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Historia, vivienda y segregación

En las últimas semanas se ha puesto en el debate político, y con mayor lentitud en la discusión pública, el tema de las viviendas sociales y la segregación, así como las debilidades del desarrollo nacional en este importante tema.

En nuestro país tenemos hoy más de 40 mil campamentos, según las informaciones que ha entregado Techo Chile. El tema es doblemente preocupante no solo por la inmensa cantidad de familias que todavía viven en esas condiciones, sino también porque la cifra ha ido en aumento en los últimos años. Adicionalmente, según los datos de Casen y de otros estudios, la carencia de viviendas todavía afecta a más de un millón de personas. El problema resulta paradójico considerando que Chile ha ido derrotando progresivamente la pobreza y muchos de sus acompañantes.

Armando de Ramón, quien fuera un gran historiador sobre la ciudad de Santiago y sobre historia urbana, fue consultado en una ocasión: «¿Qué es, en su opinión, lo más determinante en la sociedad santiaguina, a lo largo de toda su existencia?». Su respuesta es sorpresiva y dura, lacónica y triste: «Un solo aspecto: el temor a la plebe«. Por otra parte, Macarena Ponce de León, Francisca Rengifo y Sol Serrano señalan que uno de los mayores temores de las élites socioeconómicas en la capital era «la instalación masiva de los miserables cerca de sus casas«.

A fines del siglo XIX, y sobre todo en el siglo XX, Santiago experimentó un enorme crecimiento, en buena medida producto de la migración interna, y se fueron formando núcleos de población que en general vivían en pésimas condiciones y con viviendas que se caracterizaban por ser muy estrechas, con gran hacinamiento, en lo que Adolfo Ibáñez llama la «desurbanización» de la ciudad. El primer Censo de Vivienda de 1952 mostró que en Chile había miles de viviendas malas, especialmente las piezas de conventillos, y las llamadas «rancho, ruca o choza, vivienda provisoria o población callampa«, aunque también casas y departamentos.

La gravedad del problema llevó a la aparición de las tomas de terrenos, movimientos sociales que se volverían recurrentes con el paso del tiempo, como ha mostrado el completo estudio de Mario Garcés «Tomando su sitio. El movimiento de pobladores de Santiago, 1957-1970«. Un caso emblemático fue la toma de La Victoria en 1957: mientras un poblador declaró que no podían seguir viviendo «en la mugre y el desamparo«, otro demandaba ayuda «con materiales para edificar casitas decentes«.

En la práctica emergieron numerosas poblaciones «callampa«, como se las denominaba, que aparecían de la noche a la mañana, donde se instalaban viviendas de cartón y latas, sin agua potable ni alcantarillado, expuestas al frío y a la lluvia. Julio Pinto y Gabriel Salazar señalan que este tipo de poblaciones aumentaron desde tres mil familias en 1930 a 35.611 en 1960, representando la mitad del total del país. Mario Garcés se refiere a uno de esos terrenos como un «cordón interminable de casuchas infectas, malolientes, donde miles de familias viven en la más absoluta promiscuidad y en las peores condiciones sanitarias, sin agua, sin alcantarillado y prácticamente sin ningún servicio de urbanización«.

Los distintos gobiernos se preocuparon del asunto y, en diferentes formas, lograron progresos importantes, como se pudo apreciar en las administraciones de Jorge Alessandri y Eduardo Frei Montalva. Sin embargo, el problema persistía, y el programa de gobierno de la Unidad Popular denunciaba que era violencia «que junto a quienes poseen viviendas de lujo, una parte importante de la población habite en viviendas insalubres y otros no dispongan siquiera de un sitio», añadiendo que «medio millón de familias carecen de viviendas y otras tantas o más viven en pésimas condiciones en cuanto a alcantarillado, agua potable, luz, salubridad«.

La dramática realidad del país era coherente con una pobreza que cruzaba el conjunto de la sociedad y que tenía manifestaciones en diversas áreas. Quizá por lo mismo hoy el tema se vea en forma más compleja, porque la falta de viviendas, la segregación y la persistencia de campamentos se dan en un país que ha crecido económicamente y progresado socialmente de manera importante en las últimas cuatro décadas. Por lo mismo, mirar la formación de la ciudad y la solución del problema de la vivienda debe incorporar, necesariamente, una mirada que integre la dimensión histórica y las variables culturales, sin las cuales cualquier análisis es insuficiente.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por El Mercurio.