La demanda abortista

Joaquín Castillo | Sección: Política, Sociedad, Vida

La marcha que hace unos días convocó a miles de personas en la Alameda de Santiago a favor del aborto libre vuelve a poner un tema controversial en el centro del debate público. Los mismos pañuelos verdes que acompañaron la consecución de dicha demanda en Argentina se levantan ahora en Chile como un símbolo potente y atractivo para instalar una discusión que, dada la reciente aprobación del aborto en tres causales, podía parecer lejana.

En este sentido, y antes de atender al fondo del asunto, no puede dejar de destacarse el profundo cinismo del que muchos se sirvieron para promover la “despenalización” del aborto. En primer lugar, parece indudable que —excepto para unos pocos— la demanda de las tres causales fue sólo el primer paso para avanzar hacia el aborto libre. Sin embargo, eso fue negado de modo sistemático, aduciendo supuestas campañas del terror de los movimientos contrarios al aborto. Si pocos meses después estamos discutiendo sobre el aborto libre, lo menos que puede decirse es que dicha sospecha no andaba tan desencaminada. Sin embargo, debe considerarse un argumento adicional. A pesar de anunciarse la “despenalización”, entendida como renuncia a la persecución penal de quienes realicen o colaboren en procedimientos de aborto, la polémica que se ha generado entre el Estado y los establecimientos particulares que integran la red pública de salud (como los hospitales de la UC) evidencia algo muy distinto: el objetivo no era “despenalizar”, sino “garantizar” el servicio, sin importar si eso obliga a determinadas instituciones a atentar contra sus principios. Con estos antecedentes sobre la mesa, es difícil pensar en una discusión con altura de miras.

Ahora bien, cabe agregar que para entrar en este debate es necesario dejar en claro que la carga de la prueba parece estar en aquellos que quieren obviar un supuesto fundamental para nuestro ordenamiento social: que allí no hay una vida humana, o que no todo miembro de la especie merece respeto. Si queremos poner excepciones a dicho postulado, necesitamos mejores argumentos en la palestra. Hasta ahora, además, los argumentos esgrimidos suelen tener implícita una tesis historicista: la historia avanza hacia la autonomía y el progreso, y la aprobación del aborto libre es una deuda de nuestro país para con nuestra época. Sin embargo, una supuesta dirección de nuestros avances no es razón suficiente para negar la necesidad de argumentos. En rigor, en eso consiste la libertad intelectual: poder pensar con independencia de las modas.

Hay, por último, una idea que ha sido profusamente mencionada por algunos actores del debate político, que tiene que ver con la incoherencia del Frente Amplio (que ha sido uno de los grandes promotores del aborto libre). Al argumentar a favor del aborto exclusivamente en términos de autonomía de la mujer, parece rendirse frente al individualismo que tanto critica en sus adversarios políticos. ¿Es acaso la vida en el vientre materno una cuestión que compete únicamente a la mujer embarazada? ¿No tendría ese niño en gestación otros vínculos que lo relacionan también con la comunidad? ¿No son los más débiles, acaso, quienes deben estar en el centro de nuestras preocupaciones políticas? La puerta que se abre con una argumentación de este tipo está lejos de agotarse en la demanda a favor del aborto: si el cuerpo es mío y yo decido hacer lo que desee con él, ¿podría regularse la venta de órganos u otras prácticas por el estilo si se hicieran con el debido consentimiento? El profundo individualismo que subyace a la argumentación por la autonomía tiene problemas que no se pueden obviar, sobre todo cuando la fragmentación de nuestra vida común es algo que nos inquieta.

En suma, además de ser deseable una mayor honestidad intelectual que aquella que vimos en el debate en torno a las tres causales, es necesario explicitar de mejor modo las premisas sobre las que se fundan nuestras posiciones y sus conclusiones prácticas. Renunciar a la defensa de los más débiles y obviar los vínculos que la comunidad, como un todo, tiene con el niño que está por nacer son decisiones cuya gravedad no puede subestimarse. A fin de cuentas, no hay ninguna obligación de subirse a un supuesto carro de la historia cuyo destino tiene mucho de incierto.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Líbero, www.ellibero.cl