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Por un relato conservador en la derecha

Sebastián Piñera ha asumido este año el desafío de ser nuevamente Presidente de la República, luego de un abultado triunfo en diciembre. Con una instalación más que destacable, el Gobierno empezó a cometer error tras error, evitó dar peleas, cambió de opinión en temas importantes. Desde el Oscar a “Una Mujer Fantástica” hasta quitarle el piso a un ministro por criticar el Museo de la Memoria, la administración Piñera 2.0 ha mostrado que no tiene un rumbo definido, un sentido, un relato de cómo ve nuestra historia reciente y sobre qué Chile quiere para el futuro.

A diferencia de su primera vez en el poder desde 1990, hoy la derecha está dividida. Primero, no todos están en Chile Vamos, la coalición gobernante, porque Acción Republicana, el movimiento del ex candidato José Antonio Kast –que aglutina principalmente a conservadores y libertarios–, se mantiene fuera del pacto. Y segundo, dentro de la Alianza existen visiones de país muy distintas. Liberales progresistas en Evópoli y RN; socialcristianos en RN; liberales, libertarios y (neo) conservadores en la UDI, etc.

Las diferencias no son sólo una postura “valórica”, que sea personal y que dependa de cada uno. Las visiones sobre la dignidad humana, el valor de la familia y la importancia de la sociedad civil, entre otros, son diferencias de fondo. Sí, de fondo. Son las formas de ver el mundo, la persona y la sociedad, y, por supuesto, los fundamentos para un consiguiente relato y un proyecto político.

Pero este relato no puede salir de la nada, como conejo bajo el sombrero. Siguiendo a Hugo Herrera, pienso tenemos que escarbar en nuestra historia. La derecha tiene que estudiarse a sí misma y volver a los gigantes que abundan en su pasado. Pensadores y políticos, historiadores y estadistas, la derecha tiene muchas fuentes a las cuales acudir en esta encrucijada sobre qué es y adónde va.

El trabajo de estudiar uno a uno los grandes representantes de la derecha (conservadora) ya lo han hecho, mucho mejor de lo que cabe en estas líneas, los profesores Renato Cristi y Carlos Ruiz en su obra “El pensamiento conservador en Chile”. Éste se desarrolla principalmente en los pensadores del siglo XX, primero los del centenario –Francisco Antonio Encina y Alberto Edwards, principalmente–, y los de mediados y fines del siglo –destacando a Jaime Eyzaguirre, Osvaldo Lira SSCC, Mario Góngora y Jaime Guzmán–. También empieza a escarbar en el conservadurismo del siglo XIX, desde Diego Portales hasta los pensadores de fines de la centuria XIX.

Quiero quedarme con dos en particular en esta columna. Alberto Edwards y Jaime Guzmán. Ambos tienen en común que pensaron a la derecha de su tiempo, vivieron durante una crisis de ésta y del país, y trabajaron por un proyecto político concreto, durante un gobierno militar, que sacara al país adelante.

Edwards, que según Góngora es el mejor historiador que ha concebido esta tierra de historiadores, en su obra “La Fronda Aristocrática en Chile”, regresa a 1810 para hacer un recorrido histórico a través de columnas que explique la crisis política del parlamentarismo.

Su tesis es que Portales restauró el orden monárquico luego de la independencia, y que desde Manuel Montt paulatinamente éste se fue perdiendo, hasta el quiebre producido por la Guerra Civil de 1891, donde con su muerte José Manuel Balmaceda se llevó lo que quedaba del gobierno fuerte, para dar paso a lo que él llamó dictadura parlamentaria.

En los inicios de su carrera ve en un conservadurismo liberal que recupere el gobierno fuerte el camino a seguir. Pero en su madurez muta hacia un conservadurismo revolucionario, y busca a alguien que encarne a un nuevo Portales que vuelva a hacer grande a Chile. Ve en Carlos Ibáñez a la persona indicada, se la juega por su éxito político, pero su proyecto nacionalista fracasa.

Jaime Guzmán fue discípulo de dos grandes pensadores corporativistas (bien entendido, no fascismo, sino que corporativismo católico), e hispanistas, como eran Lira e Eyzaguirre. Sin embargo, en la Universidad Católica articula una propuesta diferente (pero con los mismos fundamentos), el Gremialismo. Éste proponía sacar a los partidos políticos de las universidades, velando por que cada cuerpo intermedio cumpla autónomamente sus propios fines, inspirando su proyecto en el principio de subsidiariedad.

Fuera de las universidades, encabeza una oposición gremial y desde el periodismo a la Unidad Popular. Y luego del golpe de estado se pone a disposición del Gobierno Militar para reorganizar institucionalmente el país –sin callar frente a los crímenes de lesa humanidad–. En los 80 funda la Unión Demócrata Independiente, que se adentra en las poblaciones y defiende la iniciativa creadora de personas y organizaciones. Luego de ser elegido senador, en 1991 es asesinado por una célula del FPMR.

Si no tenemos claro adónde ir, debemos volver a lo que somos, entendernos, y así proponer una hoja de ruta para tener una derecha con mística, convencida y comprometida. Una derecha con principios: que enarbole a la justicia como principio articulador, rescate la subsidiariedad y la solidaridad, y no se olvide del respeto de la persona humana como ser individual y social.

Y aterrizando, que le urja combatir la pobreza, que impulse y potencie a la sociedad civil, y vele por que todos tengan oportunidades para salir adelante. Puede que electoralmente no sea lo más importante, pero un sector que no tiene claridad de quién es ni adónde quiere ir, no podrá subsistir más allá de estos cuatro años.