La sábana santa

Alvaro Góngora | Sección: Historia, Religión

Visité un par de veces la exposición permanente de la Sábana Santa que se exhibe en la Universidad Finis Terrae bajo la interrogante: ¿Quién es el hombre de la Sábana Santa?, induciendo a reflexionar sobre el misterio que guarda la Síndone, como también se la conoce. Se trata de una réplica elaborada en Italia bajo la supervisión del Museo della Sindone de Turín (en cuya catedral se conserva la pieza original).

Muchos hemos tenido información sobre este lienzo y visto fotografías con sus detalles, pero contemplar una réplica ampliada, por ratos y en silencio, deteniendo la mirada en ciertas partes cruciales, como las manos, sus pies, el costado, su frente, su rostro, produce sobrecogimiento, no obstante saber que no han redoblado las campanas de las catedrales del mundo certificando su autenticidad y que aquel hombre con certeza sea Jesús.

Hay criterios de realidad importantes, en todo caso, y se deben a estudios que comenzaron a efectuarse desde la primera mitad del siglo pasado, desde que en 1898 se obtuvo una fotografía del lienzo cuyo negativo muestra la impresión corporal, frontal y dorsal de un hombre crucificado. Ha sido tanto el interés que un conjunto de científicos de distintas especialidades y nacionalidades (médicos en su mayoría) ha desarrollado una especie de ciencia: la sindonología.

De partida, las descripciones sobre la Pasión de Jesús que figuran en el Nuevo Testamento -leo estudios- concuerdan con la imagen de la Sábana. Ese hombre fue flagelado, golpeado en la cabeza, coronado con espinas y crucificado. Un objeto puntiagudo traspasó su costado y de su herida brotó sangre y suero; sus huesos no fueron fracturados y no sufrió putrefacción. Fenómeno que llevó a Juan Pablo II a expresar que se trataba del «espejo del Evangelio«. Además, la Sábana precisa aspectos que no contaron los evangelistas: la forma de la corona de espinas; la posición de los clavos usados, que penetraron las muñecas y no las palmas de las manos, única forma de sostener el peso de un cuerpo.

La imagen frontal y la dorsal grabadas en la tela coinciden en forma exacta un lado con el otro, así la cabeza con el cráneo, el pecho con la espalda, el antebrazo delantero con el trasero, etc. Se ha descartado que haya sido pintada, no es obra humana, al punto que se recurrió a diferentes métodos (químicos, fotográficos y radiación lumínica) para analizar cómo se grabó en el lienzo, concluyéndose que es superficial, no hay material añadido, no se produjo por contacto, tampoco por vapores ni es térmica. La única hipótesis explicativa sería mediante radiación, pero los científicos la descartaron por ilógica.

Todo esto y más ha permitido cuestionar los argumentos de quienes la consideran falsa. La única prueba que hacia 1989 echó por tierra su autenticidad fue la del Carbono 14, que tres laboratorios de países distintos aplicaron a un segmento muy pequeño del lienzo. Fue datado entre fines del siglo XIII y el XIV. Se discute este resultado, porque la Síndone, en su recorrido histórico, pudo ser contaminada con hongos y bacterias, y además modificarse su carbono al haber estado expuesta a un incendio (1532). En todo caso, en la Edad Media era imposible elaborar una imagen humana anatómicamente tan perfecta. Y de ser cierto, querría decir que alguien creó la imagen de un hombre crucificado al modo de Cristo. ¿Con qué objeto?

Una multitud es indiferente o la supone falsa, aunque algunos científicos escépticos devinieron en creyentes. Otra infinidad cree sin discusión. Papas, obispos, sacerdotes la han venerado con prudencia; evoca la narración evangélica, recuerda a Jesús, al Cristo histórico. No es dogma de fe para la Iglesia, porque no la sustenta, aunque puede vitalizarla. La fe no se impone mediante la ciencia y el pueblo de Dios por siglos la ha conservado sin ver…»y sin embargo ha creído«. El Cristo de la fe ofrece lo esencial para el creyente y es acientífico. El aguijón de la muerte… no terminó con su vida.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.