Libertad

Adolfo Ibáñez S.M. | Sección: Política

En una sociedad libre, las personas pueden expresarse y opinar con sinceridad y sin cálculo. Cuando se pierde esta característica, y en su reemplazo rige el lenguaje de lo políticamente correcto para ocultar las realidades y reemplazarlas por apariencias, prevalecen el oscurantismo y la opresión: campo fértil para la mentira, que últimamente se disimula mediante la denominada posverdad. Esta es una forma blanda de violencia, que ya no fusila a las personas, sino que solo exige un acto de adhesión, una complicidad con ella, una hipocresía, es decir, una falsa apariencia de virtud o devoción. ¡Ay del que no se atenga a esta regla! Lo trituran por los medios de comunicación y las redes sociales, o mediante alguna mayoría circunstancial en el Congreso.

Desde el inicio de este gobierno hemos visto una seguidilla de denuncias de diverso tipo, aunadas todas en el afán por liquidar a numerosas personas que han asumido cargos públicos. Este ha sido el carril que ha permitido a la oposición un remedo de unidad, a falta de vínculos reales y de planteamientos sólidos, luego de su desastre en el gobierno anterior y la consiguiente derrota electoral. Frente a esa táctica, el Gobierno ha sido débil, ha demostrado reiteradamente que le preocupa más el ataque insustancial de sus opositores que la fidelización de su electorado mediante una acción enérgica y definida en pos de metas propias, que muestre una concepción del mundo diferente de las pretendidas luchas de grupos que solo desfiguran la realidad.

Ante estos ataques, el Gobierno no se ha mostrado propositivo. No ha señalado nuevos horizontes que capturen corazones y mentes. Incluso en materias económicas, su objetivo principal no apunta a la inestable y temerosa clase media que ha surgido en las últimas décadas, cuyo único respaldo material es la sanidad económica del país. A ella es preciso hablarle en forma apropiada a su ser mestizo y ajeno por completo a la vieja clase media liceana y europeizante-civilizadora. Esta es la hora de las batallas y no de los repliegues. Las derrotas en el Congreso pueden traducirse en triunfos electorales futuros.

La caída de los ministros Varela y Rojas ha sido el resultado de esta debilidad. Solo se explica por la falta de convicción del Gobierno en la tarea que ofreció realizar. Es una falta de seguridad en su capacidad de convencer y de entusiasmar a los chilenos con planteamientos que muestren horizontes de libertad para encauzar las nuevas realidades que se viven en el país.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.