema es que todos estos personajes, que a mí (no sé por qué) me recuerdan mucho a los charlatanes de feria o de la teletienda, no han pisado un aula con veinticinco niños o adolescentes en toda su vida. Hablan de lo que han leído o aprendido en un master o en una carrera, pero en realidad no tienen ni repajolera idea de lo que hablan. Eso sí: sus discursos son preciosos y muchos clientes les compran el último modelo de sartén, en el que no se pega nunca la comida. Hasta que se dan de bruces con la realidad y se dan cuenta de la estafa que han sufrido.

Ricardo Moreno Castillo, en su Panfleto Antipedagógico (Leqtor, 2006),  escribe lo que sigue sobre estos expertos:

“Como algunos de ellos han abandonado el aula, no tienen que soportar las consecuencias de sus propias teorías, y se dedican  a dar cursillos a los que siguen dando clase. Cursillos en los cuales, muchas veces, se pasa vergüenza ajena ante las disertaciones del experto, pero que hay que soportar para cobrar los sexenios de formación. Otros son profesores universitarios, que jamás han tenido delante a un alumnos de instituto, pero que hablan sobre el tema con la seguridad y el atrevimiento propio de los ignorantes. No, los únicos expertos son los que llevan veinte o más años dando clase, y de entre ellos habría que acudir, sobre todo, a los que siguen estudiando, a los que trabajan por mantenerse intelectualmente vivos, a los que saben lo que es el saber.”

Todos esos cursos no valen para nada y nos ahorraríamos mucho tiempo y dinero si se prohibieran por ley. Además, ¿no resulta contradictorio que quienes despotrican contra las clases magistrales se dediquen a impartir cursos precisamente a base de interminables y soporíferas clases magistrales?

Cualquier tiempo pasado fue mejor

¿Están ustedes seguros de que la educación que se imparte en las escuelas en el 2018 es mejor que la que se ofrecía en España en 1960? ¿Seguro? “Por sus frutos los conoceréis”.

Nuestros abuelos todavía recuerdan con nostalgia aquel plan de estudios con dos reválidas y un difícil preuniversitario que les permitía llegar con una preparación hoy impensable a la universidad.

En 1970 se aprobó una nueva ley de educación: la de la EGB, el BUP y el COU. Yo nací en 1964 y estudié bajo este plan de estudios. Y les aseguro que, aunque no era tan bueno como el del 53, era bastante mejor que el que vino después con la LOGSE y con las sucesivas leyes que hemos padecido hasta el día de hoy.

El sistema educativo actual en España (desde que se aprobó la LOGSE en 1990) es una gran estafa: así se titula el libro de Alicia Delibes Liniers: La Gran Estafa, el secuestro del sentido común en la educación. En este libro se puede leer:

A la filosofía pedagógica que ha inspirado esta nueva corriente que nos invade se le ha llamado constructivismo pedagógico. Según los constructivistas, el ser humano adquiere el conocimiento a través de un proceso de construcción individual y subjetivo. Dado que el conocimiento se construye, el niño lo construirá a partir de su propia forma de ser, de pensar y de interpretar la información. Cada niño ha de aprender por tanto, a su manera y el papel del maestro ha de ser de simple ‘mediador’.

Los constructivistas posmodernos no aceptan que el maestro deba instruir pues sostienen que el conocimiento previo es un obstáculo para el aprendizaje. Para ellos, sólo un intelecto en estado virgen está en condiciones ideales para aprender descubriendo y construyendo su propia concepción del mundo.

[…] Dado, pues, que lo que solía llamarse legado cultural no es más que el conjunto de ciertas percepciones individuales del mundo, educar será para los constructivista posmodernos no transmitir legado alguno, no instruir al niño, sino acompañarle en su descubrimiento del mundo, permanecer silencioso a su lado observando  cómo construye su propia percepción de todo lo que le rodea.

El posmodernismo rechaza la objetividad y también todo intento de acercamiento a la verdad de las cosas, en él sólo se puede hablar de significados. Par un posmoderno todo concepto de realidad objetiva resulta sospechoso y la honestidad solo se puede encontrar entre la confusión y la niebla.

La influencia del movimiento posmoderno ha llegado también a la educación y supondría el abandono del aprendizaje sistemático, la desaparición de toda norma pedagógica, la confianza sin límites en la capacidad descubridora del niño y la negación de toda posibilidad de conocimiento objetivo.

Los pedagogos posmodernos niegan la capacidad de enseñar, abominan de la educación como trasmisión de conocimientos y se recrean en el multiculturalismo, el plurilingüismo y la transversalidad.

El resultado de esta pedagogía posmoderna […] no puede ser otro que la destrucción del saber mediante la exaltación de la incultura y la ignorancia.”

(Los subrayados son míos).

¿Les ha quedado claro? Llevamos casi treinta años (desde 1990) bajo un sistema educativo que fomenta la incultura y la ignorancia. Esa es la realidad. ¿Cómo no va a ser mejor cualquier tiempo pasado? Si fuéramos sensatos, lo que habría que hacer con urgencia en España sería volver al modelo de la ley de educación del 53; y si no, a la del 70. Por el camino actual vamos camino del suicidio colectivo en el mundo de la educación.

Ricardo Moreno Castillo, en su libro Panfleto Antipedagógico lo dice de esta manera tan contundente: Se trata de la desastrosísima situación que atraviesa la educación en nuestro país. Y urge resolverlo, en primer lugar, porque “analfabetizar un país es cosa relativamente fácil, pero volverlo a alfabetizar ya no lo es tanto, y en segundo lugar, porque la cantidad de recursos que se derrochan en mantener la ignorancia de nuestros estudiantes se podría destinar a cosas más útiles”.

La reforma educativa “ha conseguido que la cultura de los alumnos baje hasta niveles alarmantes, que la mala educación en la vida cotidiana de los centros suba hasta cotas vergonzosas, y que los profesores están más hartos, deprimidos y desesperados que nunca. Sus defensores dicen que, con todos sus defectos,  gracias a ella se ha conseguido la educación para todos. Esto es rigurosamente falso. En una clase en la cada uno hace lo que quiere, porque la Administración no respalda la autoridad del profesor y al mismo tiempo protege al alumno que conculca el derecho de aprender de los demás, no se está impartiendo educación, se está impartiendo basura.

Ni siquiera puede esgrimirse como un logro el haber extendido la enseñanza obligatoria de los catorce a los dieciséis años: los que terminan la Enseñanza Secundaria Obligatoria (ESO) saben menos y tiene menos hábito de trabajo que los que terminaban la antiguan Educación General Básica (EGB), aunque fueran dos años más jóvenes. Y al ser menos trabajadores y más incultos, inevitablemente son más inmaduros.”

¿Cualquier tiempo fue mejor? En lo que respecta a la educación en España, no tengo la menor duda. ¿Habría que dar marcha atrás? Si hubiera un mínimo de sentido común, cuanto antes se diera marcha atrás, mejor.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por InfoCatólica, www.infocatolica.com