El celibato y la inversión de los valores

Carlos López Díaz | Sección: Religión, Sociedad

La estrategia del progresismo consiste en invertir los valores morales: que lo malo sea visto como bueno y lo bueno como malo. Que lo obsceno aparezca como inocente, y lo inocente como sospechoso. Que lo sacrílego se perciba como liberador, y lo santo como aberrante.

El orden apuntado no es arbitrario. Convertir el bien en mal sería imposible de buenas a primeras, pues produciría una indignación generalizada. Al principio hay que proceder al revés. Para ello se recurre a la “empatía”, en realidad una parodia de la misericordia cristiana. Se trata de ponernos en la piel de delincuentes, pervertidos, personas de mala vida, etc. Hacernos ver que todos, de haber vivido en otras circunstancias y pasado por determinadas experiencias, podríamos incurrir en pecados semejantes (lo cual es posiblemente cierto) y que esas personas por tanto son víctimas inocentes (lo cual es una deducción falaz).

En esta primera fase (convertir lo malo en bueno), interesa mucho desprestigiar las críticas de quienes advierten que esos ejercicios de empatía torticera pretenden atentar sibilinamente contra la moral y la familia. Hay que presentar a tales críticos como fanáticos intolerantes e insensibles, y sobre todo tranquilizar a cualquiera que piense que se trata de subvertir el orden tradicional. No, simplemente se pide tolerancia hacia otros modos de vida, igualmente legítimos.

Una vez se han superado las suspicacias de los más cándidos, y se han acallado las críticas de quienes no quieren pasar por “carcas” y “fundamentalistas”, sí se puede pasar descaradamente a la segunda fase, convertir el bien en mal. Se responsabiliza de las agresiones que puedan sufrir los homosexuales a quien defiende la familia tradicional. Se culpa de las muertes de mujeres por abortos clandestinos a quien se opone al aborto. Se acusa de la propagación de las enfermedades de transmisión sexual al Vaticano, por oponerse al preservativo. Y se culpa de los casos de pederastia dentro de la Iglesia al celibato clerical. Este último tema se ha puesto una vez más de actualidad, desgraciadamente.

Un informe judicial ha destapado unos mil casos de pederastia en varias diócesis católicas de Pensilvania, con unos trescientos sacerdotes implicados directamente a lo largo de unos setenta años. Sin duda, se trata de cifras aterradoras, pero conviene tener en cuenta el registro de agresores sexuales de la policía del Estado, que sumaba los 22.000 sujetos hasta 2017, por lo que el número de sacerdotes entre esta clase de individuos representaría menos del 1,4 %.

No pretendo minusvalorar la gravedad de los delitos sexuales perpetrados por curas. Al contrario, me parecen mucho más horrendos los cometidos por ellos que por cualquier otro colectivo, porque deberían ser ejemplo de pureza y no de la conducta más repugnante. Pero la avidez con la que los medios saltan sobre los escándalos más escabrosos dentro de la Iglesia, como si no hubiera muchos más casos de pederastia en colegios, clubes deportivos o asociaciones laicos, y también dentro de la familia (sobre todo las desestructuradas), es significativa.

Por supuesto, el sensacionalismo periodístico sobre el tema no obedece sólo a la mera motivación de captar audiencia. Su finalidad primordial se enmarca dentro de la estrategia progresista, que aunque aparentemente juzga a la Iglesia con sus mismos parámetros cristianos, lo que pretende en realidad es subvertirlos. Esto se observa claramente en artículos de opinión como la “Carta abierta al papa Francisco” de la escritora Nancy Huston, que culpa de los abusos y violaciones sexuales no a los pervertidos, sino al “dogma” del celibato.

La señora Huston empieza desviando las culpas de la pederastia, atribuyendo los delitos sexuales a una genérica “propensión de los hombres a aprovecharse de su poder político y físico para satisfacer sus necesidades [sic] sexuales”. Nótese la vulgata freudiana implícita: habría una “necesidad sexual” ciega e indeterminada, de modo que si se reprime su expresión de un modo, se manifestará de otro. Según la escritora canadiense, los curas abusadores eligen a los niños entre sus víctimas “no porque los sacerdotes sean pedófilos” sino porque si tuvieran relaciones consentidas con adultos o recurrieran a la prostitución serían más fácilmente descubiertos.

Es decir, se nos pretende hacer creer que un hombre de sexualidad normal se convierte en un depredador infantil simplemente porque la Iglesia le prohíbe tener pareja formal, aunque nadie le obligara a ordenarse. “El problema –dice Huston– no tiene que ver con la pedofilia ni la perversión”; se debe a que “a unas personas normales [sic] se les pidan cosas anormales [sic]”. O sea, un violador de niños es “normal”, lo que es “anormal” es el celibato. Por si no quedara lo suficientemente claro: “La ‘perversión’ está en la Iglesia, en su negativa a reconocer la importancia de la sexualidad y las desastrosas consecuencias de reprimirla.”

He aquí la inversión de los valores en todo su esplendor: la perversión no es sentirse atraído por niños prepúberes, sino el celibato asumido por quien libremente se ordena como sacerdote. No en vano “reprimir” es una de las palabras fetiche del progresismo. Es la forma en que se descalifica el concepto de autocontrol sobre las pasiones, una constante del pensamiento clásico desde Sócrates hasta Nicolás Gómez Dávila, hasta el punto de considerarlo nocivo para la Salud, ese ídolo incontestable de la sociedad del bienestar. Y que en el fondo, no es algo mucho menos vulgar que el pretexto del putero que justifica cínicamente su depravación con la necesidad de un “viril desahogo” de vez en cuando.

Para remachar su argumento, Huston engarza algunas necedades adicionales, como la comparación del celibato con el burka y la ablación del clítoris. Es típico de los progresistas señalar supuestas semejanzas entre el cristianismo y el islam a fin de denigrar al primero. Eso sí, después de un atentado islamista recordarán que “el islam es paz” y que no debemos caer en la islamofobia.

Sostiene Huston además, como es también habitual en los progresistas, que el Evangelio no dice nada acerca del celibato, lo cual es falso: véase Mateo 19, 12. Por lo demás, parece ignorar las cartas de San Pablo, cosa no menos típica: los progresistas, como los herejes de todos los tiempos, toman de las Escrituras sólo lo que les conviene.

Por último añade que “la mayoría de sacerdotes no logran conservar la castidad”. ¿Cómo lo sabe? No nos lo dice, seguramente por falta de espacio. Pero es muy propio de nuestra sociedad el escepticismo plebeyo hacia la continencia, la renuncia y el sacrificio, como en general hacia todo lo que es noble y santo. En programas de “telerrealidad” como “Gran Hermano” es habitual que algunos jóvenes participantes presuman de su supuesta incapacidad para abstenerse del sexo durante semanas o incluso unos pocos días. Naturalmente, con tan poco aguante, nunca descubrirán que es más fácil la abstinencia del sexo (o del tabaco) durante años que durante meses.

En cualquier caso, aunque fuera cierto que la mayoría de sacerdotes fracasaran en mantenerse castos, ello no demostraría nada. Que la santidad sea una empresa difícil y minoritaria no es un argumento contra ella, ni siquiera en estos tiempos supersticiosamente democráticos, en que el valor de las cosas parece reducirse a su popularidad. Jesús dijo: “sed perfectos, como vuestro Padre es perfecto”. Si los sacerdotes son los primeros que tiran la toalla, ¿qué clase de ejemplo estarían dando?

No hace falta decir que muchos de los críticos con el celibato ni siquiera son católicos. No se preocupan por el bien de la Iglesia, sino todo lo contrario, lo que desean es que deje de ser un modelo alternativo al imperio progresista, es decir, que sea cada vez más irrelevante. Su objetivo es que todo el mundo piense igual para que, en definitiva, el pensamiento progresista esté a resguardo de toda crítica. Porque un pensamiento que está en guerra contra la verdad sólo puede imponerse exigiendo la unanimidad totalitaria.

Nota: Este artículo fue publicado originalmente por el autor en su blog Cero en Progresismo, https://ceroenprogresismo.wordpress.com